miércoles, 21 de marzo de 2012
ELOGIO DE PAUL WELLER
Estuve en The Jam 10 años, desde los 14. Pasaron cinco hasta el primer contrato. Ese grupo se llevó mi adolescencia. Era el momento de ir a otro sitio”, explica. No lo menciona, pero también disgustó a Polygram, su compañía. En 1983, tras The Jam, formó el dúo The Style Council de sonido negro y letras socialistas.
The Jam. Snap! (1983). Recopilatorio póstumo del trío y perfecta panorámica de sus logros y evolución. 29 himnos entre el mod, el punk y el soul.
Él, a quién la crítica acusaba de ser un mod nostálgico, el más reaccionario de los punks tomó decisiones artísticas cada vez más arriesgadas. En 1989 grabaron Modernism: a new decade. Un disco influido por el sonido del momento, el house. Entonces fue cuando Polygram se vengó: se negó a publicarlo y le despidió. “Me disgustó mucho. Yo les había hecho ganar millones y ellos me echaron”.
Tenía 31 años. Por primera vez desde los 17 estaba sin grupo y sin contrato. “Todo se desintegró. Tuve que volver a empezar, desde abajo. Reconozco que estaba muy subido. Aquello me ayudó a bajar a la tierra. A ser más humilde”. Su éxito inicial había sido tan fulgurante, que todo lo que no fuera un número uno se consideraba un fracaso. Hasta 1995, con su tercer álbum en solitario no recuperó ese trono.
The Style Council. Our Favourite shop (1985). Un gran disco propulsado por dos canciones perfectas: Walls come tumbling down y Shout to the top
El disco se llamaba Stanley Road, el nombre de su calle en su ciudad natal, la provinciana Woking. Aquella en la que su padre descubrió que Paul tenía más talento para la guitarra que para los estudios y decidió que les iba a sacar de pobres. Se cuenta que, cuando el crío tenía 14 años, el señor Weller tuvo que elegir entre pagar la reparación del amplificador del niño o la cuenta del teléfono. “Y nos cortaron la línea, sí”, interrumpe Weller. “Qué tío, ¿eh? Era un buen hombre, un muy buen hombre. Ni él, ni mi mamá tenían estudios. Él trabajaba en la construcción, ella limpiaba casas. No había dinero para mandarme a la universidad. La música fue su forma de sacarme de aquello, de librarme de una vida de trabajos de mierda”. Su padre fue su manager durante 30 años, su brazo armado hasta que el alzheimer se lo impidió. Falleció en 2009 de una neumonía. Y uno juraría que al duro Weller, impecable en su traje gris de sastre, con el peinado mod plagado de canas y la cara surcada de arrugas, se le humedece ligeramente la mirada. “Me enseñó la ética del trabajo. Soy de la vieja escuela, de los que creen que todo se consigue a base de esfuerzo”.
Paul Weller. Stanley Road (1995). Weller vuelve a lo más alto con su tercer disco en solitario el año de la explosión del brit-pop.
Pero esa falta de educación académica causó de su desencuentro con la industria y la crítica de su país. Muchos consideraban una ofensa el éxito comercial de ese arrogante paleto. Él exageraba su actitud de antiestrella para molestar a quienes consideraba unos esnobs estirados. La paz oficial no llegó hasta 2006. La industria británica le concedió un premio Brit especial “por su inconmensurable aportación a la música” y él aceptó ir a recogerlo en persona.
