miércoles, 18 de agosto de 2010
ORANIENBURGER STRASSE
Moderno y, supongo que también eso que dicen coqueto, hotel en la Oranienburger Strasse, al norte de la ciudad y eje central del que hasta la II Guerra Mundial fue el Scheuenviertel o corazón del extenso barrio judío de la ciudad. La guía al uso dice que pese a la riqueza que atesora, o más bien precisamente por esa, por haber sido atesorada por la raza maldita cuya trágica historia parece asaltar al viajero en cada uno de sus rincones a poco que vaya un poco léido o preste la debida atención a la placa conmemorativa de rigor, fue abandonado a la desidia durante 50 años tras la devastación nazi, los bombardeos aliados y la indiferencia de la antigua RDA tras cuyo tan famoso como ignominioso muro permanecía olvidado.
Hoy en día, transcurridas dos décadas desde la caída del muro en cuestión, el barrio, y más en concreto esta calle donde nos alojamos, parece haber recuperado el encanto que tuvo en su momento, en especial durante los años 20, como zona que atraía a artistas, escritores y activistas políticos. Uno llega por primera vez, de noche y directo desde el aeropuerto en metro, y cuando sube al exterior se topa con el gentío que bulle por la calle al reclamo de todo tipo de comercios y establecimientos hosteleros con sus luces de neón, su decoración cada cual más estrambótica, hortera con sólo mirar a la decoración de muchos de éstos, más de un solar reconvertido en improvisado aparcamiento y edificio en ruinas, la elegancia de la mayoría de los edificios recién restaurados, algún que otro pegote moderno, y también más de un detalle muy, pero que muy, significativo de lo que no tiene que fueron otros tiempos de decadencia y también de rebeldía, hoy siquiera sólo capital europea de la juventud y también del movimiento gay, cuya sincera aceptación y asumida normalidad ya me imagino yo que les gustaría poder disfrutar a los de Chueca, apenas algo más que un mero reclamo turístico de unas autoridades cuya inmensa mayoría de miembros siguen hablando por detrás de maricones o invertidos como el mayor insulto que se les puede hacer a los de su especie engominada y no.
Pero todo a su tiempo. Uno llega con las maletas a cuestas como si lo hiciera en pleno bullicio sanferminero o por el estilo, con la calle a rebentar de juventud alegre, ebria, y a saber cuánto también de combativa, por todas partes. Estamos en el centro de la capital del país que según la prensa de la semana dice que tira casi en exclusiva del carro de la ecomonía europea, la que a poco que se empeñen los boches nos sacarán a todos de la crisis que padecemos y a ver luego quién tiene la desfachatez de meterse con su cánciller porque desdeña de su corte de pelo o de su sobrio gusto en el vestir, no hay por ahí poco machismo mal disimulado ni nada.
El caso es que grupos de jóvenes y fornidos germanos y no berrean a nuestro paso cerveza de medio litro en mano, otros descargan el contenido de éstas en la entrada de un banco, a saber si a modo de protesta antisistema, por qué no, o ya, más acorde con el sentido germánico del orden y tal, en el interior e la papelera de turno, si es que hasta para hacer el gamberro son de un ordenado que espanta... Y qué decir cuando nos acercamos hasta nuestro hotel, poco más que pensábamos que ya lo estaban derribando al ritmo que va la economía alemana de marras. Pero no, no hay escavadoras por medio sino el retumbe de los mega altavoces que vomitan música, o algo por el estilo, que llaman rave y chill out desde el famoso Tacheles, epicentro de la cultura alternativa, cutrosa más bien, y por ello no menos exclusiva, ya creo haber tocado el tema, que junto a otros edificios medio en ruinas de las cercanías, y tras la correspondiente ocupación, han sido destinados a la cultura alternativa, lo que viene a ser mucho melenudo con tucos y camiseta a rayas entre paredes descolchadas, sucias o cubiertas de todo tipo de graffiti con ínfulas subversivas o casi; vamos, lo que viene a ser un gaztetxe de los del terruño con más metros cuadrados, decibilios y prácticamente la misma cantidad de mugre. Ya le dedicaré otra entradica a Tacheles, merece la pena con sus txoznas en el patio, el arte pictórico de los muros y sus eslóganes como que ya definitivamente anacrónicos, su campo de maría entre la maleza y sus vasquitos y neskitas de vacatas alternativas; enternecedor.
