El joven monje Aidan interrumpió atropelladamente en el scriptorium de la Abadia de Iona donde en ese momento se encontraba el maestro copista trabajando en uno de los manuscritos ilustrados que recopilaban las vidas de diferentes mártires de la Cristiandad.
-Fray Cummean, ¿es verdad lo que cuentan los hermanos acerca del martirio que los hombres de norte infligieron a nuestros antecesores en el ataque del año 806?
-¿Os referís, fray Aidan, a la llamada Águila de Sangre? ¿Qué os han contado los hermanos?
-Eso mismo, los hermanos dicen que los nórdicos abrían a sus víctimas la columna vertebral, les cortaban las costillas con cuchillos y hachas hasta que podían sacarles los pulmones para colgárselos sobre los hombros como si fueran unas alas manchadas de sangre. Y por si fuera como, también aseguran que acostumbraban a cubrir la herida abierta con sal.
-¡Por Díos, pequeño Aidan, cuán crédulo sois! ¿No os dais cuentas de que todas esas historias truculentas que cuentan sobre los llamados vikingos no son sino patrañas que ellos mismos se encargaban de propagar para que nadie osará oponerles resistencia durante sus pillajes? ¿O acaso creéis capaz a nuestro Padre Celestial de permitir que un salvaje pagano cometa semejante atrocidad en la piel de uno de sus hijos?
-No, tenéis razón, fray Cummean, no tiene sentido, me temo que los hermanos han vuelto a burlarse del benjamín de la Abadía.
Dicho lo cual fray Aidan agradeció a fray Cummean su respuesta y se retiró del scriptorium tras una ligera reverencia, permitiendo así que el maestro copista pudiera continuar con la redacción de la vida de San Bartolomé, en concreto el pasaje donde se relataba que el santo había sido despellejado vivo y luego crucificado boca abajo por negarse a adorar a dioses paganos, razón por la había sido adoptado como el santo patrón de los curtidores
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