El fantasma de Satie abandonaba de vez en cuando sus castillos, catedrales y otros engendros de hierro salidos directamente de su imaginación, para darse una vuelta por su posteridad, a ver qué había de nuevo por ahí. No había manera, siempre igual, allá donde fuera, esto es, en todas las tiendas de discos que todavía estaban abiertas, en las colecciones privadas de los melómanos, incluso en el Gear de las narices y en todas y cada una de las colecciones de música clásica que regalaban los periódicos los domingos, las únicas piezas de toda su extensa obra que podía encontrar eran las malditas Gimmnopedias. Eso no era una posteridad ni era nada, se dijo, eso había sido toda una vida tirada por la borda a partir de 1888, casi noventa piezas después.
*El fantasma de Satie era, evidentemente, un exagerado como el de todos los artistas; también era fácil encontrar por ahí sus Gnossiennes y sus Grimaces, poco más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario