Escucho en un noticiero de la caja tonta mientras como en mi soledad habitual, que no son pocos los profesionales del Derecho que sospechan que los jueces han recibido una consigna desde arriba para ser implacables con determinados colectivos, que sólo así se entienden sentencias de tres años de cárcel por desórdenes públicos contra sindicalistas. En la tele hablan de unos huelguistas de Barcelona, padres de familia con toda la vida por delante que están a punto de entrar a la trena por haber protestado con mayor o menor vehemencia en contra de aquellos a los que juzgan responsables de su inminente ruina. Entonces me acuerdo de esa otra sentencia de la que informaban el lunes, porque esto es un sin parar, un sindíos continuo, contra unas monitoras de un centro cívico de A Coruña que durante una protesta sindical vertieron pintura en una de las piscinas del centro para el que trabajan y a las que le has caído, jódete Pedrín, también tres años de cárcel. Y claro, tres, dos, uno e incluso los meses de cárcel que fueran por protestar, esto es, no por poner en peligro la seguridad de nadie sino por llamar la atención al resto sobre su situación de la manera más expedita que juzgaron en su momento, pues huelga decir que huele a mierda del tamaño de la cagada de una manada de elefantes. No puede oler de otra manera por lo que todos ya sabemos, cansadicos estamos de despotricar con ello a diario o casi, pero venga ya, una más; porque pega mucho el cante, demasiado, la severidad con la que una gran parte de la judicatura se emplea contra los más débiles y los melindres de todo tipo, cuando no franca y obscena convivencia, cuando se trata de tipos como el Blesa, la plana mayor de los de la Gürtel, la ex ministra Álvarez y otros imputados por lo de los EREs, la Infanta Elena y su maromo y demás especímenes de la casta ignominiosa que nos ha tocado en desgracia. ¿Demagogia? Toda la que tú quieras y más, bienpensante de turno, que ya sabemos que mientras unos nos indignamos por la impunidad con la que la casta de marras comete sus desafueros o es juzgada, o algo así, por ellos, a otros lo que les hace fruncir el ceño no es otra cosa sino la verborrea protestona del resto, exquisitos a la par que listillos, se ve que les va moderadamente.bien, que se la suda los problemas del resto de sus cong'eneres, son m'as de identificarse con otros.
Ahora bien, uno piensa en lo que se le puede pasar por la cabeza a estos jueces que sentencian a penas de cárcel a gente del común por delitos de chichinabo, gente como todos nosotros que no supone riesgo alguno para la sociedad (para algunos puede que s'i, que ya sabemos que los hay que ven peligrosos anarco-bolcheviques en cualquier acto de protesta dispuestos a cercenarles el cuello a la primera de cambio para quedarse con sus ahorros y en ese plan) y, tras arduo ejercicio empático, sólo se puede convenir que les va la marcha, vamos, que les priva meter en vereda al ciudadano del común, a la puta chusma. Y ya no es que les resulte fácil, prácticamente gratis, es que incluso deben estar convencidos de que en esencia es para eso por lo que les pagan, esto es, no tanto para impartir justicia como para imponer unas leyes determinadas por muy injustas, desproporcionadas, que sean, e insisto que siempre a los mismos, a los otros ni de lejos. Es entonces cuando uno tiende a pensar en el profundo arraigo de eso que llaman el franquismo sociológico, y que no viene a ser tanto el fulano nostálgico de una época pret'erita de camisas nuevas y banderas victoriosas, qué va, como el poso tan vasto y sólido de una manera de ver las cosas, de vivir en sociedad, que algunos recibieron en la escuela durante la larga noche de piedra ya recurrente, y otros, sus hijos y nietos, en casa de la mano de los primeros. Una mentalidad que en esencia adora el orden por encima de todas las cosas, no importa cual, la educación de marras los predispone a ver con buenos ojos a quien ostenta el mando por principio ysl mismo tiempo con infinito desprecio al que lo cuestiona, estos siempre lo peor, la versión siempre actualizada de los rojos, masones y separatistas con los que les machacaron el coco durante años. No puede ser de otra manera, sólo así se entiende la mansedumbre, cuando no complicidad, con una manera de gobernar y de aplicar la ley que tiene al ciudadano de a pie como al `ultimo mono de todo este tinglado que dicen democracia a la española y que a otros cada día se nos asemeja más, en realidad hace tiempo que ya no tenemos ninguna duda, a una mala representación de lo que debería ser una de verdad, con el ciudadano en cuestión como pilar de todo, homologable a las que siempre citamos por su solera y eficacia con todos los matices o excepciones del mundo. Y ya llegados a este punto, pues por qué no traer a colación también el vergonzoso espectáculo de la saña de esta casta de togados al servicio de los mandamases, jodete Montesquieu, contra Otegi y el resto del caso Bateragune, que será que hasta Gabilondo se nos ha hecho de la ETA cuando tacha la cuestión de auténtico despropósito, y eso desde el principio, porque somos muchos los que vemos que el Estado en el que vivimos ha metido en la cárcel bajo el delito de colaboración con banda armada al tipo que más ha hecho para acabar precisamente con el terrorismo dentro de su propio mundo y esto independientemente de su pasado, que ignorar esto sólo se puede deber a la ignorancia inducida por terceros, casi siempre más allá de la otra orilla de ese río metafórico que nos separa a la mayoría de los vascos del resto, o de la más absoluta malicia interesada por parte del sistema con sus elucubraciones cortoplacistas, las cuales, tan listos ellos, todo apunta a que bien pueden estallarles en la misma cara cuando Otegi acabe de lehendakari gracias a su buen oficio. Y bueno, hala, ya está, desahogadico me he quedado y de la única manera que sé hacerlo, llámame indignado de postín, de sillón frente a una pantalla y acertarás, seguro que tú no, que eres más listo; me voy a andar un rato que hace una tarde de puta madre.
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