Hay gente que cree que los libros son algo así como talismanes, se empeñan en creer que los libros tienen que ayudarles en algo, ya sea a crecer como personas, esto es, para guiarles a través del tortuoso camino de la vida y bla, bla, bla, dicen, o acaso también para aportarles ese lustre del que carecen porque en su tiempo no se lo procuraron y ahora como que corriendo y de cualquier manera. De ese modo no soportan la frivolidad, dicen también, procuran en todo momento y en cada libro la gravedad con la que llenar su existencia. Gravedad y sutileza, faltaría más, signos de distinción. Los libros como píldoras para una vida excelsa, combustible para andar por las nubes, sentirse mejor, sobre todo que el resto, exquisitos, exclusivos. Por eso no soportan la ligereza o la frivolidad en los libros, esto es, odian el sentido del humor, la ironía, el chiste de cualquier tipo. No es serio, es una pérdida de tiempo, echa a perder la novela de su vida. Y por eso también fruncen el ceño, algunos puede que hasta se desmayen, cuando ven escrita una procacidad, una salida de tono, un guiño a la escatología, lenguaje callejero o directamente suburbial, sexo a granel. Estás personas jamás leerán, y si lo hacen no disfrutarán haciéndolo o no entenderán nada, a J. Joyce, Flann O´Brien, H. Miller, Faulkner, Bukowsky, A. Guide, Celine, T. Bernhard, Döblin, Dostoyevsky, Donatov, Passolini, C. Malaparte, Baroja, Valle Inclán, Vázquez Montalban, Onetti, Ibargüengoitia, Sánchez-Ostiz, Quevedo, Cervantes... no sé, es un no parar. Y por eso, por eso también, porque la literatura que pretende ser seria o excelsa peca en demasía de querer agradar a este tipo de gente, peca de querer ser la gran novela de la vida de cada lector, se inventó la novela negra, verdadero coto privado para los que quieren disfrutar de verdad de una buena historia sin otra cortapisa que la imaginación del autor.
jueves, 28 de agosto de 2014
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