domingo, 6 de julio de 2014

CUANDO ELLOS NO ESTÁN EN CASA


Cuando no tienes a tus críos en casa te levantas un domingo cuando te da la gana. Cuando no tienes a tu críos incluso puedes levantarte después de haber dormido seis o siete horas (eso si no hay verbena en el barrio o cae una chaparrada como la de esta noche provocando una sinfonía a lo Bartok o Schoenberg sobre el cristal del velúx...). Cuando no tienes a tu críos puedes salir de excursión o a dar una vuelta por el centro cuando te da la gana, ir andando hasta allí y sentarte donde te apetezca sin estar todo el rato pendiente de ellos para que no se rompan la crisma o se lo rompan a otros. Cuando no tienes a tus críos en casa no tienes que tirarte una hora o más peleando con ellos para que se vistan para salir a la calle, no necesitas amenazarlos diciéndoles que los vas a tirar por la ventana o poner en venta en cualquier mercadillo; entre semana incluso puedes hacer recados o lo que sea sin pasar por el mismo trámite cada que vez que te surja uno. Cuando no tienes a tus críos en casa los días pasan más lentos y tranquilos, te cansas menos, peleas menos, se mancha todo menos, todo se hace más rápido, todo es más fácil, de hecho estás a un tris de alcanzar el punto zen famoso ese. Cuando no tienes a tus críos en casa incluso puedes hablar con tu pareja de cosas que no tengan que ver con ellos; si hay suerte hasta puedes pasar un día sin discutir con ella. Cuando no hay críos el tiempo te cunde que da gusto, avanzas un montón en lo que tienes entre manos, incluso te sobra para hacer otras cosas que tenías pendientes y no te digo ya nada para perder el tiempo en cosas como escuchar más música de lo habitual o el FB y similares (si bien yo para esto saco tiempo hasta de debajo de las piedras). Cuando no tienes a tus críos en casa hay ratos que hasta te permites el lujo de mirar a través de la ventana para ver a la gente que pasa por la calle, o por la noche al cielo para contar las estrellas. Cuando no tienes a tus críos descubres que todavía eres algo más que un padre. Y, sin embargo, cuando no tienes a tus hijos la verdad es que todo es más aburrido y a veces hasta te entran ganas de subirte a la chepa de tu pareja al grito de "¡Gerónimo!" y así poder recordar que se siente cuando ellos hacen una trastada y tú les regañas por ello.

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