Esta mañana en la cafetería. Rajoy -sí, el de los sobres cuando era ministro y el de "¡Luis, se fuerte!"-, en la pantalla del televisor dice que es injusto y falso afirmar que todos los políticos son corruptos y que cuidadín con los que van de puros y prometen limpieza, que esos son los peores, que entiende el cabreo de los ciudadanos, admite que han aparecido corruptos en su partido, unos "hilillos", pide perdón por ello y pelillos/hilillos a la mar, aparte de eso todo en orden. Aplauso generalizado, onanismo parlamentario, no hemos venido aquí a entonar mea culpas, ni siquiera a plantear verdaderas medidas anticorrupción. ¿Para qué si, como dice el presi, los corruptos son unos pocos, si todo lo demás funciona a la perfección? En realidad parece que esta mañana sus señorías han acudido al Congreso a felicitarse por haberse conocido y ya de paso también a despotricar contra las encuestas. Pero, en eso que el gigantón que desayuna junto a la barra, el mismo que unos minutos antes ofrecía sus inmensos brazos para calentar a la camarera venezolana que decía tiritar de frío, se levanta para salir a la calle a fumarse un pitillo y al pasar a mi lado sentencia: "¿Unos pocos? ¡Están todos pringados, todos!". Así que lo tienen difícil, pero que mucho, Rajoy, Sánchez y si me apuran hasta los partidos pequeños y ello independientemente de que hayan tenido consejeros en las cajas o no, de que propongan hoy un decálogo milagroso para acabar con la corrupción y sólo lo voten ellos. Y claro que no, no todos los políticos son corruptos. Claro que unos tienen entre sus filas más que otros y ni siquiera esa, porque no es una cuestión tanto de estadística como de escalafón. Pero sobre todo es un problema de voluntad; difícil aprehender la gravedad del momento en toda su situación cuando vas por la vida viendo "hilillos" en cada problema que se te presenta.
jueves, 27 de noviembre de 2014
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