Acudes a una tertulia literaria que sabes bastante reputada. Acudes por afecto a tu anfitrión y agradecimiento por haberte propuesto para la misma. Pero también acudes, como de costumbre, incrédulo de tu propia condición de escritor, apenas un pergeñador de libros en editoriales pequeñas, locales, de chichinabo, esto es, condenado a correcciones someras, y a veces ni eso, a veces tú mismo, a merced de tus limitaciones. Libros que no sabes si se han leído lo que te dicen que se han leído, libros que, con la excepción de las reseñas de amigos y casi que de encargo por parte de la editorial de turno, tampoco han trascendido más allá de lo que trascienden la mayoría de los que se publican, poco o nada. De ese modo, cuando llegas ante tus anfitriones y te muestran la pared de una librería en la que cuelgan los retratos con manuscrito de los autores que acudieron antes a la tertulia de marras, casi que te da ganas de salir corriendo. Allí están los nombres de verdaderos escritores, escritores de fuste, de los que pueden presumir de serlo sin sentir a su alrededor miradas o sonrisas de burla más o menos disimuladas porque eso de escribir, como todo lo relacionado con la cultura, es cosa poco más que de ilusos, gente que no tiene los pies en el suelo, gente que en el país de todos cortados por el mismo patrón por principio en seguida da en sospechoso, alguien que quiere sobresalir a toda costa y que a falta de otras cualidades más tangibles, el puesto de relumbrón de turno en la administración, una multinacional, por ejemplo, siquiera ya sólo la dignidad de conformarse con lo que tiene, se pone a emborronar cuartillas en la presunción de que con eso va a alguna parte, y ya no tanto a las estanterías de una biblioteca como a la tele al estilo de Cela o Paco Umbral, también por ejemplo. Y no le vayas a nadie con lo de que lo tuyo es pura vocación, que es lo único que crees poder hacer bien o aquello para lo que sientes verdadera devoción; no lo hagas, no, que te arriesgas que de la conmiseración pasen al momento a preguntarte: "¿tú cuánto vendes?"
Por eso te resiste a creer que tu sitio está en esa pared tal y como te lo proponen tus anfitriones. Y si encima te encuentras, casi que de sopetón, que no te lo esperabas, o no recordabas que te hubieran dicho que iba a estar ahí, a un escritor del que has leído dos libros, uno cuyo título no consigues recordar en ese momento, sólo que era de mucha guasa, y de ahí que te lo calles para no meter la gamba más de lo normal, que ya es mucho, y otro que, ¡oh, casualidades de la vida!, acabas de releer hace unos meses porque la primera vez fue hace unos años y ya entonces te deslumbró un rato largo, pues entonces la confusión, el desasosiego de sentirte algo así como un estafador, alguien que se hace pasar por escritor, pues todavía más grande. Como que ni siquiera sabes cómo comportarte delante de ese tipo que admiras, que no se me note demasiado que puedo dar en groupie. Y mira que tenía una escusa perfecta para comprar ahí mismo su último libro, no por nada figura desde hace tiempo en la lista de aquellos que poco a poco van cayendo en mi cesto, en mis manos antes que en los archivos del ordenata adonde sólo van los prescindibles, o eso me digo, claro que los del cesto lo hacen con una lentitud o demora que en nada tiene que ver a cuando la cartera se podía permitir acumularlos en la esquina de mi escritorio. Pero no lo hago por pudor, también eso, a ver si se va a pensar que le doro la píldora, que lo hago sólo para caerle en gracia. Y eso no, por Dios, lo último en este mundo, toda una vida aprendiendo a guardar la compostura, a reprimir las emociones por si acaso, no sé el qué, pero eso es lo que le han enseñado alguno, en casa, en la escuela, en la puta calle, pudor de aldeano, templanza en las formas ante todo, no vayas a dar ya no en groupie, sino acaso en algo peor, en espontáneo, extrovertido, que sabes que al rato aparecería el holograma de tu "miniyo" sobre uno de tus hombros para espetarte con ese deje tan condescendiente de tu tierra: "tú eres bobo".
