Ha llegado a mis manos porque soy admirador sin fisuras de Alfonso Zapico. Me encandiló con su Joyce, no podía ser de otra manera con un joycemaniático confeso. Todavía más si cabe con los dos primeros volúmenes de La Balada del Norte, historia de la Revolución del 34 en la patria chica de Zapico. Y ahora Los Puentes de Moscú, historia del encuentro entre Edu Madina y Fermín Muguruza. No sólo he vuelto a disfrutar de ese trazo tan personal, también me he emocionado y mucho. Ahí está también parte de mi vida, de la de la inmensa mayoría de los vascos que hemos crecido allí durante los 70, 80 y 90. Novela gráfica le dicen; a ver si va a ser que a la novela contemporánea lo que le pasa es que le sobran muchas palabras. Ahora, me temo que este último trabajo de Zapico le va a causar algún que otro quebradero de cabeza en un país donde la mayoría sólo es capaz de entender los matices, así como cualquier opinión o visión al margen del discurso oficial, como una traición o herejía.
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Dentro del saco sin fondo que contiene todos los mitos, tradiciones y puros atavismos que, según entendidos, conforman la identidad vasca, p...
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