Lo curioso es que justo enfrente, no a unos metros ni a la vuelta de la esquina, sino justo en la acera de enfrente o vecino al chiringuito del kebad o de las würtzen con curry que también dan fama a esa parte de la ciudad, se suceden casi sin interrupción una serie de grandes y pretendidamente elegantes restaurantes de comida de todo tipo, italianos, mejicános, árabes, japoneses, chinos, vietnamitas, la franquicia norteamericana de turno a la que no hay que hacer propaganda ni por descuido, incluso alguno de esos alemanes que expeden chukrut en cantidades industriales, y en general toda una pleyade de locales de grandes dimensiones cuyas lustrosas terrazas invaden las amplías aceras de la Oranienbürger Strasse en alternancia con galerías de arte, tiendas de artesanía, oficinas de seguros, estudios de arquitectos, alguna que otra frutería y otros baretos no tan elegantes pero sí, o al menos en apariencia, mucho más bullangueros y borrachuzos, a destacar el que recibía el nombre de VIVA ZAPATA, así en castellano, y otro que tal con el Che Guevara y la Revolución Cubana a modo de reclamo para nostálgicos de la cosa o simplemente para libadores de mójitos, caipirinhas y demás combinados exóticos.
Pero no todo es jolgorio o comercio, el la calle que nos ocupa también se encuentra Die Neue Synagoge, la Nueva Sinagoga que no es sino la antigua de 1866 reconstruida tras su más que tormentosa historia, una vez más, y como tantas cosas en esta ciudad, en especial en este barrio judio, no sólo durante el periodo nazi sino también durante el posterior. La cúpula de la sinagoga es de tal magnitud, y el oro que la cubre brilla tanto, que prácticamente no hay rincón en lo que es el centro de Berlín desde el que no se la pueda divisar, lo cual resulta verdaderamente paradójico, se diría que hasta de justicia divina o lo que sea, cuando se mira la estampa del centro con la Nueva Catedral,Der Berliner Dom, protestante en el centro con su tremenda cruz rematando su correpondiente cúpula y, a pesar de toda la magnificencia de ésta, siempre sobresale a sus espaldas, en el horizonte, la cúpula con sus ribetes dorados de la sinagoga.
La reconstrucción, iniciada en 1988, fue completada con el edificio contiguo del Centrum Judaicum, esto es, un archivo-biblioteca de todo lo relacionado con la cultura judia y más en concreto con la rama jidish o de lengua alemana. La acera junto al centro es el único tramo que aparece acotado en su mitad, dado que suele estar permanentemente vigilado por la policía; aunque, si reparamos tan sólo en las barrigas y la edad ya al borde de la jubilación que lucen la mayoría de los agentes de policía que se ven de la mañana a la noche, no creo yo que la perspectiva de un ataque neonazi o por estilo sea lo que se dice algo inminente.
Y ya casi para rematar esta concisa descripción del caserío y la fauna que puebla la Oranienburger Strasse, subrayar que a este viajero de latitudes más pacatas y provincianas le llama poderosamente la atención, no ya la abundancia de las prostitutas callejeras y lo exuberante de sus formas y atuendos, la mayoría de ellas jovencísimas y preciosas chicas del Este, también la mayoría de ellas rubicundas como parece que deben gustarles a las cuadrillas de jóvenes alemanes de los que hablaba al principio, sino sobre todo la preciosa normalidad con la ejercen su oficio a plena luz del neón de los establecimientos nocturnos, entre un restaurante de lujo, o de todo lo contrario, el puesto de kebab con sus turcos o el chino su chinita apenas visible tras el mostrador de la furgoneta desde la que expide sus rollitos de primavera, y el alternativo con tucos o la patrulla de la policía que cuida la sinagoga y su centro, a apenas un par de pasos de la mesa donde cena alegramente el pijerío germano o el turista de todas partes, también al lado de la vomitona junto a la entrada al gaztetxe alemán de turno o de cháchara con el agente de la Polizei que a esas horas de la noche está más que aburrido de ver cómo se divierte todo el mundo, y hasta follan previo paso por el cajero, todos menos él.
