jueves, 8 de abril de 2010
VANIDADES EN NEGRITA Y MUCHA FARFULLA INSUSTANCIAL
Como un suspiro, mando una carta al director del Correo y me la publican hoy. La cosa tiene que ver con el uso y sobre todo abuso de los lugares comunes que el común de los mortales usamos a diario, pero que poco o nada tienen que ver con el sentido común, el racioncinio puro y duro, de cualquiera con dos dedos de frente, esto es, de cualquiera con un mínimo de educación y sensibilidad. Esto viene a colación del comentario que salía en la noticia acerca del asesinato de una anciana en Salvatierra (Eztet Agurain esaten, gasteleraz ari naizelako...) en el cual el redactor de la noticia utilizaba la expresión "de toda la vida de Agurain" para dar a entender el aprecio que tenía la fallecida entre la gente del pueblo, como si el hecho en sí de haber nacido y vivido toda la vida en una misma localidad fuera en sí una virtud digna de elogio y no una mera contigencia, ni buena, ni mala, todo lo más irrelevante.
Sin embargo, es de lugares comunes como éste de los que veo plagado desde hace tiempo un periódico como El CORREO, una tendencia hacia la utilización y reiteración de conceptos esencialmente populares, de portería o tasca decía en mi carta, pero que en ningún caso juzgo propios de un periódico que en su tiempo presumía o prentendía ser una respuesta norteña, vasca si se quiere, a ese otro también regional y aún así respetado, de LA VANGUARDIA barcelonesa, esto es, al estilo de otros que siendo en principio locales, como el Frankfurter Allgemeine o el Ouest-Françe suelen transcender con su editoriales y reportajes sus límites territoriales.
Te podía gustar o no la línea ideológica del periódico, todos la tienen, y de hecho cuanto más de derechas son más presumen de no tenerla, pero al menos sabías que aún siendo local no por ello era menos serio, enjudioso,y de hecho la mayoría de sus artículos no desmerecían en nada, a veces incluso los superaban, a los periódicos de tirada estatal. Sin embargo, todo esto ha cambiado sustancialmente de unos a esta parte. No diré que tenga que ver con los cambios empresariales experimentados, la creación de un famoso grupo medíatico que aspira a hacer la sombra a otros más asentados desde el centro-derecha o así. Pero el caso es que en mi opinión el nivel de seriedad, rigor y enjundia se ha visto seriamente afectada por una vulgarización no sólo de contenidos sino también de estilo. De ese modo, ya no es sólo que hayan aparecido secciones como esa que pretende ser de sociedad y que en realidad no pasa de ser una pasarela de vanidades provincianas, quiero decir, del tipo un bodeguero presenta el vino del año en el hotel tal o el restaurante cual de la capital y allá van todos los enterados para que les saquen al día siguiente en el periódico su nombre en negrita, jet-set de cuarta regional en la página de un periódico. Ni siquiera la horterada en grado sumo, si no ya directamente vomitivo, de felicitaciones de cumpleaños o fotos de las vacaciones del fulano de turno; como se ve información de gran calado que nadie se puede perder si quiere estar en el ajo de cuándo cumplió años fulano o adónde fue este año de vacaciones mengano. Y así unas cuantas más a lo cuanto más populista mucho mejor, quítame ese analista económico o ese otro de internacional y ponme una fotos de mi tía Paca la del pueblo o un reportaje a doble página sobre las excelencias de la patata alavesa. Lo peor es que el estilo también atufa a populismo, siquiera a simplismo para que me entienda hasta el tonto del pueblo, con el único propósito de a ver si así le quitamos cuatro lectores al Deia o a El Mundo, a ser posible de los que no pasan de los titulares y van directos a la progamación televisiva. Así pues, no es de extrañar que los redactores utilicen cada vez más lugares comunes, atavismos de la aldea propia o la de los padres, o den rienda suelta a sus prejuicios más rancios, primarios, eso que sólo se dice en cuadrilla y allí debería quedarse para no dar en tonto al cuadrado, y muy en especial de haber vivido poco y leído menos. Y menos mal que, a diferencia de otros periódicos, éste del que me ocupo mantiene su excelencia en cuanto a los columnistas, una vez más pueden gustar más o menos pero nadie les niega la valía y sobre todo la experiencia. Cosa que no se puede decir lo mismo de otros diarios, más locales por lo general ellos, en los que es abrir la primera página y darte de bruces con el careto de un niñato con pintas de becario o de ser el hijo o nieto de vete a saber quién, acaso sólo un recién licenciado con buena nota que hay que meter como sea a rellenar páginas (quien esté libre de prejuicios que tire la primera piedra, otra cosa ya es tomárselos en serio...). Y si no al texto me remito, a la inanidad que desprenden tantas y tantas columnas firmadas por tipos por debajo de los cuarenta. Que sí, que es cosa de mis cuarenta y uno, que no puedo evitar ver ya a los mozalbetes como soplapollas a dos patas susceptibles de abrir la boca y cagarla. Se le va a hacer, ya sé que ni es verdad ni justo, pero es que tampoco lo es rellenar un periódico con la nada cotidiana del que no tiene nada contar y aún así lo forran o casi para que lo haga.
Lamentando de antemano el hecho luctuoso del asesinato de la señora Bonifacia Ruiz de Arbulo, quisiera dejar constancia de mi estupefacción ante el uso en su periódico de expresiones como «de Agurain de toda la vida» a la hora de trazar el perfil humano de la víctima, pues si los epítetos que preceden a ésta como «encantadora»,«simpática» o «agradable», sí contribuyen al trazado del mismo, una frase como la que nos ocupa no sólo se me antoja completamente baladí a la hora de conformar el retrato de la víctima, sino que además, tal como está escrita y en relación con el hecho concreto del asesinato, parece dar a entender que el dato completamente casual de que la víctima hubiera nacido y vivido toda su vida en el pueblo la hacía, si no mejor, sí especial o cuanto menos distinta de otra que no hubiera tenido esa supuesta suerte.
Se trata, en todo caso, de un lugar demasiado común y sobre todo de uso casi exclusivo en el subconsciente colectivo del hombre común, tema tan recurrente como irrelevelante de las conversaciones de portería o tasca, como para que una vez pasado por el tamiz del sentido común propio de una inteligencia media pueda ser usado en las páginas de un periódico que pretenda huir del amarillismo como de la peste. No vaya a ocurrir que empeñados en ir por ese camino acabemos leyendo cosas del tipo: «la víctima que era de buena familia, que tenía una de las pieles más claras del lugar, que disponía en el banco de una abultada cuenta corriente y era dueña de media docena de terrenos en su localidad, que iba a misa todos los domingos y nunca había blasfemado en público, que se cambiaba de muda todos los días y ventilaba la casa una vez por semana...». ::
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