viernes, 8 de julio de 2011

LA CÓLERA DE AGIRRE



No siento simpatía alguna por el PNV, juzgo que su idea de lo vasco está viciada de raíz por su poso sabiniano, es decir, una concepción esencialmente racista, falsa y hasta folklóricamente cantábrica, vizcaína para ser mas exactos, que hace difícil reconocerse en ella al resto de Euskal Herria, que aleja a los navarros y no pocos alaveses de un nacionalismo que se nutre de las patrañas y delirios de su fundador, que ignora o desprecia el hecho de que el verdadero eje de la identidad histórica y política de lo vasco no es otro que el Reino de Navarra y su historia la de un continuo acoso y derribo por parte del vecino castellano hasta su extinción final. Sin embargo, eso no me impide reconocer que el saliente diputado general Xabier Agirre me resulta simpático. También es verdad que, en general, las personas me resultan simpáticas, por encima de su origen, color político o lo que sea, al menos hasta que me demuestran lo contrario.

Me cae simpático Agirre porque, diferencias ideológicas a un lado, lo consideraba un político de raza y sobre todo honrado, un político curtido desde la clandestinidad en la época en la que muchos de los actuales mandamases del PP en la provincia, o más bien sus padres, eran los que también dirigían el cotarro al amparo de una dictadura como la de Franco, no nos olvidemos ni nos engañemos, memoria, memoria. De ese modo, pasito a pasito, verdadero y fiel aparatich, ha desempeñado diversos cargos dentro y fuera de su partido hasta alcanzar el señor de Diputado General, el cargo de mayor relevancia para cualquier alavés, aquel que en su tiempo, el del régimen foral hasta su abolición tras la derrota carlista, tenía el mismo rango que un virrey americano, esto es, que por encima del Diputado General sólo estaba el rey de España.

Agirre podrá ser cualquier cosa, perro fiel de los suyos, un peligroso nacionalista para otros, incluso un político poco o no lo suficientemente cualificado, poco carismático para algunos, gris y dantzari. Sin embargo, no se le puede negar la presteza con la que apartó a los miembros de su partido acusados de corrupción por el caso De Miguel. No se le puede negar incluso el estupor que le supuso la noticia del tinglado que su colaborador tenía montado con otros jeltzales de pro. No se le podrá negar o sí, porque siempre hay alguno, muchos en aquella tierra, que sí lo harán porque para ellos lo único determinante a la hora de juzgar a una persona es el color de su ideología, el bando al que pertenece como en los mejores y lejanos tiempos de los Oñacinos y Gamboinos, siquiera porque piensan que todo vale a la hora de denigrar al adversario y acaso también porque al enemigo ni agua, ni siquiera la condición de buena persona si lo fuera. Esos y no otros son los que me caen antipáticos, los que hacen de la convivencia entre diferentes un infierno o cualquiera de sus sucedáneos.

Pues bien, tras el pifostio montado ayer por Agirre al denunciar los tequemanejes de los de Ezker Batua en las negociaciones para conseguir su voto para la elección de Agirre como Diputado General, sólo queda aplaudir su resolución a la hora de denunciar estas públicamente. Luego le dirán que por qué entonces y no antes, que de qué se queja si todos son iguales. Lo primero es más que obvio, lo segundo es digno de los antipáticos esos que no están dispuestos a reconocer la decencia ni la valentía del adversario aunque la tengan delante como muestra el vídeo.

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