lunes, 27 de enero de 2025

MIEMBRO TRAIDOR Y VIL


     Creo que el sueño de anoche, la pesadilla para ser sinceros, es uno de los más habituales entre los varones independientemente de su orientación sexual. Sueñas que estás recién levantado y también debidamente aseado y vestido, a punto de entrar en el ascensor para salir a dar tu paseo mañanero de los sábados por la mañana antes de desayunar para inmediatamente después ponerte delante del ordenador o hacer acopio de paciencia infinita para ir hacer las compras de la semana. Entonces descubres que lo que abulta dentro de un pantalón del chándal no es sino tu miembro viril exageradamente empalmado, vamos, de una rigidez o contundencia como pocas veces, tipo obelisco egipcio y así. Algo sorprendente porque uno ya va cumpliendo años. Y a partir de ahí todo son problemas. ¿Cómo voy a salir a andar por la calle con esto llamando dando el cante? Pero llegas al bajo y nada más abrirse la puerta del ascensor aparece una de esas vecinas de cardado imposible, más que vintage en plan NODO y así, tipo Carmen Polo y Martínez-Valdes, la del Generalísimo para entendernos, la cual sueles ver nunca. Saludas y procuras acelerar el paso hacia el portal como si no pasara nada. Ya en la calle toca disimular lo evidente acelerando todavía más el paso, vamos, que hoy toca footing.


El problema es que para acceder al parque que recorres por la mañana hay que pasar delante del súper donde haces la compra. Y claro, faltaría más, porque esto es una pesadilla aunque tú todavía no lo sabes, como madrugas la plantilla al completo del súper que te suele atender está esperando fuera a que abran para entrar a trabajar. Qué vergüenza, con qué cara le pregunto yo luego a la de frutería a cuánto están los calabacines o le pido que me corte lo verde del manojo de puerros. En fin, crees que lo peor ya ha pasado cuando llegas al parque y supones que ya nadie más te va avergonzar quitando el abuelete con el que sueles coincidir cuando saca el perro para riegue de orines el parque, ese o el ciclado que pasa a tu lado a toda pastilla cagándose el Dios porque le estorbas, tú y el resto de sus congéneres. Pero no, porque, no lo olvidemos, esto es una pesadilla y era de esperar que el parque estuviera concurrido como nunca a estas horas tan tempranas de la mañana: parejas de la mano como si todavía no se hubieran decidido a separarse para volver cada uno a su casa, familias de ecuatorianos que acostumbran a madrugar para coger sitio con el fin de hacer picnic hasta la noche, y sobre todo mujeres solas y empoderadas que también prefieren madrugar para no tener que sortear por el camino a falócratas como un servidor que los obstaculizan el paso con su masculinidad tóxica a cuestas. Féminas convencidas de que el mundo sería un lugar mejor sino hubiera tanto señoro capullo obsesionado con los supuestos privilegios heteropatriarcales que según ellos derivan en esencia del tamaño de su miembro viril, y que, en cuanto me ven acercarme, se desvían escandalizadas campo traviesa como alma que lleva el Diablo tras fruncir el ceño y dedicarme miradas en las que puedo imaginar la imagen de unas tijeras de podar. También me encuentro por primera vez en mucho tiempo a grupos de chiquillos con sus monitores -fijo que unos curas ahí todo envidiosos...- en plena excursión mañanera. Incluso creo adivinar a los conejos del parque huyendo despavoridos a mi paso al contrario de lo que suele ser su costumbre en otras ocasiones.

Un horror. No aguanto más la situación, así que decido volverme a casa para meterme de cabeza, o acaso estaría mejor dicho..., debajo de una ducha fría. Pero, vaya por Dios, lo que no puede faltar en una pesadilla que se precie, justo en ese momento me llama mi mujer para pedirme que entre al súper a comprarle una barra de pan del día para desayunar. Yo, por supuesto, me resisto explicándole mi situación. Error, ella cree que se trata una de mis habituales excusas para escurrir el bulto. No me queda otra que entrar para no tenerla luego en casa. Sin embargo, no os podéis imaginar mi angustia sólo con imaginar que se abren las puertas correderas del súper y aparezco yo delante de todo el mundo con...

Y sí, claro que sí, justo entonces despierto con el consabido sobresalto y me pongo a pensar a qué se habrá debido semejante pesadilla, si al tiempo que me tiré cortando las zanahorias y calabacines para el pisto del día anterior, los 60 años de Demi Moore, las regalías de mi última novela o haber tenido que colgar anoche la ropa interior de mi señora en el tendal mientras escuchaba una canción de Tina Turner. A eso o a que hace unos días iba a despertar a mi hijo pequeño para que me acompañara en mi paseo matutino y me lo encontraba cubierto de pañuelos de papel esparcidos por toda la cama, a lo que sólo pude replicar con un pacato: "La próxima vez que tengas mocos vete al baño a quitártelos."

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