viernes, 15 de abril de 2011
SOBRE LA "LA HERMANDAD DE LA SANTA PEDOFILIA" Y DE LA "COFRADÍA DE LA VIRGEN DEL MISMÍSIMO COÑO"
¡Ojo! No pretendo ofender, siquiera no ya de entrada, no son nombres que me haya inventado yo sino los convocantes de la procesión atea de Madrid. Al final se la han prohibido. Dicen que ofendía a los creyentes, que era una burla, y claro eso no se puede permitir. ¿No se puede permitir la burla, la astracanada, la parodia? Parece ser que el ejercicio de la disidencia hacia lo imperante es lo que ofende de verdad. Porque si tan convencido u orgulloso estás de tus creencias, qué diablos te importará que otros se mofen de éstas, allá cuidados con sus prejuicios o sus fobias. Otra cosa sería que te agredieran por tus creencias o ideas, que fueran a buscarte. Pero si lo hacen por su cuenta, si ellos se lo guisan y se lo comen, qué más te dará que sea con mayor o menor gusto, que berreen esto o lo otro. Acaso esos mismos que dices que te ofenden no tienen que aguantar el resto del año las repetidas manifestaciones en las que tus compañeros de fe exigen que el gobierno laico se somete a los dictados no sólo morales sino también políticos de tus obispos. ¿No hay sitio en una ciudad como Madrid como para qué cada grupo, tendencia o secta se manifieste por su cuenta sin agredir al contrario sino más bien y en exclusiva a sus ideas o creencias con lo mejor de su agudeza verbal e ironía? ¿O es que lo que de verdad agrede es la mera existencia de alguien que piense distinto de ti, el derecho de éste a protestar por lo que considera una ingerencia permanente e inaguantable de la Iglesia y sus más fervientes o enfebrecidos seguidores por someter al resto de la sociedad a sus postulados, un intento por devolvernos en bloque a los más oscuros tiempos de nuestra Historia en los que ellos eran los que cortaban el bacalao? ¿Es que la Iglesia Católica, a diferencia de cualquier otra institución del país, está libre de crítica o mofa? ¿Es que los que no asumimos ni creemos en el carácter sagrado de la misma estamos obligados a tragar con ello pese a que ese concepto de lo sagrado no sea precisamente "de iure"? ¿A qué viene este privilegio de poder colocarse por encima del bien y del mal? ¿No les vale con el reconocimiento como hecho histórico-socio-cultural que caracteriza y hasta vértebra en buena parte la identidad española, razón por la que tirios y troyanos aceptamos de buena o mala gala la omnipresencia en la calle de la religión en fechas tan destacadas como la Semana Santa? ¿Tanto daño les puede hacer la pataleta de cuatro gatos enrabiados que sólo quieren aprovechar su derecho a manifestarse para despotricar contra la sinrazón de una religión que sigue reclamándose católica y apostólica, esto es, que aspira a pesar de todo a monopolizar las conciencias del conjunto de los ciudadanos y que si no lo hace sólo por una mera cuestión de estrategia y fuerzas? ¿Tanto cuesta entender el anticlericalismo como una necesidad, casi fisiológica, de poder despotricar a gusto de vez en cuando contra una religión que lo impregna todo con su irracionalidad en todos los aspectos de su absurdo cuerpo teológico-doctrinario, su hipocresía a raudales y sus ansias de controlar todas y cada una de las conciencias?
En fin, anda que no son bonitas ni nada las profesiones ateas. Yo ya ni me acordaba de ellas. Cuando las hubo en la pequeña y apañada capital de provincia -que cantaban de la suya los de Tijuana in Blú- en la que vivía apenas era un crío, aunque no tanto. Pero recuerdo y mucho el revuelo que se montó la primera vez entre la mayoría de honrados y devotos vitorianicos que se quedaron petrificados ante tamaña osadía. Y no porque la Semana Santa fuera una tradición de gran arraigo en mi ciudad, no al menos en comparación con otras partes, qué decir con zonas de Castilla o Andalucía (en Vitoria el acto religioso verdaderamente multitudinario, el que demuestra a las claras el carácter secularmente gazmoño, santurrón y profundamente conservador y provinciano de su masa social, no es otro que la Procesión de los Faroles durante las fiestas de su patrona), sino porque muchos de esos vitorianicos, tan satisfechos de la inmutabilidad de las cosas, descubrieron de repente que la Vitoria en la que habían nacido, o ido a vivir desde su aldea o villa tan o todavía más conservadoras, ya no era tanto la ciudad levítica en la que durante siglos se habían enseñoreado los curas y militares, no muy distinta que cualquier otra ciudad española del tipo de esta Vetusta desde la que ahora escribo. La ciudad en la que un grupo abultado de gamberros, entre los que destacaban miembros del grupo rock Hertzainak y también el jovencísimo actor Karra Elejalde como maestro de ceremonias, una ceremonia en la que se mezclaba la cosa esa gamberro-etílico-reivindicatica de la Euskadi Tropical y toda la mandanga antisistema al uso, siquiera sólo de la época, se atrevían a mofarse del clero y sus historias, seguía siendo pequeña y apañada pero ya no tan sumisa, albergaba una porción considerable de elementos antisistema que provenía de la radicalización de las movidas políticas surgidas a raíz de los conflictos laborales de una ciudad que sobre todo era industrial, una ciudad multiplicada por diez de repente con la llegada de miles de emigrantes de todas partes de España, una ciudad convertida en capital artificial de la mitad de un país azotado por el terrorismo y sobre todo por su enfermedad endémica: el banderismo (que es algo que no tiene que ver con el bandolerismo tipo Sierra Maestra, sino más bien con esa tendencia a lo largo de toda la Historia del País Vasco a dividirse en bandos por cualquier pijada con el único objetivo de zurrarle la badana al vecino).
