Otro día a vueltas con la meteorología, después del solazo veraniego de ayer vuelve a llover a cántaros como el sábado. Pero hoy es lunes por la mañana, todo cristo al trabajo en coche. Y eso, ay, ay, en una ciudad de tamaño reducido y comprimido como Oviedo, eso es el despelote circulatorio. Dejo a los críos en el colegio sin mayor problema; pero, es entonces cuando me dispongo a volver a la cálida soledad de mi despachito frente al ordenador, cuando empieza mi Odisea automovilística. Para empezar no veo un pijo ni por el cristal trasero ni por los retrovisores, de modo que tardo en salir del aparcamiento un buen rato. Entonces procuro evitar el trayecto habitual a casa porque me lo imagino atascado en una de esas rotondas que hacen los ayuntamientos independientemente de la anchura de la calle o de la afluencia de tráfico. Me desvio pero, mira tú por dónde, se le ha debido ocurrir la misma idea a media ciudad, de manera que evito ponerme a la cola que espera el cambio de semáforo de una calleja perpendicular a esa otra que estoy a punto de atascar, que ya lo está. Me paso al carril de al lado en la esperanza de que alguno de los vehículos será tan amable de cederme el paso para reincorporarme al correcto. Ya, ya, me parece que tengo demasiada confianza en el género humano, que no aprendo, qué le voy a hacer, soy un humanista. No puedo cambiar de carril y acabo rodeando toda la zona del Hospital para ir hasta mi casa. Es entonces cuando aparece él, un cuatro por cuatro negro con los cristales tintados o casi que se me cruza de improviso sin poner el intermitente. Me llevo un susto de cuidado, vamos, que me cago en todos sus muertos. Pero ahí tengo al cuatro por cuatro negro obstaculizándome dado que va a paso de burra, impidiendo que llegue a tiempo a mi destino afín de aprovechar la mañana. Entonces veo que gira y una vez más sin avisar con el interruptor. Sigue delante mío hasta donde están las facultades, vuelve a girar sin señalar, lo repite al girar hacia la carretera que lleva a Grao. Yo ya no sé qué juramento usar, sólo veo que para junto al semáforo que hay a la altura del Hotel La Gruta. Me va a oír el puto cabrón, tanta chulería me saca de mis casillas, vale que lo haga una vez, puede que hasta dos, pero tres no, ya no paso. Así que me dispongo a colocarme a su lado en la convicción de que voy a vérmelas con un indeseable, vamos, un constructor, concejal, artista, miembro de la Conferencia Episcopal, a elegir. Pues no, cuando me pongo a la altura del conductor observo que se trata de una tía joven. Y entonces me vengo abajo, yo que ya estaba presionando el botón de la ventanilla para llamar la atención del sujeto, que me había preparado la frase tipo "¿A ti qué hostias te pasa, pues, no sabes lo que es un intermitente o es que te la suda directamente, que te crees que estás solo en el mundo o qué?" Pero no, me aguanto única y exclusivamente porque es una tía y no me veo abroncándola en plan machito, la sola idea de comportarme como uno de esos energúmenos que se sobran con ellas cuando cometen algún error al volante me repugna, llámale machismo a la inversa si quieres, me la suda, pero no me veo, no, estoy hecho un pusilánime con estos temas.
martes, 5 de noviembre de 2013
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