lunes, 2 de agosto de 2010
ABSURDA MELANCOLIA AGOSTEÑA
De paseo bajo el sirimiri veraniego junto al pantano de Uribarri-Ganboa, tercer día de caminata en lugar de tumbarnos a la bartola después de comer, el primer día de ida y vuelta hasta Armentia por el bosque homónimo, ayer que casi subimos sin que T se diera cuenta, que casi la engaño con lo de "venga, que arriba ya es todo llano..." hasta lo alto del Zaldiaran. De cualquier modo, si los dos primeros días urgía pasear bajo las copas de los árboles como único remedio preventivo contra la insolación dado lo mucho que calcaba el astro rey, ayer, en cambio, el otoño se adelantaba de sopetón y lo invadía todo haciendo más que propicio un paseo por los senderos de alrededor del pantano. Lo dicho, el otoño a primeros de agosto, de un melancólico subido, la murria a flor de piel. El agua embalsada rompiendo contra la orilla en mínimas olas, el verdor húmedo de los prados y el amarillo mohíno de los trigales, la lejanía teneblosa de los montes al fondo y la capa grisacea de nubarrones que lo envolvía todo. Un oasis otoñal en pleno verano, apenas un par de almas merodeando por los alrededores y nosotros dos con chubasquero y paraguas rodeando aquel remanso de paz acuatíca que da de beber a dos provincias enteras o casi.
Y en eso que llegamos a la altura de la caseta de Anvisa y oímos, "que me he roto el culo". Sorprendidos miramos hacia abajo, donde el mirador que hay a los pies de la caseta, y donde yo esperaba ver una escena carcelaría en las duchas vemos a un grupo de chavales en traje de baño que se divierte tirándose de cabeza al agua desde el muro de la caseta. Fue verlos y quedarnos helados, que ya había que tener ganas con el frío que hacía fuera del agua y no digamos ya nada dentro, me imagino. Pero ahí estaban ellos con sus chichas al aire, ellas con sus culos respingones tipo amortiguador, bikinis mínimos y la testosterona a tope induciéndoles a hacer todo tipo de machadas delante de ellas. Tan enternecedor como escalofriante, no sé si por el frío o por el peligro de estamparse la cabeza contra las rocas del muro o del fondo de esa parte costera del pantano con sus lascas calizas a modo de cuchillas.
De cualquier modo, fría y ventosa estampa veraniega donde las "hayga", la alegre y descerebrada muchachada desafíando a la muerte bajo la atenta y acaso también lásciva mirada del resto, chapuzones con el pavo subido y sonrisas latinas, ser joven también es ser suicida, la vida a esa edad se asemeja a una eterna ruleta rusa, todo ello en una nublada tarde de agosto mientras dos jóvenes viejales como nosotros nos quejábamos del cielo encapotado con su sirimiri y la absurda melancolía que de repente se había adueñado de nuestras vacaciones.
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