El rey no era campechano, era un zangolotino al que ni su supuesta excelsa educación en los mejores colegios del mundo había conseguido cubrir con una mínima capa de ilustración. Porque al rey, El Campechano, sólo le gustaba pegar tiros y meterla donde se le antojara, que para algo era el Rey, algo así como un niño mimado de muy buena familia a cargo de los presupuestos del Estado. El Rey ni siquiera era campechano a jornada completa. De hecho, de puertas adentro el Rey se comportaba tal y como le dictaban sus genes, como lo habían hecho los suyos durante generaciones convencidos de haber sido elegidos por la Divina Providencia para ocupar el cargo que ostentaban por una mera cuestión de hemoglobina, esto es, como un déspota. Pero lo peor de todo, lo que da la medida de hasta qué punto los súbditos de aquel rey habían vivido durante décadas engañados acerca de la magnanimidad del elegante e impecable traje que unos sastres muy pillos llamados Transi y Ción le habían confeccionado a su medida y también de las élites de su reino, fue cuando un día unos niños malos, muy pero que muy malos, empezaron a señalar al Rey en voz alta que no llevaba traje, que todo era un engaño, que el Rey iba desnudo.
miércoles, 19 de febrero de 2014
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