martes, 10 de agosto de 2010

POBRE DE MI QUE YA HEMOS VUELTO AQUÍ


Se acabaron las fiestas de Gasteiz cuando servidor ya había vuelto a su exilio astur. Se acabaron como lo hacen todos los años, languideciendo hasta la extinción final. Pasánoslo bien, que dirían ya por aquí, aunque uno hace ya tiempo que dejó de ser fiestero en el sentido literal, que apenas ya vive sólo de recuerdos y gusta de tirar de la nostalgia cuanto más boba mucho mejor. Salimos, comimos, bebimos, hasta bailamos, no todos los días, no con la intensidad de antaño, ya no hay organo vital que aguante tanto tute. ¡Qué hostias, como para hacerlo! La ciudad ya ni parece la de entonces, las fiestas son las mismas, las calles también pero no tanto, y sin embargo las caras son otras, no te corresponden, tú ya estás fueras, si te metes a la faena lo único que haces es el patético. Pero aún así estuvo bien porque poco ya es mucho, y mucho simplemente un suicidio premeditado.

Celedón subió anoche, se supone que de vuelta a su pueblo, Zalduondo, donde no sé yo si ya le habrán cosechado el trigo, que este año me parece a mí que viene con premio. Y el resto de estampida hacia sus lugares de veraneo o casi, unos al encuentro de la parentela en Benidorm tras unos días de Rodriguez, otros aquí al lado en Asturias, los más osados de buceo en la costa brava y algún que otro tarado que se baja en coche hasta Cadiz. Claro que el resto a saber con la crisis, que ya he leído por ahí que este año el consumo de bares, restaurantes y demás ha caido un 15% en fiestas. Cualquiera lo diría viendo las curdas que lucían algunos, y no me refiero a cierta pareja de amigos encalimochados hasta las trancas la tarde del jueves... Menos mal que luego había que recogerse para estar fresco al día siguiente y poder así conducir sereno hasta el aeropuerto de Loiu...

En fin, otro más que la ciudad poslevítica vuelve a su normalidad de rutinas y cabreos varios, a sus obras sobre todo, que anuncian unas treinta así como que a traición, en plena resaca posfestiva, pobres de los que se quedan, ya sea porque no hay dinero o porque se les ha roto el pie a lo tonto... También aquí reina el vacío, el tedio, a las mañanas incluso el orbayo, como que en cuanto se tercia hay que escapar hacia la costa, Gijon reluce mientras que Oviedo languidece, para no variar. El verano, que no tiene nada de particular, sólo poder ir por ahí en pantalón corto y no pecar de excéntrico o vendedor playero mientras corro detrás de uno de los churumbeles o acuno al otro en la terraza de un chigre, jodida rutina.

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