jueves, 30 de junio de 2011
SANTA LUCIA
Holgazaneando sobre la cama con el ordenata mientras el enano ve sus dibujos de después de la cena. No sé cómo he llegado hasta esta canción, yo había empezado visionando vídeos de The Who como consecuencia de un capítulo de los Simpsons que he visto al mediodía con el mayor antes de que vinieran a raptarlo sus yayos durante una semana para llevárselo al occidente de Asturias. El caso es que he acabado con McClan en la pantalla, que, quién me lo iba a decir, cada vez me gusta más como mohicanos más que decanos de esto del rock en castellano. La canción, entre otras, una versión de la Santa Lucia de Miguel Ríos; a menudo me recuerdas a alguien, tu sonrisa la imagino sin miedo...
Al instante una catarata de recuerdos. Catorce o quince tacos, todavía no me habían echado de Sanvi, empezábamos a salir, a llegar tarde a casa, frecuentar lugares poco recomendables para unos mocosos como nosotros, empezábamos a darle al frasco, fumar nuestras cosas y, sobre todo, a cascárnosla a todas horas y casi como posesos; ya se sabe, la edad del pavo.
Entonces petaba lo suyo el Miguel Ríos, como que llenaba plazas de toros y todo. Nosotros, sin embargo, por lo general estábamos a otras cosas, a los casetes que birlábamos en las antiguas Galerías Preciados o los que grababan los hermanos mayores de sus discos de vinilo; mucho rock british, algo de Siniestro Total, Radio Futura y otros de la movida, también mucho grupo patrio a lo Itoitz, Errobi y compañía, todavía faltaban unos cuantos años para la explosión de la cosa aquella del Rock Radikal Vasco.
Con todo, como antes que nada ya habíamos caído en la tortura esa de perder el culo por las tías, a sufrir como pavos en Nochebuena cada vez una de ellas nos hacía tilín o algo así, cada vez que se nos ponía pina hablando con una, pues que apenas nos quedaba el Miguel Ríos para lo de ponernos ñoños que te cagas con una melodía que nos recordara la moza de turno, esa que por lo general no nos hacía ni puto caso porque lo más que veía en nosotros era unos putos críos, y a ellas, cabronas, siempre les daba más por los mayores, y cuanto más hijos de puta mucho mejor, así son.
Por esa época, los cuatro o cinco del cole que solíamos quedar a las tardes, y para alguna que otra escapada con el debido permiso paterno o no, andábamos bobos perdidos con una chavala que vivía cerca de la Avenida Gasteiz. No me acuerdo del nombre, mediana pero bien proporcionada, lo que para un adolescente viene a ser en exclusiva un culo ni que hecho para rellenar vaqueros y un par de tetas en su medida exacta, esto es, lo suficientemente grandes para destacar pero no tanto como para recordarte tu periodo lactante, amén de la melena castaña y una carita de ángel, de niña buena que no sabe qué hacer con esos dones que le ha otorgado la Madre Naturaleza y te habla como si esperara que tú le hicieras alguna sugerencia. Iba, faltaría más a esa edad, acompañada por la inevitable amiga gorda y fea que ejercía de fiel escudera, si no de agente artística por la que tenías que pasar, quisieras o no, para poder acceder a los favores de la estrella. La cosa era tan patética que a servidor ya entonces le daba una grima espantosa ir detrás de la pava aquella casi que en manada;¡haznos caso, haznos caso, dinos algo, cualquier cosa, aaaaaaahhhhhhh, me ha sonreido, anda que, casi mejor drogarnos...! Pero parece ser que no había que hacer aquellas tardes de entre semana en las escaleras de los bajos de los edificios junto al actuar Palacio Europa, que esperar a que la señorita se dignara en bajar a darnos audiencia acompañada, claro está, por su escudera.
