La escuché trastear por la cocina.
Guardaba el coñac en un mueble. El mismo en que estaban las lentejas, los
garbanzos y todas esas mierdas. Me salí a la terraza. En media hora se pondría
pedo y se iría a la cama. Ella no tenía la culpa. Era esta mierda de
barrio. Mi hermano Paco tenía diecinueve cuando murió. Era yonqui. No fue
sobredosis ni nada de eso. De repente, un día se sintió mal. Mucho más que
habitualmente. En el hospital nos dijeron que tenía hepatitis C muy avanzada y
que no podían hacer nada por él. El virus llegó, seguramente, a su sangre
mediante una jeringuilla usada y la cagó. Mi padre murió de cirrosis, pero eso
en el barrio no era noticia. Reventó en la bodega del Joaqui con una copa de
Veterano en la mano y un pitillo de Rex en la otra. Siempre estaba bebiendo, lo
recuerdo así desde que tenía uso de razón. Cobraba una mísera pensión por una
enfermedad pulmonar que había "pillao" en la fundición en la que
curró treinta años.
Y luego estaba lo de María, mi hermana. Hacía dos años
que se había fugado de casa para irse a una comuna jipi en Ibiza. Como tenía
dieciocho años cumplidos, mi madre no pudo hacer nada excepto agarrarse a la
botella de Terry. Bueno, a veces también se metía lingotazos de Marie Brizard.
Como pueden ver, tenía una familia bien estructurada y
bien avenida. Cuando escuché que la vieja se acostaba, me hice un peta. Miré el
calendario del Cajamadrid que mi madre siempre traía del banco. Ocho de mayo de
1978. Anda que no me quedaba vida por delante.
Qué pereza.
YONQUI - Paco Gómez Escribano
He leído YONQUI de Paco Gómez Escribano casi
que de carrerilla, en dos noches para ser exactos. Algo realmente destacable
teniendo en cuenta que siempre leo varios libros a la vez, y que sea por lo que
sea y por mucho que esté enganchado a uno procuro repartir mi tiempo de
lectura. Pero es que ésta es precisamente una de las grandes virtudes de
YONQUI, que no lo puedes dejar una vez que te atrapa el chute de adrenalina
narrativa que el autor ha inoculado a la historia del Botas y sus colegas. Todo
parece suceder a la velocidad con la que el “prota” y los suyos pisan el
acelerador de los bugas que chorizan para dar sus palos. Un ritmo frenético que
resulta de una escritura tan puntillosa en su afán de aprehender con frases
cortas y directas todos los matices posibles de la actividad criminal, o
simplemente pandillera –sí, el matiz es importante- de los personajes, como
elaborada en el afán de dar autenticidad arrabalera y generacional al habla
coloquial de sus personajes. Un trabajo tan meticuloso, y a la vez deliciosamente
fresco, gracias al que, no sólo nos llega la riqueza expresiva de unas gentes
muy concretas a la que ésta ni siquiera se les supone, sino también de una
época y un lugar muy concretos: el Madrid suburbial de los setenta.
Pero no sólo es adrenalina
y veracidad lo que destila YONQUI, hay algo más, acaso lo primordial, que
distingue está novela de otras junto a las que se podría catalogar por su
temática o ambiente, estoy pensando en los tipos desclasados y perdedores de las
novelas de Bukowsky o esa juventud escocesa bronca y pastillera de la Escocia
genuinamente urbana de Irvine Welsh. Y aquí mejor parar porque acabaríamos
llegando a Dickens sin salir de la tradición anglosajona (y esto porque me paro
a pensar en algún referente en castellano y sólo encuentro aproximaciones al
mundo del lumpen hechas desde un mal disimulado paternalismo que sus autores
querían hacer pasar por naturalismo, Tiempo
de Silencio de Luís Martín Santos o Young
Sánchez de mi paisano Ignacio Aldecoa son para mí miradas esencialmente burguesas
sobre lo marginal, como que no se les nota poco ni nada en ciertos detalles el
ceño fruncido con el que hablaban de sus personajes, digamos que al estilo del
Pijoaparte de Marsé...), hay una mirada cercana, casi cómplice y sobre todo
humana, mucho, o lo que es lo mismo, nada que ver con el embeleso de clase ante
un supuesto exotismo de aquí al lado, la complacencia idealizadora del progre
biempensante, acaso un simple ejercicio de sociología de barbecho, o cualquier
otra mirada desde fuera y sobre todo lejana.
Así pues, mejor dejarnos
de referencias que sólo responden a la limitada memoria literaria del autor de
este homenaje a la novela YONQUI. Homenaje porque me lo he pasado de cine
leyéndola. Aunque si ahora empezamos con las referencias literarias, de las
cuales la propia novela es un homenaje en sí misma a un género muy determinado y
que tuvo mucho predicamento en la época en la que se ambienta, también habría
que convenir que, de la misma manera que YONQUI me parece literariamente muy
superior a los dos autores anglosajones antes citados, también estoy convencido
de que la película resultante de una adaptación cinematográfica superaría con
creces cualquiera de las que se hicieron en aquellos años inmediatos a la
muerte del generalito gallego que mangoneó España durante cuarenta años, de la
mano de directores como el que se esconde tras uno de los personajes de la
novela. Eso sería así porque en YONQUI la veracidad y hasta la intensidad
dramática de la historia no son óbice en ningún momento para que aflore una
ternura hacia los personajes y sobre todo un delicioso sentido del humor que gracias
a la mirada de Paco Gómez Escribano nunca es el resultado de la mirada distante
y prejuiciada de un autor que se acerca al tema como con asquito, en plan
antropólogo del asfalto, sí ya, me repito, sino más bien todo lo contrario.
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