Jugosa y hasta tierna entrevista a toda página a Paul Weller en EL PAIS. La adolescencia a escena. De apenas capullo adolecente escuchar a The JAM era todo una exposición al prejuicio inmediato, poco importa que jamás te pusieras una parka encima o frecuentaras a los que sí lo hacían, en tratándose de colgar etiquetas la peñas siempre ha sido de un pronto que daba gusto, no te fueras a quedar si una. Que si eran los líderes de los mods tal y cual, que si no eran lo suficientemente rockeros o rompedores, incluso que salían al escenario de traje y corbata como homenaje a sus idolatrados grupos de los sesenta, incluso que admiraban a todo tipo de carcamales, su apego por la nostalgia, siquiera sólo sonora, no estaba nada bien visto, nunca lo está para la gente que presume de vitalidad de irrumpir allá donde van como si no hubiera nada a sus espaldas. Y de entre todas las tonterías la más recurrente del momento, que no estaban lo suficientemente comprometidos. ¿Con qué? A saber. En cualquier caso resulta curioso que The Jam y los mods en general estuvieran considerados aquí y en más sitios como un movimiento urbano y juvenil esencialmente de clase media o ya directamente de pijos. Curioso porque en origen, en su Inglaterra natal, era todo lo contrario, chicos de clase trabajadora que buscaban el arrobo del rebaño para divertirse, protegerse y poco más, si alguien lo duda que repase Quadrophenia.
En el caso de Paul Weller todavía resulta más paradójico. El futuro modfather era un retoño de la clase obrera sin cualificar, alguien que, como bien declara en la entrevista del EL PAÍS, si no se hubiera acabado dedicando a la música probablemente habría ido encadenando trabajos mierda. Sin embargo, fuera de la Pérfida Albión, años más tarde incluso, a Weller se lo consideraba el prototipo del pijo chuloputas a la greña con el resto de la muy comprometida, muy rompedora, muy del todo, peña de la eclosión punk de los setenta londinense.
Como que mientras The Jam parecían unos señoritos que se dedicaban a homenajear a sus ídolos de los sesenta, a versionar y fusionar la música negra con el rock puro y duro, a cantarle a la juventud y las cuitas de la vida urbana, el resto estaba a subvertir el sistema y otras grandilocuencias.
De ese modo, la paradoja continua si tenemos en cuenta la rivalidad entre The Clash, el grupo "borroka" por excelencia del punk, y los modositos Jam. El mítico líder de los Clash era Joe Strummer era hijo de un diplomático británico, de hecho el había nacido en Ankara durante uno de los destinos de su padre, su educación y nivel de vida, por lo tanto, fue la de un cachorro de la clase alta ilustrada y viajada. Así y todo, Strummer renunció a las prebendas paternas para dedicarse a su revolución permanente. Concienciado como pocos convirtió a The Clash en una máquina de consignas sonoras. También se convirtió él mismo en uno de esos individuos que a fuerza de darlo todo por una idea, por un compromiso con la causa de turno, acaba viendo al resto de sus semejantes por encima del hombro, poco más que gente que nunca está a su altura, no puede estarlo, o son unos flojeras o ya directamente unos putos fachas de mierda, no hay término medio posible.
En cambio, Paul Weller era todo lo contrario, hijo de obrero, alguien que hace de su chulería una autodefensa ante los ataques del la gente del mundo de la cultura y otras mierdas para los que siempre fue apenas otra cosa que paleto con ínfulas. Eso y que lo suyo no eran tanto hacer revolución alguna como dedicarse de lleno a su arte y punto, sobre todo a mejorar aprendiendo, a evolucionar, que es a lo que se ha dedicado Weller durante todos estos años desde sus diferentes grupos y ya de lleno durante su carrera en solitario.
Luego ya si te fijas en las letras de un grupo y otro, en las de los Clash apenas hay nada que no sea lo que decía, consigna, himnos para esto o lo otro, proclamas contra todo, la revolución las veinticuatro horas en la cabeza y ya en especial en las canciones de las dos caras de los antiguos vinilos. En el caso de The JAM y el resto de la producción de Weller, las canciones eran igual e incluso más comprometidas de lo que pretendían serlo las de Strummer. Como que hablaban de lo inmediato, de las cosas del barrio y la putada esa de ser joven lo bastante ignorante para entender nada.
Pero bueno, con comparar sólo en lo artístico las trayectorias de ambos ya está todo dicho, y porque uno este criando malvas y el otro siga llenando salas de conciertos, sino porque uno se quedó como mito de su época y el otro simplemente se dedicó a evolucionar, a reinventarse en lo que realmente importaba, de lo que iba la cosa, no tanto el shown bussiness como crear canciones para el disfrute ajeno, más no se le debería pedir a nadie.
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