miércoles, 21 de septiembre de 2011

A LAS DIEZ EN CASA



Vísperas del día grande de San Mateo en Oviedo. Dejamos a los niños con sus yayos, nos pasamos toda la tarde tumbados a la bartola para recopilar fuerzas, que ya no tenemos veinte años. A eso de las siete nos preparamos para salir ya de marcheta.

En la calle se huele el ambiente de fiesta. Vamos, lo que llaman aquí de fiesta, que no es precisamente el desmadre alcohólico y bullanguero de mi tierra. La gente abarrota las calles o casi. Eso sí, todos muy bien plantados, se diría que salen de domingo. Los cardados de las señoronas del Oviedín se mezclan con la barbas de los rojos pasados de rosca del chiringuito procubano con la foto de Castro y el Ché a tamaño Plaza de la Revolución en la Habana, asere.

Aquí llaman chiringuitos a lo que allí decimos txoznas. Parece ser que algunas de ellas responden también a cierta adscripción política; pero, al contrario de nuestras txoznas, no lo exhiben por ningún sitio, estará mal visto y la verdad que tomar un pote de vez en cuando en una txozna que no te esté todo el rato vomitando consignas como que hasta se agradece. También llama la atención que éstas se encuentren en pleno centro, en lo antiguo, haciendo competencia directa a los bares y restaurantes que tienen justo al lado; tampoco nada que ver los txoznas a tomar por culo de Vitoria en la zona de las universidades, las barracas políticas de Pamplona en la Taconera, en el puerto de Donosti o el llamado marco festivo del Arenal en Bilbo; aquí los chiringuitos lo llenan todo de mierda y luego van los del bar de enfrente y se la recogen. Son curiosos y tienen su punto los chiringuitos del Topu Fartón en forma de horreo y el de la Folixa (locura), todos los años los mismos.

En cualquier caso, y aunque a un servidor el ambiente se le hace de lo más parado, que aquí no se ver curdas de campeonato, curdas colectivas, curdas sonoras con su fanfarre a cuestas, que ni hay fanfarres, ni peñas, ni nada de nada; ya digo que la gente en vez de vestirse para ir de farra parece que lo hace para ir a misa; la verdad es que, ya solo por tranquilo, se está la mar de bien andando por lo antiguo de un chiringuito a otro, de una birra a otra. Que ya luego el alterne de un chiringuito a otro lo tengas que hacer a ritmo de copla española ya es otra cosa; pero claro, tampoco es cuestión de pedirle al de la barra que te ponga algo de la Polla Records o Ken Zazpi, fijo que se te quedan mirando como a un extraterrestre.

Luego está lo de la música. La actuación estelar del día suele ser en la Plaza de la Catedral. Allí han actuado La Mala Rodriguez, Estrella Morente, McClan (ahora me acompaño con su música para escribir esta entrada) y también, tócate los cojones, el humor inteligente de Los Morancos; detalle no poco ilustrativo ni nada de cómo son los cosas en esta ciudad a la vista del éxito de convocatoria que tuvo el año pasado. Ayer tocaba la Shica, una cosa de fusión aflamencada que había oído nunca y que me aburrió al instante, culpa mía sin duda que no sé apreciar lo bueno.

Menos mal que como alternativa está la preciosa plaza del Paraguas, también en lo Antiguo. Allí colocan todos los años un pequeño escenario donde tocan grupos locales o no de jazz, blues, soul o por el estilo, música negra en todo caso. Anoche era el turno de la Patrulla Dixie Moises P. Sánchez Band, un grupo local que no estuvo nada mal, cada vez me gusta más la música por estilos, sabes lo que te van a ofrecer y si te gusta de antemano la diversión es segura. De modo que allí estuvimos, sentados en las mesas del Pub del Paraguas que se encuentra en un rincón de la plaza, lo suficientemente alejado del mogollón del centro para poder hablar entre nosotros y lo suficientemente cerca también para no perder ripio de la música.

Así que entre pintas de Guinness, Volldamn de doble malta y Mahos para la señora, con su bocatica de bacon con queso y otro por error, por querer sentarnos en un kebab de lo antiguo y acabar al lado en otro de sudacamericanos que nos sirvieron con una infinita sonrisa unos bocatas fríos de pollo cajul bien regados por mi parte con salsa tabasco, puro fuego con el que tener una excusa para trasegar más cerveza, la noche fue avanzando como en los mejores tiempos.

Ahora bien, entre una birra y otra, la música y el ir venir arriba abajo por lo antiguo, las visitas continuas al meadero para descargar lúpulo, los empujones con la peña que se iba acumulando por momentos en los chiringuitos, el caso es que el cuerpo empezó a resentirse. De modo que, y siquiera porque la farra en pareja no es precisamente lo más indicado para liarla parda, tipo acabar bailando medio en bolas encima de una de esas plataformas para gogos que habían puesto en la calle -lo juro-, o prenderle fuego a los juzgados que había al lado, vamos, lo normal en estos casos, tocó retirada. Cansancio obliga, y como encima nos íbamos con la sensación de haberlo pasado bien, en mi caso de haber disfrutado en cascada del placer inconmensurable del trasiego de ese champán para pobres llamado cerveza, nos dirigimos hacia nuestro hogar dulce hogar a apenas un par de calles abajo de donde estábamos. Y en eso que mi señora mira el reloj y dice: ¡pero si sólo son las diez y media!

Ni qué decir tiene que en ese preciso momento sentí que había envejecido de golpe y porrazo cincuenta tacos, como que estoy por ir mañana a apuntarme a un viaje del Inserso a Benidorm.

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