No sé adónde habrá ido a parar la mocina asturiana de melena rubia, dentadura marfileña y con un amanecer por sonrisa que me ponía el café con leche por las mañanas tras el efusivo saludo al que me tenía acostumbrado, "buenos días, ¿qué tal, todo bien, y los nenos?", la promesa no pedida, "ahora mismín póngotelo, vida" y la despedida más tierna que puede concebir un tipo acostumbrado a saludar al prójimo con unos escuetos "epa" y "agur", me refiero a un entrañable "¡hasta lueguín, vida!". No lo sé, ni siquiera si debo imaginármela víctima del desafuero "ad maiorem domini gloria" de los contratos a tiempo parcial, de cabeza al abismo nihilista de las colas del INEM o acaso de todo lo contrario, de un contrato indefinido en lo que fuera lo suyo, por fin, ojalá. El caso es que la sustituye otra moza de cara redonda, cabellera rubia natural recogida en una cola de caballo y gafas de culo de vaso. Un chavala que ya el primer día, al ver que no respondía a mi saludo, supuse que andaba escasa de los rudimentos de la lengua castellana, por lo que me dije que ya se iría soltando, oye, que a todos nos ha pasado cuando hemos estado fuera, al principio cuesta hasta un mísero "hi!" en lugar de un mucho más formal "hello!". Pues la verdad es que saludar lo justo, por lo general ni el buenos días; pero, por lo demás, progresar ha debido progresar un montón, como que ya hasta me abronca por las mañanas cuando le pido el café y me responde con su hosco acento eslavo: "¿perro hoy quierres cafe o descafeinado?". Y yo, claro está, respondo por inercia que lo de siempre, y entonces me percato de que he vuelto a meter la pata: "¿Qué es lo de siemprre, porrque ayer descafeinado y otro día café norrmal, no sabes lo que quierres..:" Casi estoy por humillarme y pedirle perdón con la cabeza gacha: "perdona, kamarada, no volveré a vacilar con el café". Porque parece que de eso se trata, de que como cambies de un día para otro de elección la señorita Anouska, Irina, Katya, Lidochka o como sea, se coge un rebote de mil pares de muñecas rusas. Que no concibe que se pueda ser tan inconstante con eso del café, que si un día le pides descafeinado al día siguiente sea un café normal, la descuadras, le jodes el plan quinquenal o algo así. Y claro, a ver qué coño es eso de que el cliente tiene siempre tiene la razón, estoy por pensar que esa frase no existe en ninguna de las lenguas eslavas habladas en el mundo, y si me apuran, y esto por la experiencia en otros países del otro lado del telón de acero, tampoco en húngaro y puede que ni siquiera en rumano. Y no sólo es el café, Anuska o como sea tampoco es muy dada a la intuición o a la improvisación, porque retentiva..., o le sueltas la retahíla entera, esto es, "descafeinado mediano con leche", me temo que hasta que hay utilizar el mismo tono, o se queda ahí parada esperando a que venga el politburó al completo para sacarla de dudas. El caso es que no hay día desde que está la rubia de carita redonda, cola de caballo y gafas de culo de vaso, mi matrioska de cuerpo presente por las mañanas, que no me acerque a la barra como el que lo hacía a una cola de racionamiento; acojonadico por si hoy vuelvo a meter la pata y se me olvida lo de mediano o de con leche, que ya no es sólo que cuando entro a la cafetería y veo que está ella al cargo creo que he atravesado el famoso Telón de Acero, es que su mirada parece estar hecha también de la misma aleación.
En fin, será que no me ha tocado precisamente la camarera más simpática de Brastislava, Brno, Zagreb, Minks o de por ahí. Pero ya, ya, como que en Chequía y su hermana Eslovaquia lo eran todas, mejor no rebuscar en el baúl de recuerdos. Hoy mismo, tras el trago de rigor para pedir el café y echar un vistazo a las naderías del periódico local de encima de la barra, voy a levantarme para salir, y en esa que sin darme tiempo incluso a ponerme el chubasquero, la compatriota de edad madura que acostumbra a pegar la hebra con mi Anuska en su correspondiente lengua eslava junto a la esquina de la barra, va, se me acerca, me agarra el periódico que tenía sobre la mesa sin mirarme ni siquiera a la cara y se vuelve con él a su rincón sin haberme dedicado ni un mísero "spasiva", "dêkujim" o "dziękuję". Será culpa mía, vaya que sí, que no me acabo de hacer a las costumbres soviéticas, que no parezco dispuesto a renunciar a mis odiosos hábitos pequeño-burgueses como la buena educación y otras pendejadas antirrevolucionarias, no sé.
Y ahora eso sí, a esperar al tiquismiquis de turno con lo de que si he ofendido a la raza eslava en su conjunto o a las rubias con gafas en particular...