viernes, 22 de abril de 2011
JUEVES SANTO DONOSTIARRA
Jueves Santo en Donosti, 23 grados al sol, puede que una miseria para otras latitudes, pero increible para las temperaturas a las que estamos acostumbrados en éstas por Semana Santa, que pasamos del frío estepeño del martes en el valle de Arraia a una jornada veraniega de casi playa ayer miércoles junto al Cantábrico. Como era de esperar en plenas vacaciones, el marco incomparable ese de los... anuncios publicitarios de Odón y compañía, estaba a rebosar de gente de todo tipo, a destacar esos especímenes del género humano o casi que van en pantalón corto y zapatos con calcetines, vamos, lo que viene a ser franceses; mira que te ponen multas por todo, pero en cuestiones de estética y tal todavía estamos en la Edad de Piedra...
En cualquier caso, y tal y como viene siendo costumbre durante casi todo el año en la llamada Bella Easo, Irutxulo, Donosti y a veces hasta San Sebastían, era casi imposible dar un paso sin tropezarte con el sobaco de un guiri despistado o la coletilla abertzaloide de una cuadrilla de sanos muchachotes en camiseta reivindicativa, por lo visto las de la Euskal Selekzioa siguen causando furor y no te digo nada las de Legalizazioa Orain!, dándose un garbeo por la capital. Resultado, que una vez hechos los deberes del día resultaba imposible entrar a ningún bareto de la parte vieja a tomar un pintxopote. De hecho, daba una pereza de espanto internarse en cualquiera de los apenas cubículos que expenden unos pintxos tan populares como corrientes, al menos en cualquier otro lugar de nuestra geografía. Pero bueno, la promoción turística en el contexto del marco incomparable de los cojones y buenas dosis de tontería es lo que tiene: que te cobren tres euros por un pintxo que en tu ciudad no llegaría a dos y eso aún tratándose de un clasicorro de tchaka con mahonesa o cualquier otro de toda la vida.
En fin, de todos modos siempre resulta agradable, puede que hasta emotivo, visitar una ciudad a la que llevas yendo desde chico, de cuando tu padre te llevaba a comer sopa de pescado a cierto restaurante de lo viejo, bocadillo de tortilla francesa en el Antiguo o de las visitas a Igeldo, y en la que viviste una temporada, nada provechosa, por cierto. Porque vale que pasear por la Concha y la zona del puerto con sus eternas kiskilleras, formen parte de esos recuerdos; pero, la Donosti actual de lo viejo con sus bares convertidos en reclamos turísticos, sus precios astronómicos y su eterna marabunta a todas horas, se me antoja ya un coto vedado, algo que ni me va ni me viene, que prefiero mil veces antes potear y pintxotear por los bares de mi ciudad a precios tampoco realmente asequibles y sus camareros tan o incluso más bordes que los de la capital guipuzcoana, que como esto siga tal cual ya me veo al Ódón y compañía, que para mí que va para alcalde eterno como buen guía espiritual de la ñoñostiarría, exigiendo a los que quieran entrar a lo viejo que vayan en pantalón corto y zapatos con calcetines...
Pero bueno, la verdad es que, con toda la bobería que destila la estomagante autocomplacencia donostiarra de estar convencidos de que no merece la pena creer en la otra vida porque ya han conocido el Paraiso, tengo la impresión que nuestras ciudades sin excepción, recalco que las ciudades o capitales, relucen más que nunca, que se respira una alegría de vivir que antes apenas quedaba de puertas para dentro, que con crisis y todo hay no poco espíritu emprendedor de cara al turismo, nuevos negocios por doquier, ganas de que todo luzca bonito, vamos, que se note el dinero, aivalahostiapues. Eso y que cuando luce el sol en la Concha es como si el Dios este que crucifican todos los años por estas fechas hubiera vuelto a crear el mundo sólo para poder disfrutar de un marco tan incomparable.
Anda que no me he pasado pocos pueblos ni nada, lo sé.
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