domingo, 25 de marzo de 2012

UN DEDO EN LA LLAGA


Me encantan las columnas de fin de semana de Xabi Larrañaga en el Diario de Álava (y por extensión en todos los del grupo Noticias, Diario de Navarra, de Gipuzkoa y el DEIA), son junto con las de Pedro Ugarte en la edición de Euskadi de EL PAÍS, la de Manuel Ribas en el mismo diario y poco más. En el caso de Larrañaga sufro el efecto del lector anticipado, que encuentra en el columnista poco más que lo lleva pensado y de ahí que al verlo escrito hasta se emocione, es lo que suele decirse; "¡ni yo lo hubiera escrito mejor!". Uno se entusiasma tanto con lo que le lee a Xabi que llega incluso a conclusiones de los más disparatadas del tipo "¡albricias, no estoy sólo en el mundo!". La línea que mantiene Larrañaga en sus artículos es la de un tipo que procura tener un discurso propio a toda costa, que no duda en granjearse los bufidos de buena parte de aquellos mismos a los que se dirige, que no oculta su ideología de izquierdas, vasquista, euskaltzale, como hacen tantos otros que confunden independencia con equidistancia, y aún así procura ir en sus análisis más allá de lo que ésta le obligaría, que no duda en poner en tela de juicio muchos de los esquemas o ideas preconcebidas de su ideario y no pocos tabúes del mundo socio-ideológico del que procede, al fin y al cabo el mío propio. Porque poner de vuelta y media al PP, PSOE y compañía está muy bien, va en el sueldo, pero saber que tocando tal o cual tecla, mentando lo que no se tiene que mentar, derribando ídolos de barro, denunciando las propias miserias, abonado a la autocrítica en cada párrafo, pasando de clichés y del pensamiento plano del bienquedismo, buenismo, buenrollo, a los que más tocas las pelotas es a los de tu propia grey, eso es delicioso, todo lo que puede serlo saber que todavía queda algún columnista que parece ir por libre, pensar por sí mismo y no al dictado de tal o cual línea editorial, a veces ya solo en defensa de los intereses de la empresa.

Bueno, no es cuestión de recordar artículos memorables, no tanto por polémicos como por haber dado de lleno en la diana, y sí, el dedicado al impresentable de Sánchez Dragó y sus púberes niponas siempre presente, sino de aplaudir y con ganas el de ayer sábado sobre la bobería infinita que nos embarga a buena parte de los biempensantes progres o rojeras cuando tratamos el tema de la inmigración musulmana a raíz de sucesos como el de Toulouse.

Si escribo que, desde la Transición, casi todos los terroristas en España han sido vascos no estoy mintiendo y ni siquiera opinando. Yo soy vasco y, me duela o no, la afirmación refleja una realidad matemática. Cualquiera con neuronas sabe que eso no significa que los vascos sean asesinos ni cómplices ni mudos. Y el hecho de que existan idiotas que lo piensen no debería llevarnos a ocultar la verdad. Repito: desde los setenta, la mayoría de los delitos relacionados con el terrorismo lleva la firma de mis compatriotas.

De igual modo debería poder decirse que gran parte de los enchironados por corrupción son de..., en fin, mejor nos callamos; y que casi todos los robos de cobre y chatarra son llevados a cabo por una etnia que no me atrevo a nombrar; y que el porcentaje de maltratadores originarios de cierto continente que me guardaré mucho de citar multiplica hasta el escándalo su proporción en el censo. La rampante xenofobia -también la hay, recuerdo, contra los vascos- no sirve de excusa para negar la evidencia.

Ahora, tras los sucesos de Toulouse, oímos que el pistolero es el resultado de un sistema fallido de integración social, un chaval fruto del desarraigo al que le dio por la jihad como le podría haber dado por el ajedrez. Sucede, sin embargo, que en el mismo barrio en el que creció, y en Francia y en Europa, viven millones de inmigrantes negros animistas, latinos cristianos o asiáticos hinduístas cuya frustración jamás desemboca en la matanza de herejes. ¿Cuesta asumir, y declarar, que tenemos un problema con un sector de una determinada fe a la que, por supuesto, no señalaremos? Mohamed no era un pobre inmigrante, y si lo era esa condición tenía tanto que ver con su delirio como el que fuese alto o guapo. Era un fanático creyente, pieza de repuesto en un engranaje religioso muy concreto y extendido. Mal hacemos cediendo el ring, y de paso los votos, para este combate a la ultraderecha.


Xabi Larrañaga, Grupo Noticias, 24-03-2012

Ahora bien, escrito y leído esto veo/leo que le han caído palos al pobre Xabi por todas partes, que si mira el de Noruega bien blanquito y cristiano, que si los que más han matado desde la transición han sido los maderos y picolos¡¡¡???, que si acuérdate del 36 y la Iglesia bajo palio. En fin, las churras confundiéndose con merinas de costumbre. Yo me quedo con el propósito de suscitar el debate sin tapujos y eso de "Sucede, sin embargo, que en el mismo barrio en el que creció, y en Francia y en Europa, viven millones de inmigrantes negros animistas, latinos cristianos o asiáticos hinduístas cuya frustración jamás desemboca en la matanza de herejes. ¿Cuesta asumir, y declarar, que tenemos un problema con un sector de una determinada fe a la que, por supuesto, no señalaremos?" Porque no está hablando de los fanáticos en general, de los asesinos en particular, que haberlos puede haberlos de cualquier credo o ideología, si no de que en un determinado sector de la inmigración florece, que es distinto que decir que abunda, cierto tipo de fanático que odia esa misma sociedad de acogida y todo lo que representa, que no asume nuestros valores y encima nos quiere castigar por ellos.

*en la foto de arriba el imán de Tarrassa que aleccionaba a sus fieles a cómo zurrar a sus señoras. ¿De verdad existe un Islám progresista que respeta la igualdad de género y la laicidad? Yo lo creía hasta hace muy poco, como que sé que haberlo haylo, sé también que apenas es testimonial en el conjunto de escuelas o tendencias islámicas, incluso que ni siquiera es el de los originarios de paises musulmanes sino de occidentales islamizados. Es lo que hay.

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