Fascina, claro que fascina, esta normalidad con la que se ejerce la profesión más vieja del mundo, otra cosas son las historías que haya detrás de tanto maquillaje, esos escotes poco más que testimoniales o sobre los zapatos con plataformas imposibles que ayudan a que ningún cliente potencial se confunda a la hora de reclamar sus servicios. Y es que entre la fauna femenina que puebla y transita sin parar por la Oranienburger Strasse se ve todo tipo de moza y de todas partes y estilos, que como no estés muy fino o recién llegado del pueblo puede que te ganes un tortazo por equivocarte al dirigirte a una de ellas, tan mezclado como está todo el mundo. Aunque lo dudo, ya digo que reina la normalidad, nadie se escandaliza por el comercio del amor, la parranda alternativa o los altavoces a todo volumen de los restaurantes y pubes vierten horteradas sonoras sobre su clientela cómodamente instalada en sillones y sofás a la intemperie con el correspondiente cubata o cocktail en la mano o sobre la mesita a poco más de ocho o diez euros, jamás se les ocurra pedir uno de Banana Boat por mucho que les guste la versión de Harry Belafonte, a no ser que sientan una atracción irrepremible por el sabor a plátano mejor inclinarse por los combinados de toda la vida como un buen Gin Tonic, seis euros lo sumo.
En resumen, uno pasea por la Oranienburger Strasse arriba y abajo varias veces al día, y casi resulta inevitable concluir que, dejando a un lado las grandilocuencias arquitectónicas de todas las capitales de país con sus museos, catedrales, edificios históricos y gubernamentales, con sus Puerta de Brandeburgo o el testimonio del horror o el sinsentido de la guerra con la Kaiser Wilhelm Gedächtniskirche tal y como quedó tras los bombardeos de la II G.M, así como a falta de un conjunto urbano destacable, bello o simplemente armónico como resultado de lo que no deja de ser una ciudad levantada sobre sí misma, con retales apenas acabados o siquiera fidedignos de lo que pudo quedar de pie tras los bombardeos y mucho experimento arquitectónico, cuando no simple mamarrachada del arquitecto de turno con pretensiones de genialidad a toda costa y mucha carta libre, el verdadero espíritu de la que dicen la ciudad más joven y libre de Europa no se encuentra precisamente en sus obligados monumentos o su insoportable pretenciosidad urbanística, ni siquiera en la memoria histórica que pese a tanto cambio, a saber si pura o dura ocultación, rezuma por todos sus rincones y muy en especial en la decadencia de muchos de los barrios que en su tiempo pertenecieron al paraiso socialista, sino más bien en el ambiente juvenil, alegre, libre o al menos desinhibido y decididamente cosmopolita que reina en la calle donde nos alojamos. Podría soltar la tremendidad pedantesca de que es el Berlín que resulta de siglos de belicosidad prusiana y en especial de padecer los peores dos ismos de la intolerancia del pasado siglo. Pero ya, ya, uno repasa la Historia de la ciudad y enseguida sospecha que después de muchos altibajos, entre épocas de rigores de todo tipo e intolerancia y fanatismo a lo nazi o soviétivo, siempre ha habido también otras de libertad desaforada y feliz prosperidad con mucho cabaret a lo Liza Minelli y producción cultural y científica casi que a borbotones. No me cabe duda de que la de ahora es probablemente la más larga que ha conocido nunca esta ciudad hecha y rehecha. Pues que dure y mucho.
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