Todas las mañanas la misma monserga desde hace semanas junto a la barra de la cafetería. Complexión atlética, americana color crema a rayas finas, camisa a cuadros azules, pantalones encarnados, zapatos marrones con borla, cabeza adoquín con tupe engominado y melenilla cogotera, mandíbula tipo Mussolini. Habla dando voces, haciendo grandes aspavientos con las manos y su prominente mentón, apartando a cada rato la mirada de su contertulio, ya se ha encargado él de hacerle saber a la camarera y a todos los presentes de que se trata del hermano de su mujer, como queriendo cerciorarse de que le oye hasta el jubileta que se pasa la mañana junto a la máquina tragaperras.
-Y le digo al jefe de obra que le eche todo el mortero que haga falta, que si no llega a tiempo que ya le contrato más peones, eso y que mañana mismo le mando unas baldosas nuevas, las mejores que hay ahora en el mercado, porque yo no escatimo gastos; pero, que me lo tenga todo listo para el plazo, que a mí no me gusta engañar al cliente. Si digo que lo tengo listo para una fecha, eso va a misa. A mí no me gusta andarme con tonterías de demoras y sobrecostos, yo cumplo aunque me tenga que comer los huevos. ¡Vaya que si cumplo!
En eso que apura su café con leche, paga la cuenta arrojando las monedas a lo largo de la barra, se despide ostentosamente de la camarera al tiempo que se echa encima su Barbour negro y enfila hacia la puerta seguido por su cuñado.
-¿No resulta un poco cargante el Fernandín, todos los días con el mismo cuento? -pregunta uno de los parroquianos que desayunan junto a la barra.
-Joder que sí, sólo se le oye a él -comenta otro que lo hace en una de las mesas.
-Es un notas, ¿a quién coño le importarán sus asuntos? -se oye desde fondo de la cafetería, donde la tragaperras.
-Pobretín, la verdad que sí, un poco pesado ya es, sobre todo desde que quebró su constructora y todavía no se lo ha dicho a su mujer...
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