Podemos como vía para encauzar el malestar, la indignación, contra una casta elegida por los ciudadanos pero que trabaja en contra de los intereses de estos y a favor de los terceros, bien. Podemos como alternativa reformista de un sistema que ha dejado de servir a los ciudadanos y que por ello recorta sus derechos, los desatiende y sobre todo apuesta por la desigualdad de oportunidades restringiendo el acceso a la sanidad, educación, justicia e incluso a libre mercado de los menos favorecidos o peor situados en la casilla de salida, bien. Podemos como aviso a navegantes de que o se vuelve a colocar al ciudadano, al individuo, en el centro de la política, que el Estado tiene que ser el árbitro neutral en las relaciones entre los ciudadanos libres, el garante del respeto a la ley que asegura esa libertad y pone coto a los abusos e inequidades, también muy bien. Podemos como alternativa a la izquierda más extrema, la de la revitalización de las viejas y fallidas utopías socialistas y por lo general totalitarias, las que convierten al individuo en un siervo del Estado, que rechazan la propiedad privada y el derecho de cada cual a elegir la vida que quiera y cómo ganársela, la del resentimiento de los de abajo contra los de arriba, la del igualitarismo por debajo en vez de la igualdad de oportunidades, el de todos cortados por el mismo patrón, mal, muy mal y además injusto, ya lo intentaron, para defenderlo hasta levantaron un muro que luego tiraron aquellos en cuyo nombre hablaban y gobernaban a pesar de no tener voz ni voto. Podemos como adaptación hispana de no se sabe muy bien que socialismo de nuevo cuño como en Venezuela, un desastre, una sociedad fracturada, una economía sin petroleo sobre la que financiar desde el Estado sus políticas por lo general partidistas, arbitrarias, ruinosas.
Si quieren mirarse en algún espejo a la izquierda que lo hagan, por decir algo, en Uruguay, y que tengan muy presente lo que dijo su presidente acerca la patología de la izquierda: "el infantilismo es la confusión permanente de la ilusión con la realidad". Ahora bien, pocas cosas hay nuevas bajo el sol, el mejor periodo de la Historia de Europa es sin lugar a duda el de la construcción de la llamada Sociedad del Bienestar, la combinación de la asistencia a las necesidades básicas de toda la ciudadanía por parte del Estado y el respeto y protección de las libertades individuales para organizarse la vida a su antojo bajo el imperio de la ley, esto es, el equilibrio entre el yo y lo colectivo. Por eso los referentes de uno están allá donde esa sociedad del bienestar ha conseguido sus mayores éxitos, dónde más extendido ha estado y está éste, y eso con todos sus altibajos y contradicciones. Como europeo miro al norte de Europa, no al otro lado del Charco. De hecho, estoy convencido de que el núcleo de la indignación que reina en España no es sino la consecuencia de comprobar cómo aquellos que rigen nuestros destinos han gobernado en contra de ese equilibrio y a favor de todo lo contrario bajo la coartada del liberalismo, de que lo privado siempre mejor y más barato para el ciudadano, que han gobernado y gobiernan a favor de los privilegios de unos pocos, de los de siempre, defienden el ventajismo institucional de una casta económica que concibe a España de su exclusiva propiedad, nada que ver con la igualdad de oportunidades, con el verdadero respeto al libre mercado, de hecho apenas se trata de otra cosa que un estado de cosas similar al de la primera restauración borbónica con una nueva versión del caciquismo institucional consistente en toda la recua de prebendas y privilegios de la casa política de marras y su compadreo con una casta empresarial también muy concreta, agiotistas y poco más, corrupción a porrillo. Y como la ciudadanía tiene la certeza de todo eso, porque se sabe estafada ya que creía y quería vivir en una verdadera democracia homologable a las de su entorno, porque entendía que el ciudadano debía ser el pilar de todo, he ahí la rabia y el deseo de enmendar el asunto, lo verdadero revolucionario en nuestros días y en nuestra situación no es la vuelta a la utopía, a las ensoñaciones colectivas que acaban como acabaron, mal, a una vuelta de la tortilla donde reine de nuevo la injusticia ahora desde otro lado. Lo verdadero revolucionario es la reforma radical del sistema surgido de la Transición, la reivindicación de todo lo que nos han quitado, de lo que no llegaron a darnos y a lo que ahora encima nos dicen que no tenemos derecho. Por eso, para saber si hay un verdadero atisbo de regeneración democrática, los de Podemos tendrán que demostrarnos no tanto lo que pueden como lo que quieren, no vaya a ser que sólo se trate del subterfugio de un grupo de profesores de Ciencias Políticas adscritos a la izquierda extrema anticapitalista para aprovechando la indignación del prójimo intentar construir el modelo utópico de sociedad que llevan teorizando desde hace años a cuenta de la ingenuidad de los que sólo queremos que las cosas funcionen como deberían funcionar convencidos de que, al fin de cuentas y a pesar del empeño de las castas en cuestión por acabar con ello, hemos tenido la suerte de nacer y/o vivir en una de las zonas del mundo que alcanzaron mayor nivel de desarrollo económico, igualdad de oportunidades y justicia gracias a la lucha de todos aquellos que nos precedieron y también, también, porque se olvida tanto como se desprecia, al esfuerzo de los que emprendieron, crearon, ganaron y repartieron de buena o mala gana.
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