Relecturas nocturnas, anoche como hace veintidós años, deslumbre.
"Ese es un botaaaarate, y ese un majaaaadero, y ese otro un casta, un andarín de los que ya no se hacen, de los que saben estar, no como los otros, que hay que saber estar hasta para morirse, como decía la Picoloco, ésa es una de las esencias de nuestra ciudad, "Saber estar, no sé si me explico, saber estar, hay que saber estar, y se ha terminado, se ha terminado..." La realidad es que nuestro hombre siente un desprecio indescriptible, parejo a la inquina que le amalgama desde hará diez años las relaciones de esta gente que se conoce desde niños, desde niños, y que envejecerán hasta la muerte juntos, después de haber bebido, y jugado a esto y a lo otro y follado y masticado, y llorado y reído, y odiado, un desprecio que dicho sea de paso es mutuo, aunque no pueda pasar sin ellos, porque es su mundo, dice, porque necesita estar con alguien, de siempre, no puede estar solo, no puede, y necesita enredarse, arrebujarse en esa espesa tela de araña de cómplices, encubridores, aliados, compinches, enemigos, afectos resobados, delatores, soploncillos, difamadores, celestinos, bufones, papelones que cambian con más facilidad que la capela de una chimenea en otoño, para arrepentirse al cabo, y decir, "¿pero qué hago yon esta gente, qué hago yo con esta gente?" "Que qué haces tú con esta gente". Estar, estar. ¿Te parece poco? Y se lo pregunta como si fuera muy diferente a ellos, que no lo es, cuando lo que no quiere en el fondo admitir es que es uno más, un miembro cualificado de la pecera, a su modo también una sardina brava..."
LAS PIRAÑAS - Miguel Sánchez-Ostiz
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