jueves, 12 de agosto de 2010

LA CHAQUETA TRICOLOR


El sábado de la semana pasada durante la comida en casa de mis padres con mis recién llegados parientes de Venezuela, hablando de lo que siempre se acaba hablando desde hace años con cualquier venezolano, de su rumbero presidente, el teleautócrata y showman Hugo Chavez, pergeñador de ese socialismo con maracas que dice beber tanto de las fuentes del legado bolivariano como del ejemplo, fallido como todos los de su especie, castrista.

Nada nuevo que reseñar a lo dicho u oído mil veces antes, nada por mucho que disfrutara escuchando después de tanto tiempo a mi locuaz prima Adriana con su exhuberante y hasta hipnótico acento caraqueño, una expresividad más que un habla que me encandila desde siempre. Y digo nada porque, exceptuando el testimonio personal de la parentela, ya casi todo parece estar dicho o escrito sobre tan extrafalario personaje, antiguo comandante golpista que por mor de una afortunada intervención televisiva en los momentos previos a su detención tras la fracasada intentona del 92, puso los cimientos de un movimiento revolucionario que tras las elecciones e3 1988 puso fin al entonces vigente régimen bipartista y latrócrata que había gobernado Venezuela a mayor gloria de una oligarquía sustentada en las ganancias del petróleo y poco más.

A partir de ese momento, y sobre todo con la proclamación de la Quinta República, se inició un movimiento que él televisivo prócer tilda de continuo como de revolucionario, el cual mezcla la mitología nacionalista bolivariana con un socialismo que dicen de nuevo cuño, del Siglo XXI, pero me mira siempre de reojo a Cuba como pozo inagotable de consignas demagógicas para contento de la masa social empobrecida que apoyó desde sus inicios a su comandante en maracas, una masa resentida, y con razón, de tantas décadas de ostracismo dentro de su propio país.

Este socialismo caribeño que amaga todo el rato con subvertir las bases de la sociedad venezolana, que anuncia a bombo y platillo la muerte del capitalismo y de su avance inexorable al resto de pueblos americanos, apenas ha hecho tímidos avances en las mejores reales de las condiciones de vida de los deheredados del país, todo lo más una legislación por la senda de la tradicion constitucionalista hispana, esto es, en la creencia de que primero viene la ley y luego el remedio, una metafísica que nos ha proporcionado la historia que tenemos de golpes de estado a la menor de cambio y constituciones una tras otra a servicio de la facción de turno. De ahí la larga lista de reformas constitucionales como previo paso al alumbramiento de una nueva sociedad y no al revés. También ha impulsado medidas populares, y a veces sólo populistas, como las misiones bolivarianas, la expropiación con reservas de los grandes latifundios, la nacionalización progresiva de los sectores económicos estratégicos del país, todas ellas dirigidas a poner las bases de esa revolución tantas veces anunciada, la cual después de tanto tiempo y tanto amago no parece otra cosa que una mera estrategia de mantener un estado de tensión continua entre sus adeptos con el único objetivo de agarrarse al poder a la vez que va haciendo tímidas reformas estructurales que apenas se sostienen por otra cosa que no sea la bonanza petrolífera en la que ha vivido el país hasta el momento.

Dentro de esta estrategia de tensión continua, si es que no es su principal componente, encontramos el tira y afloja entre lo teatral y lo simplemente dictatorial, con una oposición que en los últimos años ha ido evolucionando desde los afines al antiguo régimen corrupto copeyano al conjunto de agentes sociales descontentos con el presidente, del que forman parte tanto líderes sindicales como antiguos y destacados miembros del gobierno.

Y cómo no, al discurso populista contra la oligarquía corrupta y los contrarrevolucionarios de ocasión, amen de los ataques cada vez más escandalosa de la libertad de expresión, los cierres de los medios críticos y la encarcelación de los pocos que osan levantar la voz dentro de sus propias filas, Chavez también ha sumado la demagogia antimperialista y los fantasmas nacionalistas con Colombia como vecino susceptible de volcar sobre él todas las frustraciones y fracasos del gobierno bolivariano en el mejor estilo de "ponga una guerra con el vecino y los suyos se olvidarán de todos lo problemas de casa".

Eso es lo que hay, la dictadura encubierta de un charlatán populista al más genuino estilo sudamericano, ahora con el agravante del fenómeno de los media y la televisión como el más destacado de ellos por su influencia sobre una población con grandes cifras de analfabetismo, y mucha, pero mucha demagogia maridada con socialismo, indigenismo y nacionalismo, todo lo que haga falta para sostener un régimen cuya última razón de ser, y siguiendo un guión que recuerda las mejores novelas sobre dictaturas sudamericanas con el Tirano Banderas de Valle Inclán a la cabeza, cada vez es más evidente que empieza y acaba en la propia figura de Chavez.

Claro que al lado, delante y detrás de él todavía no hay nada, ni una verdadera praxis revolucionaria por muy trasnochada que ésta sea, ni siquiera, y lo que es peor, una alternativa de oposición seria, factible. Sobre todo, porque de haberla está ya no puede venir de la clase cuyo régimen él fulminó con sus sucesivas victorias electorales, y también el descrédito de la intentona golpista de esa misma oligarquía incapaz de ver más allá de sus intereses económicos y de clase, sino más bien de entre las propias filas del chavismo sociológico, la clase social desfavorecida de la que también surgió en Brasil su actual presidente, Lula, el reverso en casi todo del venezonalo, y muy en concreto en cuanto a resultados dentro de lo que también en un discurso de izquierdas pero con los pies muy en el suelo y no en el mito o en la pura nada como en el caso del presidente telepredicador de Venezuela. Casi es de lógica histórica, la misma que si la repasas te das cuenta de que en revoluciones anteriores como la francesa, los que pusieron freno a los desmanes de los primeros años no fueron los defensores del llamado Antiguo Régimen, sino la clase media resultante de esa misma Revolución que en sí misma fue un punto de no retorno. En Venezuela, me lo aseguraba e ilustraba con ejemplos mi prima, aparte de los encaramados en el poder y como de costumbre no siempre por verdadera devoción o convencimiento, no existe la voluntad de crear una clase media a partir de los mejores, los más inteligentes o esforzados de la baja gracias a un sistema de promoción social vía becas, créditos o lo que sea. La igualización socialista que pregona Chavez dista ser por el medio del que surgen nuestras prósperas democracias occidentales, sino más bien por lo bajo; no vaya a ser que una vez bien situados en lo económico y hasta en lo académico, les dé también por pensar por su propia cuenta y de ahí al revisionismo revolucionario, siquiera sólo a renegar del comandante en maracas y su pachanga mediática, solo hay un paso, qué digo, un voto.

Esto último hasta me lo reconoce mi prima, más bien me lo señala, desde siempre mucho más lista y sincera que la mayoría de los venezolanos de su entorno, escuálidos en su inmensa mayoría, ciegos ante el pasado, presente y futuro de su país, incapaces de ir más allá en su discurso de la pataleta o el insulto, de ver más allá de los errores o excesos de su actual presidente los suyos en el pasado, de hacer algo más que chistes a cuenta de la sumamente hortera chaqueta de Chavez con los colores de la bandera venezolana. No se dan cuenta de que puede que con ella Chavez no sólo de la nota y demuestre su escaso o nulo pudor en las cosas del vestir, también se exhibe como le gustaría hacerlo a la mayoría gente que lo apoya: encantado de conocerse como venezolano sin complejos y buenas dosis de rumba, ajuaaa.

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