Se fue, se fue. No era sólo la cabeza de la Iglesia en España para los suyos, también pretendía ser la conciencia moral y ética de los que no procesamos su fe ni ninguna otra. Pretendía re-evangelizar la sociedad en su conjunto y no sólo surebaño, que el gobierno de turno tomara en cuenta sus indicaciones, que la Iglesia y el Estado volvieran a ir de la mano a pesar de ser confesional, casi lo consigue, estaba en ello. Era trentino en todo, en su discurso y hasta en sus formas. Pero, sobre todo, era lo peor que le ha pasado a la Iglesia española, la viva imagen de la intolerancia, de la cerrazón a todo lo que no fuera el dogma, el hombre que más la ha alejado de la sociedad por mucho que él proclamara a los cuatro vientos que los culpables eran el relativismo y el odio de los laicos. Lo peor porque su discurso y sus formas siempre fueron lo menos cristiano que se pueda concebir en una religión que dice sustentarse en el amor de los unos a los otros. Apenas se le conocen palabras de aliento a los más desfavorecidos ni condena de las injusticias y atropellos que cometen los poderosos, por eso era más fácil viéndole en compañía de éstos que de los otros. Su discurso apestaba a lo peor de la Historia de la Iglesia, era la condena al fuego eterno de todo aquel que no comulgara con su fe, la condena del ateo, del homosexual, de la mujer que va por libre, que no se somete a lo de siempre. De hecho su discurso apenas era cristiano, como que parecía que lo que más le importaba eran otras cosas que poco o nada tenían que ver con la fe. Por eso parecía preocuparse más de unidades de destino en lo universal, de la legitimidad de tal o cual ley, por eso defendía y defiende teorías conspiratorias, alienta con su partidismo la infamia caiga quien caiga. Y por eso también recordaba los peores tiempos de la historia de la Iglesia en España, apestaba a nacional-catolicismo, a palio bajo el que ambicionaba a llevar a los gobernantes de su cuerda, en realidad todo lo suyo remitía a aquel colega y paisano gallego de Mondoñedo que exigía fusilamientos sin contemplaciones a los alzados en el 36, esa y no otra era la Iglesia a la que nos remetía a los que no comulgamos con su credo ni creemos en ningún dios, que respetamos su credo y a sus creyentes como al cualquier otro y otros siempre y cuando no quieran imponernos sus dogmas o someter nuestras conciencias. Pero, además de todo esto, prueba última del espíritu nacional-católico que inspiró a su Iglesia, su despreció a la idea ecuménica y del cual ayer mismo dio ejemplo durante la misa homenaje a las víctimas del atentado del 11 de Marzo, la nula sensibilidad, cuando no franca hostilidad, hacia aquellas víctimas que no profesaban su fe católica, víctimas que eran musulmanes, ortodoxas, protestantes, etc; ese y no otro, el de la intolerancia, es su legado.
lunes, 17 de marzo de 2014
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