sábado, 28 de agosto de 2010
GRASTROMENAJE A UNA MADRE
El pasado fin de semana invitamos a unos amigos a comer a casa. Como de costumbre, servidor se encargó de la cocina, así que aprovechando unos trozos recién desalados de bacalao que tenía de mi madre desde hacía ya un mes o así, quise preparar un pil-pil con boletus. También, y por miedo a quedarno cortos, compré ese bacalao ya desalado que comercializa una conocida empresa vitoriana para preparar con tomate y unos pimenticos que habíamos asado el día anterior.
Pues lo dicho, que en estas ocasiones que más o menos te quieres lucir, siquiera sólo intentarlo, todo volvió a salirme como el culo de puro acelarado.
Primero que me eternizo con los pinchos, así que empiezo a temer que no me dé tiempo con el bacalao. Me pongo con el pil-pil y los boletus, los trozos ya empiezan a darme mala espina porque no veo que se deshagan en lascas comme il faut. Y luego el otro con tomate, que convencido de que tenía un bote de casero por ahí, me confío y que no, a echar mano de una lata de tomates pera para intentar a hacer la salsa a toda hostia; un puto desastre.
En fin, mi alma bacaladera fustrada y humillada por sus cuatro costados, el bacalao
que había desalado sin lascas ni nada, más bien esponjosito y así. El otro mejor ni hablamos, primero porque el desalado ese ya es de entrada cualquier cosa menos bacalao, y la salsa, qué salsa ni qué hostias, agua pura, como que con el acelerón se me olvidó echarle la cucharada de pimiento choricero, asco de vida, oyes. Y encima voy y me dejo un reserva en la nevera porque lo metí por equivocación al lado del otro con el que me hago mis kalimotxos veraniegos (en realidad lo que no se puede hacer es beber tanto cubata el día anterior, que luego te disipas hasta el lunes y no hay manera de dar pie con bola).
Mira que he hecho bacalaos de casi todas las maneras, que los hago durante el año casi todas las semanas, con tomate, pil-pil, ajoarriero, piquillos, salsa verde, patatas, con garbanzos, tortilla, hasta bacalhau a bras que me encanta. Pero, nada, como el producto no sea de primera ya puedes tirarte toda la puta mañana meneando la cazuela o echándole todo tipo de acompañantes, que no hay tu tía, si no salen las lascas de los huevos mejor darle un tiento a la rista de chorizo, yo creo que ésto último hasta viene escrito en la Biblia, como que me parece que ya lo traía escrito Moises en sus famosas tablas cuando bajaba del Sinai...
Todo esto viene a colación de que acabo de devorar un plato de bacalao con tomate y pimientos hecho por mi santa madre. Una gozada, cómo se separaban las lascas para depositarse directa y hasta voluntariamente en el tenedor con el único fin de que mi rústico paladar pudiera saborear el gusto tierno e inconfundible y la perfección del punto de desalado conseguido tras décadas de sabía y paciente brega con el equivalente marino del marrano.
En fin, ya me resarciré de mi pifia, espero que el que esta vez me llevo a Asturias -sólo porque me lo da mi santa en un gesto de infinito amor maternal, y no porque no se pueda encontrar allí buen bacalao, faltaría más- esté a la altura. De lo contrario no pienso preparar otro que no sea ajoarriero, donde las piezas al desmenuzarse no tienen porque ser nobles por necesidad, ya se encargara la salsa que lo cubre de dignificarlo con la ayuda de marisco, jamón o lo que sea. Pero bueno, yo sólo quería escribir una entrada homenaje a las labores culinarias de mi madre, no siempre del todo o suficientemente bien ponderadas a pesar de las remoras de su cocina ultratradicional con el abuso del aceite como la principal de ellas.
Y poco más, hace un día de lo más falso, luce a ratos el sol y corre un viento de lo más cabrito, frío, que sales a la calle en pantalón corto porque el cielo sigue así como de verano, y no, ya amenaza otoño por estos pagos. Tampoco el ambiente se antoja excesivamente alegre, todavía se nota y mucho el agosto de interior o provincia, esto es, la ciudad medio vacía, como que los pocos que iban en bermudas por las calles eran en su mayoría de fuera con guía en mano. Aunque no me quejo, que así al menos se podía pedir sin agobios en los bares, sacarse a la primera el pintxo de tortilla de patatas con gulas, jamón y ensaladilla de chatka de la Malquerida (también había tortilla de patatas con pulpo y otra más tradicional con lechuga), trasegarse pegado a la barra sin empujones un crianza con su pintxo de fritos en el Xixilu o darse de narices con la puerta cerrada a cal y canto del Tximisu, ¿que todo el mundo se tiene que ir de vacatas o qué??? En fin, a ver si hasta podemos escaparnos de los compromisos familiares, de este y el otro lado del Atlántico, y salir un par de horicas a patear lo viejo, tomarnos un kebab, un maxi gintonic en el Maranón -son de traca- no todo va a ser gastronomía terruñal o de autor, qué coñazo, yo como y gozo con casi todo, a veces incluso con los congelados.
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