Anoche a la hora de la cena, que le da al canijo por gritar: "¡este ha sido el peor día de mi vida!". Y claro, yo alucinando en colores; "¿de dónde habrá sacado este mico semejante expresión¡", siquiera porque ni yo ni su madre solemos usarla, ella porque es una mujer sería y diligente que no acostumbra a decir ese tipo de bobadas, y yo porque todos los días son para mí la misma mierda, vamos, porque soy todo lo contrario. Así que repaso el día del canijo para intentar averiguar qué motivos o circunstancias han podido inducirle a pensar que el de ayer fue el peor día de su vida. Sé que se levantó como todos los días, que yo lo desperté a gritos y con cosquillas, que lo vestí en plan rodeo americano o aquello que se hacía antes en las fiestas de los pueblos de la captura del jabato. Sé que desayunó mal como todos los días, que apenas lo hizo, que hubo que obligarlo a lavarse los dientes y la cara, a ponerse los zapatos y la chaqueta, a peinarse, a todo . Sé que lo llevé al cole enfurruñado como todos los días, que al entrar a clase ni me dirigió una mirada. Que al ir a recogerlo al mediodía a la salida de clase torció el gesto y refunfuñó nada más verme de pura decepción porque era yo y no su madre. Que cuando le inquirí por su jornada escolar me contestó que mal, que si la profe le regañaba todo el rato, que si nadie quería jugar con él, que si el hamaiketako (almuerzo) estaba malo, que no sabe para qué va al colegio si no aprende nada. Y ya en casa de nuevo malas caras y pedorretas cuando le puse el cuenco con el puré de vainas, zanahorias y patatas, que no lo comía, que le daba asco. Y yo que lo amenazo con encerrarlo en la terraza, que cuando estoy a punto de arrastrarlo hasta ésta se pone a comer el puré a toda pastilla, que luego ya el escalopín tan tierno y rico que le había preparado que me lo comiera yo, y de nuevo la ronda de amenazas, amagos de conducirlo al cadalso, lloros y rabietas para que le levante el castigo y vuelta a empezar. En fin, a la tarde jugando con su hermano que si no me deja jugar con él, que si me ha pegado y si no da lo mismo porque la cuestión es berrear para sacar de quicio a los de alrededor, que a ver qué hago ahora que mi hermano se ha ido a inglés, a quién martirizo, que odia la lluvia porque no puede bajar al parque, que si odia también los puzzles que hace conmigo, que no quiere dibujar porque está muy cansado, que si ha visto todos los dibujos de la tele y se aburre, que prefiere la merienda que le pone su mama, que a ver cuándo viene ésta para que lo deje en paz, que por qué se tiene que bañar y lavar el pelo, que por qué le tiene que poner el pijama también papá, que la cena es la mejor comida del día porque se la hace su mama, que si hoy ha sido el peor día de su vida, mama, mamacita, te quiero mucho... Pero claro, después de este somero repaso del día soy incapaz de distinguir nada que haya podido inducir al enano "repunante" -¡ojo!, no repugnante sino "repunante" sin g, término asturiano que define a todos los "nenus" tocapelotas de su edad- a pensar que el de hoy ha sido un día especialmente malo para él, que de qué, si en realidad, en apariencia más bien, ha sido igual de malo que todos los de su corta e irritante existencia durante los últimos cinco años. Y menos mal que el enano todavía no distingue el lunes del resto de los días de la semana.
martes, 4 de noviembre de 2014
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