De momento la lectura de los primeros capítulos de El Cura y los Mandarines de Gregorio Morán me está sirviendo para reavivar un viejo prejuicio personal acerca de cuán profunda y latente es la impronta de la educación, no sé yo hasta qué punto católica o sobre todo nacional-católica, de todos aquellos de nuestros mayores que frecuentaron tanto las aulas de los colegios de curas como la de los seminarios y que ya luego más tarde dieron en supuestos agnósticos de mente también supuestamente liberal, de cuando dicho calificativo era sinónimo, casi que en exclusiva, de librepensador y así. Lo digo porque viendo de dónde venimos, como mínimo de cuarenta años de un páramo intelectual en el que sólo se divisaban sotanas y sus derivados, una España cerrada a cal y canto a todo lo que se cocía fuera y en la que las pequeñas rebeldías personales eran mínimas o a la altura del mero pataleo, así como las intelectuales poco más que por aproximación, de oídas, cómo extrañarse luego de ciertas actitudes de esos mayores que en principio acreditan cierto nivel, siquiera ya sólo un certificado de estudios, casi todos antiguos seminaristas en lo que respecta a mi entorno más inmediato, en las que destacan el horror ante las opiniones contrarias o el descrédito inmediato y absoluto del que las tiene cual hereje de lo cotidiano, y ya más en concreto expresiones del tipo "eso no se puede decir","eso es que no porque no y lo que es no no puede ser" o "¿quién eres tú para poner en tela de juicio eso o a ese? ¡Sacrilegio, sacrilegio!". Todas ellas, por supuesto, muy indicadoras del inquisidor que, quieras o no, genera una educación pasada en su mayor parte por el tamiz de la escolástica. En cualquier caso, viejos tics inquisidores que incluso podemos reconocer en nosotros mismos y que revelan una educación poco dada a la confrontación de ideas y sí a la asunción del dogma tal y como parece ser la española en particular y la católica por extensión. Ojo, que no digo que no hay inquisidores, dogmáticos o totalitarios a todas las escalas también entre los luteranos y por el estilo. Sólo apunto, opino, que allí donde ha prevalecido la sucesora de la religión oficial de Constantino con toda su parafernalia imperial en lo ceremonial, intelectual y estructural prácticamente intacta, el librepensamiento siempre fue una excepción sañudamente perseguida y de ahí que la Historia con sus estadísticas y evidencias sea categórica a la hora de evaluar dónde, cómo y por qué la libertad de conciencia, la tolerancia y la ciencia proliferaron más y mejor y dónde, cómo y por qué en otras partes siempre fuimos a rebufo. Y como muestra un botón: ¿cuántos se han enterado en España del mazazo que el gobierno pepero ha dado a la enseñanza de la filosofía y cuántos al enterarse no han podido sino torcer el gesto cuando otros se escandalizaban juzgándolo simple postureo porque en el fondo mejor más inglés e informática que lo que debe primar en la obligatoria son las técnicas para encontrar un buen trabajo, para todo lo demás que vayan a la wiki. Pues eso, un país esencialmente agrario y ágrafo que resume su concepción del mundo en ese dicho popular que habla de un pico y una pala.
jueves, 7 de enero de 2016
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