Acabo de devorar el último libro de José Javier Abasolo, LA ÚLTIMA BATALLA, apenas antes del primer trueno de la tarde. Lo primero que tengo que decir es que se trata de un libro peligroso porque me lo he estado leyendo esta semana a las tardes mientras los críos se bañaban en una de esas sumamente irritantes piscinas de plástico, cinco parches llevo ya puestos, y casi, casi que se podían haber ahogado y yo sin enterarme. Porque eso es lo bueno de LA ÚLTIMA BATALLA, como la mayoría de las de su género, que en cuantico te atrapa la trama ya estás todo el rato con el libro a cuestas, qué pasará, qué pasará. Y pasa que Goiko, el detective ex-ertzaina de las anteriores novelas de Abasolo, se ve envuelto una vez más en un asunto turbio de necesidad que afecta a personas de su entorno y en cuya resolución se va encontrando con todo tipo de escollos y personajes que no sólo aparecen como personajes de esta historia, sino también de ese escenario ya con mayúsculas que es el País Vasco contemporáneo. Pero en esta ocasión también viajamos en el tiempo sin abandonar el presente, en concreto a los años ochenta con todo lo que supusieron de bronca diaria en los astilleros de Euskalduna a cuenta de la Reconversión Industrial, la actividad criminal de ETA en su punto más álgido, la lucha antiterrorista en su aspecto más sucio, oculto, los submundos de la droga y la sospecha, ya de entonces, de que no todo lo que la rodeaba tenía que ver en exclusiva con el tráfico tal cual, que había algo más, algo relacionado con la convulsa, desquiciada, situación política que vivía el país. Y de ese modo, gracias a una cuidada estructura argumental con saltos en el tiempo y diferentes escenarios, historias y personajes que al final, como en toda buena novela del género, van confluyendo hasta el desenlace final del libro, Abasolo vuelve a levantar acta de nuestro pasado más inmediato, aportando su granito de arena y a su modo, a través del género negro, a eso tan traído del relato de lo que ha pasado en este país, de lo que somos, hemos sido y sobre todo cómo y por qué. Y sí, es una novela negra trufada de política y actualidad, con ertzainas, policías nacionales, agentes de antiguo CESID, etarras de los que siguieron en la brecha y de los que se bajaron del carro para hacer carrera política por su cuenta, jueces, periodistas, quinquis de medio pelo, juguetes rotos varios, vecinas cachondas... No falta de nada para una lectura no sólo entretenida sino también ilustrativa, un pequeño retazo desde Bilbao y alrededores de este País Vasco que no será Los Ángeles, Nueva York o Nueva Orleans, no será todo lo exótico que parecen requerir algunos para sumergirse en lo negro. Claro que eso para los de aquí, que reconocemos muchas cosas, que recordamos demasiadas, que todo parece excesivamente reciente; pero, oyes, si quieres mirar hacia otro lado al echar la vista atrás, cogértela con papel de fumar cuando escriban de tu entorno inmediato, fruncir el ceño por lo que hasta hace cuatro telediarios era nuestro paisaje habitual, pues oye, tú te lo pierdes. Para el resto que no lo duden, los que ignoran lo sustancial de lo nuestro encontrarán exotismo a raudales, y en cualquier caso, la evidencia de que el bagaje que llevamos a cuesta da para mucha pero que mucha novela negra.
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