domingo, 21 de septiembre de 2014

¡QUÉ LEJOS ESTÁ ESCOCIA!



Los escoceses han dicho que no a la independencia. A mí, supongo, me trae sin cuidado, no sé de las razones de unos y otros tanto como para tener una opinión definida y tampoco creo que tendría que posicionarme a favor o en contra como lo han hecho ellos porque no me concierne. Ahora sí, lo que sí me atañe es el hecho en sí de que una nación sin estado como Escocia haya podido decidir su futuro una vez que una mayoría clara a favor de la independencia hubiera ganado las elecciones a su parlamento, motivo por el que el primer ministro británico Cameron propuso el referendo sin otra disyuntiva que la del SI o el No. Y no sólo eso, también me conforta, casi que hasta me emociona, que lo haya hecho tras un largo proceso que casi todo el mundo tacha de ejemplar. Esto es, un proceso en el que todo el mundo ha podido exponer sus puntos de vistas, ha podido debatir allá donde fuera necesario, un proceso en el que además casi nunca, o al menos no los principales responsables públicos, han perdido las formas, que no se ha insultado al contrario, no se le ha amenazado directamente -otra cosa son los vaticinios catastrófistas sobre la viabilidad económica del hipotético futuro estado escocés, tan interesados como el triunfalismo de los del otro bando cifrado casi que en exclusiva en los pozos petroleros, el turismo o la exportación del agua de la vida-. Supongo que habrá habido exaltados con el vecino en el curro o el pub, claro que sí, pero como la socio-política al fin y al cabo es una cuestión de porcentajes creo que los que predominan nos dejan el relato de una sociedad increíblemente madura y democrática. Claro que me equivoco, porque sería increíble si no habría habido antes otros precedentes, como parecen hacernos creer los que escriben o hablan al dictado de otros, dando a entender lo excepcional de lo de Escocia como si antes no hubiera habido otros referendos independientemente de su resultado,o victorias independentistas que llevaron a una separación inmediata, igual de ejemplares, por demócratas y pacíficas, en Quebec en 1980 y en 1995 con dos resultados negativos para los independentistas, en Checoslovaquia dando lugar a la partición en 1992, en Noruega en 1905 para separarse de Suecia. Ejemplos que no se citan porque, faltaría más, siempre que toca hablar de independencias mejor hacerlo de los ejemplos sangrientos de la antigua Yugoslavia o la actual Ucrania, esto es, siempre en negativo, como dando a entender que hay un principio de efecto y causa innato en ello. 

Pero ahora toca Escocia y las lecciones e impresiones que podemos sacar son innumerables. Yo destaco las mías, y sin que por ello sean originales. Las primeras me remiten a mis compatriotas de la izquierda abertzale que durante décadas apostaran por la vía armada para reivindicar un derecho a la vez que causaban dolor a raudales. Sólo señalar con el ejemplo de ayer todavía latente deberían echar la vista atrás y recapacitar sobre lo mucho que tienen que hacerse perdonar todavía y también sobre lo estúpido y baldío de haber martirizado durante todo ese tiempo al país por el que decían luchar, matar. Y también, también, habría que destacar el ejemplo que da este referendo para los que confunden la voluntad de los correligionarios con la de todo el conjunto. Me refiero al equívoco que provoca en los ánimos patrióticos la omnipresencia de los símbolos propios en todas partes en detrimento de los de los otros, las manifestaciones masivas de los ya convencidos, un supuesto entorno ambiental favorable en la sociedad -producto acaso de la arrogancia de los que creen su ideología mayoritaria y de la simulación de los que se ven como minoría; y esto por no hablar de la intimidación de la violencia de ETA durante el tiempo al que me refería antes- y, así en general, lo mismo que ha pasado en ciudades como Edimburgo donde los carteles por el SI colgaban por todas partes, las manifestaciones otro tanto, y sin embargo ha ganado el NO con una rotundidad mayor que la del conjunto del país. Dicho lo cual, estimo que el independentismo vasco, como opción tan legítima como el unionismo españolista, debería aprender y mucho de los modos y medios de Salmond y los suyos aunque estos hayan resultado perdedores, siquiera en lo que respecta a poner siempre por delante el respeto al adversario y los valores democráticos y pacíficos. Ponerlos de verdad, no por estrategia o conveniencia temporal, no para sortear ilegalizaciones o recabar los votos de los que siempre renegaron de la vía armada. Deberían, es mi opinión en el país en el que tener una todavía te condena al sambenito del bando de turno, renegar de ETA y su legado.

