sábado, 9 de julio de 2011
EL POETA O EL BUFÓN
Leía a la mañana una crítica literaria en Babelia acerca de los incondicionales españoles de Thomas Bernhard, la cual casi me la he tomado como algo personal. Decía una tal Cecilia Dreymüller que no entendía, o la menos no del todo, el predicamento del autor austriaco entre varias generaciones de escritores peninsulares, siendo este un escritor tan desmedido, amanerado, con Austria como eje de toda su obra, y en el fondo antimoderno. Decía también que sería interesante averiguar las afinidades que motivaron dicha adopción literaria, que ella como mucho sólo alcanzaba a atribuirlas al acerado antifascismo y anticlericalismo de Bernhard.
Pues bien, dejando ya de entrada a un lado el hecho de que servidor cuando oye o lee al alguien descalificar a otro con el epíteto de antimoderno en seguida tiene a imaginarse un gilipollas integral, la verdad es que sorprende la escasa perspicacia de la señorita Dreymüller al no acertar a vislumbrar lo mucho de hispánico que tiene precisamente Bernhard con su desmesura, su amaneramiento y esa obsesión por lo propio, que no es otra que la batalla personal del autor con su entorno, el entorno que le ha tocado en suerte y que lo asfixia con su cerrazón, su conservadurismo a machamartillo y la hipocresía que desprende a raudales su paisanaje. Pues sí, estamos hablando de Austria y podría ser perfectamente esa España, ella la localiza en los finales del franquismo, para mí llega hasta nuestros días tal cual, con todas sus taras del pasado intactas. Eso por no recordarle lo que han dicho tantos autores a lo largo de la historia sobre la universalidad de lo local, sin ir más lejos le regalo los versos de Pessoa en la voz de su heterónimo Caeiro:
Da minha aldeia vejo quanto da terra se pode ver do universo...
Por isso a minha aldeia e tâo grande como otra terra qualquer
Porque eu sou do tamanho do que vejo
E nâo do tamanho
Da minha altura
Pero bueno, será que para ella lo moderno siempre es otra cosa, otros mundos literarios y estilísticos más allá de los que nos rodea, superar eso para... ¿hacer nocillas o endecasílabos con la punta de la…? No sé, en cualquier caso no conseguir barruntar las razones por las que Bernhard ha influenciado tanto a generaciones enteras de escritores españoles se me antoja lo mismo que desconocer las entrañas del país por el que pisas; si trabajas en esto de las letras, malo, muy malo.
Claro que a la vista de la posterior crítica que hace de la obra poética de Bernhard, esa que reprocha desconocer a la mayoría de los seguidores del autor austriaco, qué coño sabrá ella, uno ya empieza a sospechar los derroteros por los que trascurre la señora o señorita Cecilia. Dice que Bernhard buscaba con su poesía el reconocimiento ante todo. Nos ha jodido, a ver quién no, publicar para comerte con patatas tus propios libros. Dice tamabién que por eso se pasó de lleno a la novela en cuanto vio que tenía éxito con Helada. Viene a insinuar que lo deja porque como poeta no consigue ser auténtico, expresar todo lo que llevaba dentro y sobre todo escribir poemas novedosos. Así que como nadie le concedió esa gracia se pasó a la novela donde el hombre ya le dio por desbarrar a diestro y siniestro con su escritura exagerada, maestro de la aliteración y el dedo en el ojo ajeno.
No recoge, o al menos sólo a medias, que esos poemas pertenecen al principio de su carrera, son poemas del adolescente que se mete en esto de las letras con la autocomplacencia, la solemnidad y, sobre todo, las carencias propias de la edad. De ahí que lo que le salga resulte tan envarado y reiterativo, incluso acartonado, sin que por ello no haya poemas de verdadera altura lírica, que merezcan la pena. Todo lo contrario que con la novela, donde Bernhard sólo se tiene que preocupar en dar rienda suelte al principal acicate creativo de toda su obra: la mala leche. Una mala lecha que vierte en forma de parodia estilística, en pulsos con el lector, en la exageración del aserto crítico, lírico o simplemente personal. En resumen, todo los ingredientes con los que Bernhard perpetrada sus humoradas, pues por tales las tenía según sus propias palabras. La novela le servía para reírse de su entorno, todo aquello que le tocaba los cojones, que no era poco dado lo quisquilloso del señor, y también de sí mismo, de sus neuras, sus miedos y limitaciones, hasta sus propios prejuicios, puede que también de muchos de sus juicios a discreción sobre ese mismo entorno. La obra de Bernhard es, por lo tanto, ante todo una obra crítica hecha con mucho sarcasmo y no pocas ganas de tocar las pelotas a propios y extraños, que otros no le vean la gracia por ninguna parte no obsta para que no sea así; es su problema.
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