viernes, 31 de enero de 2025

LOS AMANTES



    Pesadilla y de las gordas. Sueño que estoy de farra con mis colegas y que acabamos en uno de esos pubs para noctívagos a los que con veinte y muchos o treinta y pocos solíamos entrar a altas horas de la noche para lo de la última bala en la recámara y así; yo ya me entiendo. Pero no es el caso, porque uno ya no tiene edad y además creo recordar -en el sueño, digo- que estoy felizmente casado con hijos a los que dar mal ejemplo y toda esa mierda convencional a la que, para ser sinceros, jamás aspiré en ningún momento de mi vida; pero, oye, se ve que alguien me echó el lazo y..., pues aquí estoy, con mis colegas de toda la vida haciendo el Rodríguez de sábado a la noche.

Pues que estamos junto a la barra del pub esperando que nos rellenen el quinto o sexto cubata de la noche mientras practicamos el baboseo distante con la camarera veinteañera de piercings por un tubo desde la ceja al... cil. Me explico, el baboseo distante consiste en lo que hacemos los cincuentones cuando salimos de farra y vacilamos con una camarera joven y guapa, y si no también, eso como toda la vida, según el número de cubatas que llevemos encima, soltándole las mismas chorradas e insinuaciones cutres, patéticas, heteropatriarcales y tal, de cuando teníamos veinte o treinta años menos; pero, ahora algo así como si en realidad no fuéramos en serio porque por algo somos personas maduras, serias, displicentes por principio con todo aquel por debajo de los cuarenta, vamos, muertos en vida. Todo esto como si en realidad coqueteáramos por encargo de nuestros hijos, que estoy por pedirle el teléfono para el mayor. En eso que siento el codazo de uno de mis colegas en uno de los costados.
- ¡Mira quién está en la pista de baile dándolo todo!
Miro y, joder, creo reconocer a uno de mis rollos de juventud, una con la que tuve la típica relación tan fogosa como tormentosa -en realidad como todas las mías-, por lo general en plan guadiana y a lo aquí te pillo aquí te mato, eso cuando ya alguno de los dos o ambos habíamos jurado no volver a caer y tal. Vamos, de cuando era un joven romántico y soñador, esto es, en esencial todavía más gilipollas de lo que sigo siéndolo ahora.
Puuuffff, qué pereza, es lo primero que me digo. Pero, como ya sé que los hijos de puta que me acompañan lo son desde hace décadas precisamente por cosas como ésta, no tardan el llamar la atención de la pava en cuestión desde la barra donde nos encontramos. Y en eso que veo que se me acerca toda entusiasmada, algo así como si en vez de volver a ver después de miles de años al capullo que le hizo perder el tiempo con sus dudas de eterno adolescente, vamos, alergia al compromiso, qué digo, miedo a caer en las redes de la vida convencional que, vaya por Dios, creo que ahora me gusta tanto.
- ¡Txemita, cuánto tiempo!
¿Y ahora qué le digo? ¿Le pregunto por su vida? Como es lo único que se me ocurre hace ya un rato contándome como le ha ido en estos últimos treinta y tantos años, no sé qué de un matrimonio con dos hijos, un divorcio de esos como para hacer una peli de terror psicológico, un rollo bollo a full con la amiga con la que tomaba el café mientras ponía a parir a su ex, varios viajes a la India, China, la Patagonia o por ahí buscando reencontrarse a sí misma para acabar viviendo con sus padres en la casa del pueblo, algo de un premio de la Bonoloto y otras movidas que he olvidado al instante porque ya voy por el séptimo gintonic con su pimienta rosa, cardamomo y gominolas de sabores a fruta.
- Y aquí me tienes ahora sola y sin otro compromiso que sacarle todo el jugo a la vida.
¡Ay la hostia! Que ésta quiere volver a enrollarse conmigo, sacarme todo el jugo a mí, uno por los viejos tiempos. Como que ni siquiera me ha preguntado por el paradero de mi pelambrera de entonces; anda que no irá también ella fina ni nada... En cualquier caso, no voy a negar que me siento tentado por el morbo ese de lo que fue y pudo haber sido. Sobre todo porque ella no para de recordar momentos de cuanto estuvimos juntos. Que no sabía yo que había sido tan fogoso de joven, un revientacolchones dice ella, ahora me habría llevado el premio al empotrador del año y todo. Empiezo a pensar que me ha confundido con otro; claro, como también va ella tan hasta el culo de lo suyo... El caso es como la mayoría de lo que dice coincide con detalles de lo que apenas consigo recuperar de entre las brumas de mi memoria, no sé qué de haber destrozado la cama del piso que su hermano y su pareja de entonces tenían al lado de Chueca por la cosa esa de las acrobacias, lo del viaje desde Vitoria hasta Lisboa parando a follar en el aparcamiento de todas y cada una de las áreas de descanso y/o servicio porque aquello no se podía aguantar, como que creo que fui todo el viaje con la chorra fuera y así, no puedo evitar ponerme cachondo. Diría que me está retando a ver si doy la talla como cuando entonces.
- Mira, no te voy a negar que la idea me tienta un huevo, bueno, los dos; pero, lo siento porque estoy felizmente casado.
- ¡Anda éste! Y yo también lo estoy, contigo.
En eso que, como suele ser lo habitual en estas pesadillas, despierto con el sobresalto de rigor. Si bien con tan mala suerte que también he despertado a la mujer de vida, la madre de mis hijos, mi compañera en lo me queda de viaje a lo largo de este valle de lágrimas, el verdadero amor de mi vida y tal, vamos, la tía que suele roncar a mi lado en la cama.
- ¿Qué, qué soñabas?
Como sospecho que ha podido oír algo de lo quizás se me haya escapado mientras soñaba, eso y que como sé cómo se las gasta cuando me pilla en un renuncio, procuro contarle la versión más ajustada a la realidad.
- Nada, una tontería. He soñado que me encontraba en un pub con una antigua novia y que empezábamos a hablar hasta que me he dado cuenta de que me estaba tirando los tejos descaradamente. Y claro, yo ya no sabía dónde meterme.
- ¿Y quién, dime, quién era esa zorra?
- No quieras saberlo...

 

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