jueves, 18 de enero de 2018

MISERABLE




Hace ya un buen rato mientras me tomaba un café, empiezo a oír a mis espaldas el rapapolvo que un tipo que le echaba a un crío al que, claro está, he supuesto su hijo: "Que sea la última vez que os tengo que levantar a gritos, en qué cabeza cabe, si es que donde no hay no se puede sacar, cuando yo digo que hay que hacer una cosa se hace y punto." Un padre como cualquier otro con su discurso, no por rancio, menos habitual. Sólo que acaso un poco fuera de lugar, porque era obvio que era una bronca en diferido, Y por eso y sólo por eso, aunque puede también por ser la cafetería un lugar público con la consecuente humillación añadida para el chaval abroncado, también un tanto violenta para un servidor. Pero claro, el padre está en todo su derecho, que anda que tú no has usado a veces expresiones parecidas, si bien que sólo en caliente y arrepintiéndote al instante del tono usado. Pero, qué se le va a hacer, al guaje objeto de la regañina le ha tocado un padre gilipollas y eso es todo, a apechugar toca, en familia.

No obstante, el tipo sigue continúa con su reprimenda y lo que oigo me hace cambiar completamente la perspectiva del asunto: "Eso lo haces cuando estés con tu padre, conmigo ni se te ocurra volver a llegar tarde al colegio, conmigo es oír una palabra de mi boca y poneros todos firmes, lo que hagas o dejes de hacer en casa de tu padre me lo paso por el forro de los cojones." Y sí, en efecto, ya no era cosa entre un padre y su hijo, ya era un tercero, alguien en vete a saber qué tercer grado de extrañeza, que estaba amedrentando a un crío a su cargo y por lo que fuera, alguien que hacía uso desmedido de su autoridad sobre una persona a la que no le unía vínculo biológico alguno y por lo tanto, sospecho, todavía menos legal.

Así que no he podido evitar darme media vuelta para descubrir qué elemento es capaz de hablarle de esa forma a un niño que no es su hijo, esto es, a una persona sobre la que como mucho tendría tener una autoridad delegada, esas que siempre se deben ejercer con guante de seda por principio. Y lo he hecho, lo reconozco, embargado por la furia que me suele embargar en este tipo de asuntos, esa que, aunque yo lleve décadas sin ponerle la mano encima a nadie, otra cosa es intercambiar algún que otro improperio con el hideputa de turno, siento que me haría feliz si tuviera la ocasión de, por lo que fuera, coger al tipo del pescuezo y estamparle la cabeza contra la mesa repetidamente hasta dejarle el rostro irreconocible a ver si así le daba por cambiar de vida o cuanto menos de actitud ante ésta. Pura fantasía, porque ya digo que hace décadas que no me doy de hostias con nadie y tampoco lo busco ni me agrada especialmente. Creo que la última hostia que he repartido, porque recibir parece ser que todavía estoy a falta de unas cuantas de ellas, dicen por ahí, se la llevó uno de mi cuadrilla hace casi treinta años, de la cuadrilla extensa me refiero, la de para el bebercio en manada, no esa otra de íntimos de toda la vida y así, porque me estuvo importunando toda la noche física y verbalmente, me temo que porque pensaba que había tenido un algo con su chica, que ya digo que no, pero ello, cuando a uno se le mete en la cabeza una cosa, pues que al final se la tienes que quitar de una hostia a ver si te deja de dar el coñazo con sus pajas mentales y sobre todo de amagar soltártela él primero después de obsequiarte con una sucesión de patadas y empujones en plena jarana etílico-festiva. El caso, que se me va la pinza, para variar, es que menos mal que uno está más o menos civilizado y es consciente del abismo que va de entre lo que imagina cuando le hierve la sangre y lo que sería capaz de hacer llegado de verdad el momento.

Total que me giro y he ahí que el capullo en cuestión era un puto enano con barba de chivo, gafas de culo de vaso, cuarenta tacos o así, un esmirriado de metro y medio y mala baba a raudales. Vamos, lo que viene a ser un puto tirillas en el lenguaje técnico de la calle, un mierda que no tenía ni media hostia, y conste que no lo digo por la estatura y el aspecto sino por su actitud. Y entonces todo empieza a cuadrar, no falla, el miserable de turno acomplejado haciendo uso perverso de su mínima cuota de autoridad sobre un ser todavía más débil que él. Lástima, qué otra cosa podía sentir sino por el chaval. Sobre todo a la vista de que la que parecía su madre no hacía ni amago en poner en su sitio al otro adulto, un miserable como la copa de un pino. En fin, pues eso, apuntes para un hipotético drama, qué si no, una mirada ceñuda no resuelve nada, acaso ahuyenta al monstruo un rato; pero luego, luego quién sabe lo que le deparará a ese chaval en compañía de semejante cafre.

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