jueves, 7 de agosto de 2014

EL TRAPO DE LA INFAMIA



Hace apenas un día una pancarta colgada en la Facultad de Letras de Vitoria, junto al recinto festivo de las txoznas, celebraba el suicidio de un guardia civil. La pancarta en cuestión viene a decir 'Un guardia civil si se suicida no se redime... pero algo es algo" y hace alusión al suicidio reciente de una agente en la capital alavesa. Sería para no creérselo si no estuviéramos donde estamos y vendríamos de donde venimos. Pero no, parece ser que a los que han colgado la pancarta, así como a los que la tuvieron durante el tiempo que estuvo colgada como parte del atrezzo de su recinto festivo, les hacía mucha gracia. 

No siento simpatía alguna hacia la Guardia Civil y la Policía Nacional. Las cosas como son, no puedo decir lo contrario, mi experiencia durante mi agitada juventud no me permite tamaña impostura, sería como dar por bueno muchas cosas de las vividas y sabidas de aquel entonces y otras tantas del presente. De hecho, mi relación hacia los cuerpos "uniformarmados" oscila entre la convicción racional de que siempre tiene que haber una policía que proteja y ayude al ciudadano, una policía al servicio del mismo sobre todas las cosas, una policía a la inglesa, de cuando anhelábamos la versión local de los "bobby" para un país ya libre de..., y un rechazo instintivo y atávico hacia todo aquel uniformado en servicio. Evidentemente esto último pertenece a la inercia tanto del trato, chulesco, violento y humillante, sufrido en el pasado, a la certeza de la existencia de malos tratos, torturas, sufridos por propios y extraños en manos de determinados cuerpos policiales, como por la perplejidad e indignación que me producen los abusos policiales que se cometen todavía hoy en día por parte de unos agentes que parecen haber recibido carta blanca para arremeter contra el ciudadano en defensa siempre de un orden muy concreto, el que les dictan los políticos de turno desde sus puestos de directores de tal o cual cuerpo o por parte de los gobernadores civiles del tipo de una tal Cifuentes y compañía. Eso y la convicción, por más de un hecho judicialmente probado, de malos tratos a detenidos, en especial a los colectivos más desprotegidos como los inmigrantes. Hay demasiado chulo e hijo de puta uniformado y ya sé que no es correcto hacer pasar a justos por pecadores, que no todos, ni siquiera la mayoría, son del tipo que describo. Pero del mismo modo que procuro comportarme racionalmente, vamos, aplicar el sentido común a mis cosas, también soy presa de mis fobias, y de ese modo reconozco me enerva sobremanera tanto los malos tratos de unos pocos como el silencio o el corporativismo del resto que lejos de señalar y condenar a los que rompen la crisma a los manifestantes o abusan y humillan a los inmigrantes, o a todo cristo, los protegen o disculpan. 

Con todo, jamás he celebrado la muerte de un policía o un militar como no lo hecho la de la nadie. Siempre he tenido presente que detrás del uniforme hay una persona con sus seres queridos, con todo su mundo. Por eso tampoco he condescendido jamás con esa mentalidad tan repulsiva e instalada entre una gran parte de mis paisanos que, o justificaban el asesinato de uniformados con la matraca de contencioso, o no le daban importancia alguna, gajes del oficio, se decía, les viene en el suelo. Negar que las cosas eran así, que la complicidad o el silencio era la norma durante los años de plomo, no es sólo hipocresía, es equidistancia a favor de los asesinos, es echar tierra sobre la tumba de las víctimas. 

Por eso me horroriza ese cartel. ETA ya no mata, anda queriendo cerrar su tinglado salvando los muebles y parece ser que no sabe cómo sin reconocer su derrota, sin conseguir siquiera alguna concesión en beneficio de los que lo dieron todo por una idea y con ella arruinaron su vida y se la quitaron a otros. No obstante, si la violencia armada, directa, letal, de ETA ha desaparecido, todavía permanece esa otra moral que anida en los corazones de piedra de muchos de sus seguidores, incapaces de salir de las inercias del pasado, acaso ya incapacitados de por vida para nada bueno. No sabría decir si son la mayoría, no me atrevería, no lo sé, creo que no. Sin embargo, tengo mis esperanzas de que, a pesar de semejante infamia, de la constancia de que todavía hay cabezas huecas y autistas morales capaces de semejante acción, algo está cambiando sustancialmente en ese mundo porque ha sido la propia Comisión de Txoznas quien ha descolgado el trapo de la infamia. Que haya sido por conveniencia o por convención, no lo sé, y qué más da, el caso es que por lo menos hay gente, allí donde hace años se celebraba lo que se celebraba, y mira que podríamos escribir horas y horas todo tipo de anécdotas sobre el tema, que considera que ciertas cosas están ya de sobra, puede que hasta crean que son intolerables. Ahora bien, no basta con descolgar la pancarta, también habría que señalar y condenar a los que la pusieron, defenestrarlos de su seno. De lo contrario seguiremos recelando de las buenas intenciones de la Izquierda Abertzale más próxima a ETA históricamente, aquella que hasta hace apenas cuatro telediarios hablaba de la ignominiosa "sociabilización del sufrimiento".

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