Así que afrontas la tertulia de marras como un juicio sumarísimo; "¿este tío va de escritor?" Casi te entran ganas de pedir perdón por ello. Pero puede que hagas algo todavía mucho peor; disculparte por haber escrito ese libro. Y casi, casi caes en la tentación si no fuera porque tampoco es cuestión de hacer el ridículo más de lo que sabes que indefectiblemente acabarás haciendo. Porque te cuesta, ya no sólo ser el centro de atención, algo que odias, que te agota, que te hace pensar de continuo "¿pero por qué yo?", sino sobre todo evitar que tus propias pegas al libro que has escrito, la decisión de ser sincero con el respetable y confesar que como lo escribiste hace más de diez año hoy en día te cuesta identificarte con el tipo que le dio forma y cometió más de un defecto de forma, no te digo ya los habituales de sintaxis y por el estilo, no suenen a ignominiosa claudicación delante del jurado. Eso y que cuando oyes las primeras críticas o reparos a tu libro tiendes a pensar, "¡que me han pillado!". Porque sí, muchas de ellas son más que compresibles, "se repite más de lo necesario", y otras simplemente confirman tus sospechas de que no has logrado tu objetivo, el de todo escritor, hacer creíbles a los personajes. Pero tampoco es cuestión de condescender con todo, de que el juicio dé ya directamente en ajusticiamiento. Y entonces te defiendes porque eres conscientes que en ningún momento has pretendido hacer un libro perfecto, todavía menos hacer "el libro sobre el tema..." No, sólo has aspirado a dejar un testimonio, como otro cualquiera pero si eso con tu impronta personal, de un momento y una gente muy concreta, de tu entorno del momento para ser sinceros, si bien no tanto en crudo como con todos los ingredientes al uso en la construcción de unos personajes que no tienen un equivalente real, al menos no directo. Pero claro, te defiendes, no ya sólo a medio gas porque no encuentras la palabras, tu memoria te falla, hasta el vocabulario que se apelotona en la punta de la lengua y brota en mil y una forma inconexas, incorrectas, insatisfactorias todas, ni borracho me trabo tanto -de hecho borracho y desde una esquina de una mesa cualquiera es como mejor me siento y expreso-, sino sobre todo sin saber de verdad si merece la pena hacerlo porque tu instinto te dice que esta gente ha tenido delante verdaderos escritores, sin ir más lejos los figurones que cuelgan de la pared de la librería a la que me refería antes. Porque lo mejor sería dejarse de hostias, es decir, de reivindicar unos hipotéticos valores del libro en los que todavía tú crees, de comportarse como un jabalí herido -sensación que incluso adquiere características físicas porque hace ya tiempo que se me retuercen los riñones y no encuentro la postura adecuada pensar y responder con calma, vamos, a perro flaco todo son palos- y tomar nota de lo que dicen ya que poco o nada de ello merece ser desestimado por principio, que hay que aprender de todo y antes que nada contrastarlo con una nueva lectura del libro.
De ese modo, cuando la tertulia llega a su fin después de haber desembocado hace ya un rato en un debate sobre la política, la sociología y no sé que más cosas del País Vasco, al fin y al cabo no te queda otra que aceptar la etiqueta sobre tus espaldas de "escritor vasco" que escribe sobre cosas vascas y que por ello está casi que obligado a hablar siempre de la "Cosa", la verdad es que el desasosiego del principio todavía como que se ha hecho más grande porque sientes que has hecho perder el tiempo a esta gente con tu libro, gente realmente notable e interesante, un intruso en el parnaso de los escritores de verdad, los que sabes que pueden ser tachados de tales porque su obra ha tenido la acogida y hasta el aprecio imprescindibles para ir con la cabeza alta en esto de los libros. Lo tuyo, en cambio, pues eso, ya no es que vayas a ciegas en esto de la escritura, es que hace ya tiempo que dudas de si merece la pena salir de casa con el bastón para ir dando bandazos y sobre todo no llegar a ninguna parte.