sábado, 2 de abril de 2011

TIOVIVO TRAS UNA TARDE DE VERANO


Menudo día de verano ayer, día de camisa de manga corta y gorra para el sol, día de dejarlo todo al mediodía, empezando por los hijos a sus yayos, para acercarse hasta Gijón para lo de vamos a meternos un chopa entre pecho y espalda bien regadica de Albariño. Luego ya a la tarde a bajar las chopa, los mejillones y el pulpo pedrero, esti ye, pulpín con patatines en una salsina hecha con tinto, una de esos platos de la cocina popular que antaño debían mirarlos como de pobres, y que es una verdadera delicia, como casi todos los que se comían en el antaño ese y que parecían relegados al olvido porque los que decían entender de fogones no los consideraban finos, de pueblo y así; anda que si llega a ser por eso nos quedamos sin lo mejor de la vida, sin callos, riñones de ternera, literuelas o mollejas, morros de cerdo, en fin, me pongo cardiaco sólo con pensarlo. Paseo bordeando la playa hasta que mi señora ya no aguanta más porque la tarde está preciosa, luce un sol tropical, como que abajo en la arena hemos visto las primeras tetas del año y al fondo en el agua una manada de surfistas o focas, no sé, va y decide que bajemos a andar por la arena, que relaja mucho y no te digo ya cuando las olas te mojan los pies, que hace sol pero seguimos en abril y las corrientes no entienden de veranillos, para mí que la de ayer venía directamente del estrecho de Bering ese. Así que el trayecto de regreso a la Plaza del Marqués lo hacemos con los bajos del pantalón remangados y los zapatos en la mano; unas pintas que ni los dos pakistanís que nos seguían de cerca por lo de si se nos caia algo o lo dejamos aparcado; no se dieron cuenta de que yo, que soy de secano, ya tenía la dignidad por los suelos...

Sí que relaja el paseo por la arena, sí. Luego ya que me tenga que cagar en Cristo bendito porque no hay manera de quitarse la arena de la planta de los pies es otra cosa, más fastidiosa, mas de luego ponerte los zapatos e ir por la ciudad, kriskitin-kraskitin, ay, ay, esto no es arena, esto que llevo en el zapato es un pedrusco del tamaño de la catedral de Burgos. Pero bueno, un goce infinito callejear por el ensanche decimonónico después del paseo playero. Había pelas en esta industriosa ciudad costera y se nota aunque sólo lo sea con mirar muchas de las fachadas recién restauradas y otras ya pocas en ruinas, sobre todo las que no están en primera línea de playa, de esas apenas quedan porque en los cincuenta y/o sesenta se pusieron a tirar las que había para construir mamotretos de mucho ladrillo y hormigón con ínfulas de rascacielos para albergar veraneantes. Una pena, ves fotos antiguas del Gijón de comienzos de siglos y es cuando más envidias a los centroeuropeos y sus ciudades de postal, qué atardeceres pragueños junto al Moldava, cuánta y qué buena cerveza corría también por allí, marco incomparable desde los Hausburgos cuanto menos, conservacionistas a la fuerza, tanques soviéticos mediante, ahora es cuando les toca hacer caja o eso parece. Ya, ya, desbarro.

Sea como fuere, el atardecer apunta fulgurante por todos los rincones, así que entre una compra y otra, el comercio de Gijón no tiene parangón, como que no se nota poco ni nada en muchas de sus tiendas y negocios la vocación de ciudad costera, abierta con pujos cosmopolitas, siempre en contraste con Oviedo, claro está, la sed que empieza a hacer mella, el cuerpo me pide lúpulo y ya ni oigo a mi pareja. Necesito trasegar cebada en cantidades industriales, de lo contrario, mira bonita, no me hables de niños, padres, trabajo o planes, not future con la garganta seca.

En la Plaza del Marqués todas las terrazas a rebosar. Encontramos sitio en el Inn, los dos de espalda a la pared del pub o lo que fuera, de cara al puerto, a los mástiles de los barcos deportivos, también llamados yates o así, viendo embobados la fusión lumínica de un atardecer radiactivo. Uno de esos momentos para apuntar en el cómputo de la felicidad: un atardecer junto a tu pareja mirando al mar y una pinta de trigo, si me deja sacar otra déjate de cielos y hostias, me quedo aquí para los restos, me fosilizo; y no me pregunten por qué, pero también tarareando canciones de Barricada, ya lo sé, de sicólogo.

De vuelta a casa, tras previo paso por el videoclub. La casa para los dos, por fin una peli en condiciones. Momentazo gastronómico con plato de huevos fritos caseros que nos han traído unos amigos, el día anterior tal cual con el enano a mi lado abriendo la boca todo el rato, anoche tres huevos pará mí solo con unos taquicos de jamón y un poco de parmesano rallado, el acabose, eso y más lúpulo otra vez cabalgando a lomos del éxtasis de las pequeñas y sabrosas cosas.

Tan a gustico, tan a gustico, que no me lo creo. Eso hasta que de repente, ya los dos empijamados viendo una peli, se me ocurre preguntar por mi regalo de cumpleaños y un librico para el pequeño que habíamos comprado esa tarde en Xixun. Yo al garaje a toda hostia a mirar dentro del coche y T a llamar al pub del atardecer ese de los cojones a ver si nos habíamos dejado una bolsa sobre la mesa. Va a ser que sí, así que como no abren hasta las cuatro del día siguiente, mi señora que a vestirse a toda hostia para salir corriendo hasta Gíjón de nuevo. Pues oye, precioso Gijón de noche, sobre todo por la zona del puerto con todos sus borrachos, y eso que a mí la cerveza que había seguido trasegando en casa me salía ya por las orejas, esos que cuando ven venir un coche se echan a la carretera en plan "¡llévame pal otro barrio!". Sí claro, a ti te voy a llevar a ninguna parte por tu cara bonita, coge y tírate de un quinto, gilipollas.

En fin, menos que estaba la bolsa, maja es la gente aquí, redioooos. Luego ya de nuevo en casa pudimos acabar de ver la mierda de peli que habíamos alquilado. Estábamos reventado.

Y hoy sábado a la mañana, no falla, de hecho ya me lo había pronosticado une amie qui est aussi la sorciere des ouefs champetres, como casi todos los viernes, el verano brilla por su ausencia tras las nubes. He salido por el periódico bajo el orbayo/sirimiri. Ahora llueve a cántaros y toca ir a buscar a los críos al pueblo donde pasan los findes los progenitores de mi señora. Pensaba aprovechar la visita para dar un voltio campestre por los alrededores, a la sombra del Sueve, lo típico, praus, vaques y mastines asesinos..., y ya de paso bajar así la fabada con la que amenaza la madre de mi pareja, pero ya, ya, tarde de sofá o por el estilo. La vida como un puto tiovivo.

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