lunes, 9 de agosto de 2010
La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que yo sé me ha sido dado por el corazón ... Leon Tolstoi
Las citas las citas y hasta parece que tú mismo dices algo inteligente. Luego, claro, según de quién las hayas tomado, cómo y para qué. Si ha sido únicamente para darte el pego, tranquilo que tu estupidez no se va a desmentir así de golpe, más bien se reafirmará irremediablente a los ojos de los receptores de la cita de en cuestión. Otra cosa es cuando recurres a ella en busca de una brizna, no ya de inteligencia, si no de mero consuelo, el que procede de creer que puedes asumir como propio el pensamiento de un personaje al que el tiempo ha puesto en la casilla de los personajes dignos de ser celebrados por sus obras o sus actos.
Pero cuidado, hay que afinar con mucho cuidado para no patinar en el juego de la pedantería, siquiera para consumo propio, si recurres a un personaje admirado por sus obras, de las cuales deduces una inteligencia digna de admiración y hasta de emulación, procede revisar también algo de su biografía, ver hasta qué punto entre sus dichos y sus actos asoma la coherencia.
En el caso de mi admirado Tolstoi, nada raro esto mío de admirar a un clásico ruso, ni siquiera me lo explico del todo pero es lo que hay, a saber si será la llamada de la tundra o el aliento a vodka los que me impulsan a ello, está claro que siendo hombre de inteligencia tan probada, no otra cosa se puede concluir de sus obras inmortales, es notorio que hablaba en serio cuando ensalzaba el corazón en detrimento de la razón, sólo hay que reparar en su biogragfía para comprobar hasta qué punto, pues tras intentar renunciar a todo en favor de los pobres, nunca pudo cumplir sus designios altruistas por culpa de su esposa, Sofía Behrs, la cual siempre lo impidió. De ese modo, el pobre Tolstoi al final tuvo que contentarse con huir de su casa tras renegar de su mujer y su prole para ir a morir como un desgraciado en la estación ferroviaria de Astápovo.
Así pues, si hay algo que nunca se le podrá reprochar al gran escritor ruso es que fuera coherente con su rechazo a la razón hasta el punto de perder la chaveta por dar rienda suelta a los impulsos de su órgano torácico. Por mi parte, y aún teniendo poco o nada a lo que renunciar que no sea mi rutina y las cadenas que yo mismo me he impuesto, todo lo más parecido que he llegado a parecerme a Tolstoi ha sido cuando me cabreo con mi señora y me largo de casa para acabar... tomándome un gintonic en la pizzeria de la esquina. Uno es demasiado prosaico, y claro, siendo así no sé qué me da que como escritor no voy a ninguna parte...
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