Y ya en Vitoria todavía tirando de los enanos tras una larga caminata desde las faldas del Zaldiaran, el Festival de Jazz recién estrenado, ambientazo en la Virgen Blanca y el primer concierto al aire libre de una tal Guzmán Jazz Band o algo así, en una de las esquinas de la Plaza Nueva. Una gozada, sin lugar a dudas, y sobre todo a estas alturas autobiográficas, el mejor momento del año en esta ciudad, que parece despertar de repente de su abotargador letargo provinciano para empezar a llenarse de gente de todas partes, de gentes y sonidos, y así hasta fiestas, que son otra cosa, antes lo eran todo, la Meca del calendario, ahora mejor en plan tranquilo, relajado con una cerveza sobre la mesa escuchando a ese esforzado saxofonista que no lo hace nada mal, y me gusta, me encanta que le dé por lo clásico, si digo que me transporta ya sé que que doy en más gilipollas de lo habitual. Pero sí, con niños al lado y todo, que si quiero para el futbolín ese de la columna, pues anda e idos a tomar... a echar unas bolas, que no os pierdo de vista, ni a vosotros ni al del saxo. Pena no tener al lado a mi señora, si es que voy a ser un romanticobobo con todo lo que me quejo, con lo cabrito que sé que puedo llegar a ser, no me esfuerzo poco ni nada. Y ojala hubiera estado también para asistir al hecho inaudito en esta ciudad, no al menos desde que yo tengo uso de razón, de que la camarera del local en cuya terraza estaba sentado saliera con una bandeja de canapés para ofrecérselos a los clientes "gratis". Algo que en mi exilio ovetense y alrededores es del todo corriente, pero que aquí en Vitoria-Gasteiz donde hacen la ley me dio ganas de preguntarle a la camarera latina: "¿ya sabe tu jefe lo que estás haciendo? Mira que puede aparecer de un momento a otro hecho un basilisco..."
viernes, 19 de julio de 2013
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