Y no sé si habría lecciones para el unionismo, teniendo a este como el deseo o compromiso de que España permanezca unida como hasta ahora, si bien el discutir o establecer cómo y para qué es precisamente lo que a algunos nos puede hacer más o menos unionistas, esto es, dependiendo de la alternativa que se nos ofrezca, si la de la España una, grande y libre de molestos particularismos o la España plural de pueblos y naciones con sus respectivas particularidades y modos de organizarse. No sé qué lecciones se podrían sacar de lo sucedido en Escocia para los que antes del referendo despotricaron todo lo que pudieron y más contra él, los que pronosticaron todo tipo de desmanes en el caso de vencer el SI, los que se empeñaban en decir que nada tenía que ver con España y las reivindicaciones de sus nacionalismos periféricos al mismo tiempo que hoy se felicitan por el resultado del NO. Spain is different cuando les interesa, esto es, lo de fuera sólo vale para España cuando le conviene a su Estado, entre tanto a tirar de "hecho diferencial" con lo de "lo que allí es democracia aquí ya no tanto, no vale, "semos" diferentes del resto de la humanidad". Porque en España ni siquiera se discute la posibilidad de un referendo para lo de Cataluña o del País Vasco llegado el caso. En España es imposible un referendo como el de Escocia porque en España no se discute con el otro, se le descalifica, se le insulta, se le demoniza. En España no se debate, se imponen las cosas y las ideas por cojones, casi todo se hace por cojones o se prefiere hacerlo así, parece el súmmum de la dialéctica patria. En España la ley no permite cuestionar su unidad, se diría que la idea misma de España está por encima de la voluntad de los españoles, que es un precepto sagrado que los supera, los somete, no son dueños del país, más bien es al revés. De hecho esa es la base de la actual constitución, como antes lo fue de otras, elevado a la condición de texto cuasi sagrado siempre y cuando no vengan de fuera a decirte que lo cambies. En España si la mayoría de un territorio reclama separarse del conjunto simplemente se les tacha de locos, traidores, insolidarios, paletos, canallas, todo lo peor. En España no se discute con esa gente, no merece la pena hacerlo, y por eso tampoco se argumenta para convencer al otro de la conveniencia de permanecer en España por todo lo que nos une y a pesar de todo lo que nos separa. En España aceptar la vía plebiscitaria para resolver los conflictos sería aceptar también que la democracia consiste precisamente en eso; inaceptable. En España simplemente se prohíbe a la par que se descalifica y hasta se amenaza. En España, cuya tradición democrática es la que es, cuyo pasado es el que es, se repiten los mismos errores una y otra vez. El más grave de ellos pretender que se puede mantener tal cual un territorio cuya mayoría social reclama un cambio, que se puede obviar el hecho de que esa mayoría no quiere ya formar parte del mismo estado. España repite por lo tanto el mismo error que en Cuba; "Cuba es España, son españoles, jamás renunciaremos a esa parte de nuestro territorio, el problema es que los cubanos son unos..." Huelga recordar lo que sucedió y cómo. Pero en esas estamos, aferrados al XIX porque parece que no nos tomamos muy en serio el XX y el XXI con eso de la democracia, como que a veces parece no más un apaño para lo de dar el pego y ser admitido como estado moderno por el resto de países de nuestro entorno inmediato. En España las élites políticas y económicas simplemente desconfían del ciudadano español, probablemente porque no crean que exista, por eso quizás ven en todos nosotros eternos menores de edad que no saben lo que les conviene, que no pueden decidir por sí mismos, que hay que tutelarlos a su pesar, que hay que pensar por ellos. Empero, lo más curioso de todo es la escasa o nula confianza que los defensores a ultranza de la unidad de España tienen en ella misma como proyecto, en todo eso que dicen defender, ya sea el pasado compartido, los lazos de todo tipo compartidos, las bondades de la unión en sí; se diría que desconfían de su oferta, que la ven viciada por algún lado y de ahí ese miedo a refrendarla frente a los que la cuestionan. En España, por lo tanto, resulta casi imposible sentirse un ciudadano de verdad por muy exagerada o estrambótica que parezca esta conclusión, y si no, por qué tanto miedo a la democracia, al debate, al cuestionarse a sí mismos.

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