martes, 19 de julio de 2011

CERVEZÓN EN LA CASA VIEJA



Ya dicen que este verano va a ser una montaña rusa meteorológica. Hoy ha amanecido con nubes y llovizna, tocaba ponerse pantalones largos y salir con paraguas de mano. Ayer, en cambio, lucía el sol discretamente, pero lo suficiente para que servidor decidiera bajarse hasta Vitoria a través del bosque de Armentia, decidiera escapar de su madre, la cual ya no se conforma con interrumpirme cada dos por tres cuando estoy trabajando con el ordenata en mi habitación, sino que encima me ve salir y se me escandaliza porque a ver a qué hora pienso comer si me voy ahora a andar, que lleva toda la mañana preparando unas vainas y a ver si se las va a tener que echar al perro. De modo que casi no salgo andando, más bien lo hago al trote, como alma que lleva el diablo, si permanezco un segundo más en esta casa doy en loco.

Ya en el bosque de Armentia, que empieza apenas a cien metros de la casa de mis padres, vas con la radio del móvil puesta y ni te enteras. Además, como te conoces el recorrido al dedillo ya no te pierdes por cualquiera de los mil y un senderos paralelos que atraviesan el bosque, y que lo mismo te conducen hasta la carretera que da a Jundiz, a la pieza que corre paralela a la de Lasarte o directamente al puticlub de Ariñez. Una gozada de caminata bajo las copas de los árboles, al abrigo de estas frente al calor, el aroma de la vegetación en estío, la fauna minúscula y molesta revoloteando a tu alrededor, alguna ardilla loca, jabaliés despitados o zorras buscando uvas, los enanos saltarines del bosque y hasta un basajaun que luego resultó un empleado peludo del ayuntamiento, en fin. Luego ya en Armentia toca besar al Santo y bajar por la Senda hasta el Prao o desviarse hacia el Portal del Castilla. Como no tengo tiempo y además empiezo a acusar la fatiga, no voy más allá del barrio de Ariznabarra. Compro el periódico y me dispongo a tomar una birra reparadora de la larga caminata. Luce un sol de mediodía, de modo que busco una terraza por la zona. De repente veo una en la antigua casa de Etxezarra, la casa donde dicen que durmió Napoleón a su paso por Vitoria por gentileza del dueño de la casa, el banquero vitoriano Fernando de Lacuesta. La casa la he conocido toda la vida en ruinas, cerrada a cal y canto, un caserón de piedra en medio de los edificios de pisos, a pocos pasos de otros edificios emblemáticos de la ciudad como la antigua sede de la CC.OO, la actual de la Cruz Roja, la antigua fábrica de Areitio –hoy zona de pisos de lujo-, alguna que otra capillica cuyo nombre no me acuerdo, y las primeras casonas de inspiración vasco-francesa de la Ciudad Jardín. La casa, con su aureola napoleónica y su abandono en medio de los edificios mordernos del Portal de Castilla, albergaba no sólo un pasado rico en Historia sino también algún que otro fantasma y leyenda negra de esas de las que hacen las delicias de los niños. Hoy en día, en cambio, la casa ha sido primorosamente restaurada, con su inevitable añadido modernista incluido, y parece ser que alberga un centro social, un restaurante y varias viviendas de lujo en un añadido de su parte trasera. Con todo, y visto el precioso resultado de la rehabilitación, lo coqueto de la terraza en uno de sus flancos donde fui de cabeza a sentarme a leer el periódico y tomarme un cervezón, servidor, que en su momento de estudiante de Historia se dedicó a rastrear momentos o anécdotas de la Historia local, no pudo sino pensar en el desconocimiento que existe acerca de un hecho, nimio, relacionado con esta casa, y que no es otro que el que albergara en su momento el último jardín histórico, de estilo romántico, privado que hubo en Vitoria, diseñado por el mismo arquitecto francés que diseñó el jardín romántico de La Florida. Del momento de su inauguración y su destrucción me remito a este extracto de la Asociación Cultural Landazuri:

Aquel jardín espectacular no sólo lo pisó Napoleón, sino que lo visitó la reina Mª Josefa Amalia de Sajonia el 8 de octubre de 1819 cuando iba camino de Madrid a convertirse en la tercera esposa de Fernando VII. Eulogio Serdán, en su "Historia de la ciudad de Vitoria" nos lo cuenta de la siguiente manera:
Se anunció al Ayuntamiento que la Reina deseaba dar un paseo por el camino de Castilla, y así lo hizo, saliendo en coche a las doce, dirigiéndose a las afueras y deteniéndose en la casa de campo del Sr. Cuesta (Etxe-zarra), cuyo vasto jardín visitó cogiendo flores y una hermosa pera que comió ofreciendo parte a sus damas.

En las mismas fechas en que las palas excavadoras destruían aquel jardín, por "necesidades" de la nueva planificación urbanística de la zona, se estaba restaurando la casa-palacio de Landázuri. Eran los años 1977-78 y los promotores de la restauración tuvieron la feliz idea de recuperar los elementos decorativos del jardín de Etxe-zarra (casa vieja en vasco) para recrearlo de algún modo en los espacios que rodean la casa-palacio. Se le dío una forma parecida, dentro de lo que permitieron las posibilidades espaciales, y plantaron similares especies de árboles y arbustos, de modo que hoy en día, quien lo visite, también podrá coger una pera que cuelgue de la pérgola, tal como hizo la joven reina Mª Amalia.


En fin, ya digo que del jardín de marras sólo nos queda la imaginación, y acaso también el rincón donde ahora está la terraza donde me tomé una cerveza en copa después de haberle pedido al camarero del restaurante que hay en uno de los bajos de la casa: el botellín de cerveza más grande que tengas. A lo que el camarero, un cincuentón con barba cana con inequívoco acento local y la socarronería otro tanto, ni corto ni perezoso, pero bien que se le notaba la sonrisa torcida al muy cabrón, me saca una botella de litro de una cerveza de importación:

-¿Qué pasa pues, no me dirás que un mocetón como tú no es capaz de beberse esta botella?
-Claro que sí, nos ha jodido, esa y dos más si hace falta, pero no es cuestión de llegar dando tumbos a casa de mis padres para comer.
-Bueno, bueno, mejor te pongo una de barril en copa.
-Mejor, mejor.

Pues eso, se nota que uno está en casa.

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