domingo, 31 de julio de 2011
EN TOLOSA...
Llegas a Toulousse, en adelante Tolosa (comme il faut en espagnol y hasta en occitano), bajo un manto de lluvia que te acompaña desde Vitoria, todo el trayecto por los Pirineos occidentales pasado por agua. Ya con todos los bártulos colocados en el aparthotel a las afueras, te diriges hacia el centro. Aparcas nada más cruzar el Garona en la coqueta placita de Saint Pierre, allí donde comienza, ya en serio, ya no sólo como recurso estético-identitario de la ciudad, sino como símbolo genuino de la cuarta ciudad más grande de Francia, el reino del ladrillo rosa que la caracteriza. Sigue lloviendo a cántaros, hay que pertrechar a la familia con chubasqueros, zapatos de lluvia, paraguas y toda la hostia. También hay que tirar del carrito del nene por unas aceras mínimas y de un bordillo tamaño acantilado, procurar a cada instante que el mayor no se precipite debajo de las ruedas de un coche o empuje sin querer a un nativo. Toda una Odisea hasta llegar a la Plaza del Capitolio, con el Palacio u Hotel que le da nombre, el pórtico que la rodea con sus cafeterías, restaurantes, pastelerías, etc. Preciosa plaza de ciudad media con una más que evidente, notoria, personalidad, siquiera de momento sólo arquitectónica, que es el predominio de ese color terroso, cálido, que imprime a casi todas sus fachadas la que sin lugar a dudas es la principal herencia romana y románica de su pasado: el ladrillo de terracota. Estás en el sur de Francia, en la capital de la Francia de la langue d`oc que ya sólo hablan cuatro nostálgicos numantinos por obra y gracia del más puro y duro jacobinismo francés, la Francia del sol y la impronta mediterránea por todos sus poros, la que a veces mira más hacia la vecina España que hacia ese norte frío y gris antaño repoblado por esos bárbaros sin romanizar que fueron los francos salios. Si tienes más de un libro en la cabeza, de esos que te la llenan de tópicos y prejuicios, imposible no recordar que muchos de ellos hace alusión al contraste que tantos y tantos, no sólo Mistral, no sólo, artistas e intelectuales hicieron entre ese sur de los lienzos de Van Gogh, Gaughin y tantos otros, y el norte de la Langue d´Oil con sus nativos con un palo en el culo y una mueca eterna de asco hacia todo lo que les rodea, siempre en contraste con ese tópico del sureño abierto, hospitalario, amante de la vida. Occitania como una Andalucía para los franceses; no sólo acuden en masa desde sus madrigueras del norte en búsqueda del sol, también lo hacen de lo pintoresco aquí al lado, sin salir de casa, gente con otro acento, otra gastronomía, paisajes que evocan latitudes bañadas por el mare nostrum.
Tópicos aquí y allí, tópicos para llenar el zurrón de ideas preconcebidas, simplistas, absurdas. Luego entras a cenar, siquiera por una sola noche, en un restaurante más o menos de relumbrón, porque te queda cerca de donde estás en ese momento, lejos de cualquier parte conocida, y, sobre todo, a cubierto de la lluvia que no cesa, y de simpáticos sureños de sonrisa quilométrica, simpatía a raudales y la hospitalidad como bandera, nada de nada. Se diría que hasta les molestas porque vas con dos críos y les vas a poner perdidos de agua su bonito comedor decimonónico. ¡Españoles! A las dos camareras gabachas de tipo fino, glamour de tercera regional y modos exquisitos nuestra presencia se les debió antojar similar a la de una invasión de gitanos rumanos o algo por el estilo. Dudaban en acercársenos por si les contagiábamos algo, esos niños chillones ya se sabe, a ver quién les aseguraba a ellas que los teníamos vacunados o al menos que el pequeño no tenía la rabia. Y luego vale, diez años o casi sin necesidad de machacar la lengua de Moliere, puede que uno al principio dude o resbale con esas j y g, esas vocales imposibles de la lengua gala, que cueste encontrar el tono, siempre he creído que con apretar el culo bastaba, pero bueno, y que entonces al pedir alguna que otra vocal o consolante resbale. Pero coño, eres tú, maja, la que tiene que hacer el esfuerzo por entenderme, no al revés, que los clientes somos nosotros, a ti te pagan por servirnos, princesita, petite princesse des cuillons, y encima no pongas esa cara de modelo revenida porque el crío berrea, la madre grita para que se calle el otro y el padre exige bierre en cantidades industriales vite, vite,, y no pongas esa sonrisita de infinita condescendencia cuando nos traes el gazpacho de atún, los tortellini o mi magret de canard recurrente como dando a entender "ahí tenéis, muertos de hambre, que seguro que no habréis probado nada mejor en toda vuestra vida, al menos nada que ver con vuestras grasientas tortillas de patata o vuestros colesterolíticos chorizos asesinos, bon apetit y a ver luego con si tenéis dinero para pagarlo o hay que llamar a la gendamerie..." Menos mal que de las tres camareras, si bien las dos gabachas de aparente bonbe souche, la tercera que no recuerdo si se llamaba Aisha, Shamira o por el estilo, era bien simpática y agradable, la única al menos con los críos y mi paciente con mi titubeante francés recién estrenado,
Ahora bien, deducir d ahí que todas las tolosanas de aparente bonne souche son unas zorras estiradas de sonrisa de cartón y glamour de prostíbulo de carretera, pues no. Claro que no, faltaría más, como que no nos han atendido en estos días otras bien majas y enrolladas que hasta se interesaban por nuestra existencia, poco importaba el color de tez, el lugar o el por qué, de hecho no importa nunca. Capullas como las del restaurante de la Plaza del Capitolio las encuentras en todas partes, en mi ciudad natal incluso a puñados, como que muchas veces en Francia uno hasta se siente como en casa, que apenas nota la diferencia entre el trato habitualmente displicente o ya directamente maleducado de muchos camareros o dependientes, porque uno ya esta acostumbrado desde siempre. Eso y que nunca hay que descartar la posibilidad que las dos pavigalas, tan finas, blanquitas y z... ellas, no fueran de la misma Tolosa, puede que fueran estudiantes de la región parisina y entonces sí que se entiende tanta bordería... (c´est de la ironie, bien sûr) Y en todo caso, qué bueno estaba el pato de los cojones, saignant como bien me encargué de recalcarlo, y los tortillini de marisco de mi señora, y... y poco más, que ante los precios siempre astronómicos del vino en carta (luego en el supermarché mejor incluso que en España, cosa rara, rara, manera de gravar le vin más rara tienen en la hostelería o de ofrecer sólo vinos de gama muy alta; pero bueno, para probar un Medoc del 2008 ni que pintado, buenísimo estaba con una ensalada de tomate y dos tipos de fromages de esos, placer al calor de aire acondicionado de la habitación del aparthotel), que de 30€ no bajaban, pues nada, a libar pintas de esa cosa insípida que normalmente suele ser Kronenburg o cualquier otra mierda alsaciana.
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