Pero no quedaba otra porque una cosa era soñar con pillar cacho con la princesita de la calle Bolivia, siquiera sólo para tener luego a la noche la memoria fresca para la paja de rigor, y otra muy distinta andar encoñado por la vida como lo estaba Iñigo Diaz de Otazu. Los demás, Aitor Arina, Rubén Azkarate, Juantxo Lafuente, Roberto Gónzalez de Betolaza, no sé si me dejo alguno, que van con nombre y apellido porque si no esta remembranza a ritmo de youtube apenas tendría sentido, de los que algunos he perdido todo el rastro y a otros los veo menos de lo que me apetecería (a Juantxo sin ir más lejos hace un par de años en el parque Vicente Goikoetxea, su pareja estaba encinta, así que enhorabuena, a ver si nos vemos, joder. A Roberto hasta no hace mucho lo veíamos con su cría un sábado a la mañana sí y otro también; ya hace tiempo que no sé nada; de Rubén lo que le cuenta a mi madre la suya, casi siempre nada bueno; a Iñigo, protagonista de esta historia, ni puta idea, ni ganas) pues a verlas venir, a verla a ella con quién se iba, que solía ser una temporada con uno y luego con otro, llegar a las dos semanas con ella era lo más parecido a toda una vida de matrimonio. Ahora bien, entre paseo por el barrio, cogidos de la mano o casi, y alguna que otra incursión en el Aizkorri de la avenida donde los camareros hacían la vista gorda con nuestra edad, más que nada porque el humo no les permitía ver gran cosa, apenas había mucha opción a consumar una relación de pareja que se preciara, todo lo más esperar la hora de acompañarla hasta el portal de su casa a ver si ahí se animaba un poco la muchacha, como te diera un morreo o te dejara un ligero magreo ya tenías como para sacarle callos a la mano. Eso hasta que el Iñigo de los cojones se enamoró como lo que era, un niñato de mierda como todos nosotros, y le dio por exigir castidad y monogamia a la princesita de la calle Bolivia. Ella, sin embargo, no estaba mucho por la labor, y la escudera, que como ya he dicho se encargaba de repartir mal que bien el tiempo de su representada con cada uno de nosotros, se negó en rotundo a aceptar la exclusiva. ¿Que a ver qué coño le importaba a ella con quién estuviera su amiga? Pues eso nos preguntábamos todos, yo sospecho que era por el morbillo de saber de cada cual por boca de la princesita; lo típico, cómo la tiene ese, hasta dónde te mete la lengua el otro....
No se puso bobo ni nada el Iñigo, en plan todo me recuerda a ella, ¿con quién estará ahora que la amiga nos ha mandado a todos a tomar por culo, dicen que la han visto con tío diez años mayor que ella, que le hace de todo la muy cerda, por qué me hace esto a mí, precisamente a mí, el tío más guay de la Avenida Gasteiz? Un tostón de mil pares de cojones, como que no había escapada de fin de semana, esos que hacíamos por los alrededores de Vitoria en plan vamos pal monte pero sin exagerar, y ya en concreto hasta las cabañas de Monasterioguren, que eran unas cabañas de madera que gente de Vitoria tenía en el monte cercano al pueblo citado -el pueblo, por cierto, de la familia de Otazu-, y donde el tío de El Fary, esto es, de Aitor (al que vi hace dos años en las barracas de Mendizabala, que me abrazó todo efusivo, esas cosas que sólo hacemos borrachos los vitorianos y muy rápido, por si acaso, intercambiamos teléfonos y ahí estamos; yo, para qué engañarnos, la verdad es que le aprecio un huevo, que nos conocemos desde muy pequeños, y por ello no me importa escribirlo) tenía una para la de aislarse de vez en cuando a lo Jeremias Jonshon en pleno Montes de Vitoria, la que solíamos tirar la puerta para arramblar con todo el patxarán o lo que que guardara ahí el tío; menudas cogorzas montañeras nos cogíamos. Pues que íbamos para las cabañas cuesta arriba, y el Iñigo, que se había traído uno de aquellos aparatos de música antidiluvianos que entonces estaban de moda, esos que metías el casetes y era apretar con todas tus fuerzas una de aquellas teclas tremendas para que no se saliera la puñetera cinta, que sonaba como el culo. Pero oye, era lo que había, recuerdo que todavía andábamos con los vinilos. ¿Y qué canción sonaba una y otra vez, cuál era el ya viejo rockero que nunca moría en uno de sus primeros éxitos, qué dulce o ñoña melodía provocaba estampidas a su paso entre las ardillas, lagartijas y hasta algún que otro limaco? Pues sí, en efecto, esa misma;...invadido por la ausencia, me devora la impaciencia, yo si quiero conocerte y tú no a mí, ya sé todo de tu vida y sin embargo, no conozco ni un detalle de ti, el teléfono es muy frío, tus llamadas son muy pocos, me pregunto si algún día te veré, por favor, dame una cita, vamos al parqueeeeee…
Pues eso, que esta versión de McClan no está nada mal.
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