Luego la gente de bien, que siempre es o quiere ser mayoría, veía que esos gamberros zarrapastrosos -vete y háblales del Punk de los 90, del daño que hacía el consumo exagerado de ciertos estupefacientes…- no sólo berreaban blasfemias, sino también consignas políticas de todo tipo -tampoco les vayas con lo de ácratas que no, ellos siempre entendían etarras-; pero claro, y tal como ha sido la tendencia general por aquellos pagos, a fuerza de simplificar las cosas, de no entender más que lo justo, la peña apenas se quedaba con otra copla que con la de que alguno había vociferado sus Gora ETA, y claro, etiqueta al canto, "¡estos son los de siempre, son etarras, quiénes si no!". Y no lo eran ni por el forro, siquiera algún revirado que tras la preceptiva somanta de palos de las Fuerzas de Orden le daba por gritar "¡ETA mátalos!" como el que te decía "¡te voy a volver la cabeza del revés de una hostia", puro exabrupto de moda (sí, de moda, se le va a hacer si la empanada era la que era y para de contar). Anda que no eran poco mojigatos ni nada muchos de los de ETA y compañía, dile tú a uno de los que llegaban del caserío a lo de liberar Euskadi que lo primero que había que hacer era quemar crucifijos y no te quiero decir la hostia que te podía soltar así de primeras...
Pero no, la gente de orden que si se trataba de un episodio más de subversión contra el orden establecido y a por ellos, no nos van a amilanar. Y si por aquellos años la cosa religiosa estaba ya bajo mínimos, flojita como quien dice, de repente y por obra y gracia de la provocación, todos a misa, al acto de desagravio de la virgen o el santo de turno, a reafirmarnos en una fe de la que ya nos habíamos olvidado, que no se puede permitir tamaña afrenta, a la que te descuidas volvemos al 36 con la quema de iglesias y conventos, los asesinatos de monjas y curas, la revolución y el copón bendito; la gente mayor y de orden siempre estaba convencida de que andaba suelto mucho comunista cabrón, ya se sabe, rojos, ateos y fusilables todos.
Por eso a pesar de que, como no soy excesivamente espabilado y tiendo al despropósito con demasiada facilidad, no veo con malos ojos las procesiones ateas, hasta me parecen, en un acto de ingenuidad supina, un derecho dentro de lo que sería una sociedad madura que acepta todo siempre y cuando no se agreda físicamente al prójimo, que hasta esté convencido que la manifestación en la calle de las neuras de cada cual apenas sirve para otra cosa que para desahogarse y por lo tanto para quitarle hierro al asunto, me temo que actos como el de Madrid sólo servirían para avivar los ánimos de una grey, la católica, que ya no es que se sienta permanentemente atacada, es que además lo necesita como aquellos correligionarios suyos que en el pasado la armaban en la Córdoba califal con el único fin de hacerse sentir presentes, "¡ieeeeep, que tamos aquí, oiga!", que como apenas les hacían caso o los castigaban, iban subiendo el tono de sus reclamaciones hasta que al emir de turno no le quedaba otra que condenarles al martirio porque, hijos míos, la ley es la ley y por muy zumbados que estéis siempre hay un límite. No te quiero decir nada hoy en día, con tanto intereconomista o gacetillero-juan-carlos-ávila preparado para saltarte al cuello a la menor manifestación anticlerical, a la menor desidencia ante los postulados eternos de una fe que luego apenas es otra cosa que el ideario nacional-católico español de toda la vida y para de contar.
En fin, contradicciones que tiene uno por la cosa esa de ser humano, muy humano.
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