Como es víspera de Reyes mis pesadillas de anoche han sido un monográfico. En la primera de la noche volvía a tener ocho o nueve años y mi viejo me llegaba a ver la cabalgata de sus majestades. Recuerdo que lo que más me ilusión me hacía, como cuando me llevaban al circo por fiestas, era poder ver de cerca animales, ovejas, gansos, caballos o dromedarios. En mi sueño mi viejo me coge "arricotes" para que pueda ver la llegada de sus majestades por encima de la turbamulta arracimada para la ocasión. Cuál es mi sorpresa que en lugar de ver a los Reyes Magos sobre sus dromedarios o, en su defecto, a caballo como solía ser lo habitual, los veo también a "arricotes" de unos fornidos agentes municipales cuyos caretos me suenan de los representantes sindicales que aparecen en la prensa local. Sé que en la actualidad la alcaldesa anda de morros con sus munipas; pero, coño, no me la imagino tan hija de puta; eso y que a mí Maider me cae muy bien. Pero bueno, es que a mí los alcaldes de mi ciudad, por regla general, me caen siempre muy bien -con la evidente excepción del senador por Castilla y León que todos sabemos por miserable al cuadrado y más- en la medida que mis paisanos gustan de ponerlos a caer de un burro nada más obtienen el bastón de mando y a cuenta de cualquier pijada que se les pasa por la cabeza para poder así dar rienda a suelta a ese desasosiego vital de aldeanos eternamente insatisfechos del asfalto que los caracteriza. A decir verdad, creo que a mí los que me caen mal y con ganas son mis paisanos, si no todos, al menos sí la mayoría social recalcitrantemente quejumbrosa, acomplejada y reaccionaria que ejerce de tal.
- ¿Y eso? -le pregunto a mi viejo que para algo compra ElCorreo todos los días.
- Eso para que los animales no se estresen por culpa de la multitud -me contesta poco convencido.
- ¿Entonces este año en vez de corderos saldrán brasileñas?
- ¿Cómo?
- Quiero decir corderas; como no se pueden estresar los cordericos que acompañan a los pastores que suben todos los años de tu pueblo a la capi para danzar durante el recorrido de la cabalgata.
- Esos, hijo mío, hace ya años que no suben; como mucho la Zagala...
- ¿Por eso tampoco son reyes sino reinas?
- Y cada una de ellas en representación del colectivo de inmigrantes según el origen de cada reina: Baltasar una senegalesa de las que te venden quincallería étnica por las terrazas, Gaspar una chinita de esas adoptadas y...
- Melchor no parece muy europeo que se diga...
- No, porque nuestros hermanos sudamericanos también tienen derecho...
- Ya, pero es que Melchor parece el primo de Atahualpa...
- Tú mira las carrozas.
- ¿Dónde? No veo nada.
- Porque también han puesto luces LED como las de las farolas por la cosa ecológica y tal.
- Total, que no se ve una mierda.
- Sí, un poco deslucido sí que está todo este año...
- Eso y que este año en lugar de gansos toca conformarse con los munipas.
- Joder, qué pesado estás. Mira que te bajo y a bailar tú solo.
- ¿A bailar qué si no se oye nada?
- Este año han decido desfilar bailando, pero sin música...
- No me lo digas; ¿para no molestar a los vecinos?
- A estas horas hay mucha gente mayor durmiendo ya en sus casas y... Acumulación acústica, dicen.
- ¿Y para qué cojones organizan nada entre que hay que meterse por el culo la tradición para adaptarla a los nuevos tiempos y que no se ofenda nadie en representación del colectivo o minoría de turno, el compromiso ecológico de la Green Capital de los cojones para lo de lucir galones y poco más, eso y que los animales de carga de toda la vida ya no pueden cargar nada porque se estresan?
- ¡Josemari, no hables así que como se enteren las Reinas Magas en lugar de regalos te van a traer carbón.
- ¿Carbón, energía no renovable? Lo dudo. Éstas me dejan molinillos de viento, fijo.
En eso que despierto para la primera meada prostática de la noche, y al volver a la cama, y nada más reconciliar el sueño, otra pesadilla.
Sueño que me despierto por segunda vez en mitad de la noche creyendo haber oído un ruido procedente del salón donde se encuentra el árbol de Navidad con los calcetines colgando para que sus majestades de Oriente dejen sus juguetes. Entonces me acerco a hurtadillas hasta el salón. Procuro abrir la puerta despacio y sin meter ruido para comprobar a través de un hueco mínimo que, en efecto, se trata de Melchor, Gaspar y Baltasar cumpliendo con su cometido. Sin embargo, la emoción es tanta que no me doy cuenta de que abro demasiado la puerta y en una de esas uno de los reyes gira la cabeza -en estos casos suele ser Baltasar, el cual siempre anda al tanto, supongo que por si aparece algún agente de la ley para pedirles los papeles- y me descubre. Entonces salgo disparado hacia mi cuarto para esconderme debajo de las sábanas hasta el día siguiente. A la mañana, sin embargo, me levanto con el corazón en un puño porque temo que una vez en el salón me vaya a encontrar los alrededores del árbol vacíos como castigo por mi osadía durante la noche. Luego ya compruebo que todos mis temores eran infundados, porque, como no tardaría en saber unos pocos años más tarde, los Reyes son los padres y no van a ser tan hijos de puta como para traumatizar a sus retoños sólo por echar unas risas, con lo caro que les puede salir eso luego en sicólogos. Eso y que los reyes de verdad tampoco son muy de hacer regalos, sino más bien todo lo contrario, son los lacayos a la caza de favores, también llamados enchufes o contactos, quienes se los hacen a ellos, tipo el yate Bribón, o del Bribón, no sé, los picaderos de lujo en la Sierra para las barbacoas con la Bárbara Rey o Corina de turno, las cuentas ocultas en paraísos fiscales a nombre de testaferros y todo así.
Segunda meada prostática de la noche y tercera pesadilla nada más volver al catre con un trasfondo real que ahora no viene al caso.
Sueño que vuelvo al salón en mitad de la noche y que al ir a abrir la puerta me encuentro, en lugar de al trío regio, a tres fulanos de la secreta que apenas unos pocos días antes habían pasado por casa preguntando por un tal José María Arinas a cuenta de no me acuerdo bien qué mandanga subversiva, o algo así como muy de la época, a lo que mi señor padre no le queda otra que preguntarles con una apenas disimulada media sonrisa.
- ¿Está seguro, agente, de que se trata de mi hijo?
- ¿Está sugiriendo que la policía no sabe lo que hace?
- Mire que el chaval sólo tiene ocho años...
- Ya...
- ¿No se habrán confundido de apellido?
- ¿Y su hijo no es demasiado mayor ya para creer en los Reyes Magos?
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