martes, 8 de julio de 2014

SELFIES SANFERMINEROS



Viendo a la peña que corre el encierro sacándose selfies delante de los toros no puedo evitar acordarme de las pavas que perdieron la vida en un accidente de tráfico apenas unos segundos antes de mandar otros a unos amigos en los EE.UU. Pero no lo critico -mira, esto va a ser que no-, no me voy a poner estupendo en plan moralista despotricando contra la idiocia que nos domina, el imperio de la frivolidad globalizada y ya puestos contra la decadencia de los valores de las sociedades occidentales y bla, bla, bla. No, hoy no toca, y menos por esto de los selfies durante los encierros. Porque los entiendo, claro que sí. Tú no te pones a correr delante de los toros si no es movido por unas ganas irrefrenables de dar la nota, siquiera de pegarte un chute de adrenalina como pocos, como sólo te lo puede dar enfrentarte a la probabilidad, por muy remota que sea, pero ahí está, de que el asta de un toro te mande al otro barrio. Al fin ya la cabo ese es origen de la fiesta: unos mozos aprovechaban el traslado de los toros desde los corrales a la plaza de toros de Pamplona para hacer eso tan de la tierra del "¿a que no hay cojones...?." Y ahora los hay a mansalva y de todas partes, testículos de todo tipo y condiciones, sí, porque por mucha literatura que se le eche al asunto ponerse delante de una manada de toros es producto casi exclusivo de la insuficiencia racional que nos aqueja a los machos de tanto en tanto y según en qué situaciones por culpa de la dichosa testosterona (si bien ahí los litros ingentes ingeridos de todo tipo de mejunjes en vasos de plástico yo no sé si serían atenuante o agravante). Así que una vez decididos a jugar a la ruleta rusa, y teniendo en cuenta de que hace la tira de tiempo que no vivimos para nosotros mismos, esto es, para enfrentarnos a retos con nuestro propio ego, sino para satisfacer la imagen que creemos que los demás tienen de nosotros o más bien queremos que tengan, qué menos estando en pleno siglo XXI con todos los adelantos tecnológicos de los que disfrutamos, que sacarte un selfie delante de los toros a modo de constancia gráfica e indiscutible de que sí, en efecto, has tenido los cojones de correr en el encierro. Algo que cuando éramos chavales sólo podía ser confirmado por otro de la cuadrilla que hubiera corrido a tu lado y aún así todavía sobrevolaba la sospecha de que si los dos no estaríais mintiendo; ¡vais a correr vosotros, lo mismo que lo de ligaros a las australianas...! 

De ese modo, correr en el encierro, así como inmortalizarlo, es un ejercicio genuino del uso del libre albedrío, probablemente el más extremo de todos porque tiene que ver con la decisión de cada cual de jugarse la vida si le viene en gana. Por eso las críticas al encierro me resultan completamente fuera de lugar; en los encierros el único animal que se expone es el corredor, los toros sólo si son torpes y son de esos que se caen a la mínima o se asustan con una camiseta de Kukuxumuxu. 

Ahora bien, a mí en la puta vida se me ocurrió correr en el encierro, y eso que un año estuvimos a punto un colega y yo porque de la tranca que llevábamos encima no había manera de salirnos del recorrido y cada vez que los munipas nos mandaban por un lado acabábamos otra vez dentro; misterios sanfermineros. No se me ocurrió porque a diferencia de esos de la insuficiencia racional, servidor siempre ha sido de un cerebral que da asco. De modo que la sola idea de que uno pudiera perder la vida de un modo tan tonto y gratuito por culpa de bovinos y bobinos, me resultaba completamente fuera de lugar. Pero, ¡ojo!, no porque me considerara más listo que los que lo corrían, que de qué, ni siquiera porque desdeñara ese pujo tan masculino de desafiar a la muerte, al fin al cabo qué es la vida sino una carrera en el tiempo hacia sus brazos, de modo que de vez en cuando un acelerón... No, claro que yo también, y a pesar de la bilbai... fanfarronada esa de que si más cerebral y tal, he sido, y puede que lo siga siendo, víctima de ese pujo auto destructivo supuestamente consustancial a lo que hay en mis pantalones justo debajo de la hebilla del cinto, lo único que el mío siempre fue más acorde a mi personalidad, más pausado, en plan ir matándome poco a poco a base de borracheras indecentes y jamadas otro tanto. 

En cualquier caso, yo veo y leo sobre los Sanfermines y apenas siento ya nostalgia alguna. Más bien todo lo contrario, siento alivio, sí, alivio de no estar en medio de la jarana masificada con sus empujones, pisotones, conatos de intercambio de pareceres a base de hostias, el calor insoportable de los baretos de lo viejo, el infierno sobre la tierra junto a una barra en una barraca política, la tensión sexual siempre sin resolver con todo lo que se moviera, aquella especie de ataque epiléptico que le daba a uno a altas horas de la mañana al lado de cualquier bafle que estuviera a mano, esos momentos de pérdida absoluta de la consciencia hacia las primeras horas de la mañana del día siguiente, las resacas de campeonato, la depresión poschufla en el tren de cercanías de vuelta a casa... 

Nos vamos haciendo mayores, de hecho ya lo somos, tanto como que cuando llegan estás fechas y uno ve por la tele u oye por la radio la información, chorra de necesidad, que dan sobre el desarrollo de los Sanfermines, lo único que me emociona de verdad, casi que hasta ponerme la piel de gallina, y quién lo diría con lo punk, rockero que ha sido uno, es escuchar el sonido de los txistus (como hoy a la mañana por la Euskadi Irratia, la cual oigo todas las mañanas por internet mientras trabajo o algo así, que tocaba la banda de txistularis de Tolosa, y sobre todo, que no me lo explico, el sonido de la dulzaina (yo ya no puedo decir de la "gaita" porque mi señora asturiana cada vez que oye lo de los "gaiteros de Estella, o de Laguardia" se me pone de morros y me dice que "¿esos gaiteros, de qué?) como el otro día en la tele durante el txupinazo. En fin, quién me iba a decir a mí esto mío con el folclore, yo que todavía tengo en mis sueños la banda sonora de The Clash, Ramones, Hertzainak, La Polla y por el estilo.

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