No me puedo creer que hayan condenado a dos años de cárcel a Pablo Hasel, o a cualquier otro, por cantar. Que sus letras fueran de mal gusto, ofensivas, que a mí personalmente me repelieran incluso, incluyendo su estilo de música, no me parece motivo alguno para que la Audiencia Nacional, cada vez más un tribunal de orden público a la antigua usanza, su heredero directo en todo caso, por un presunto delito de enaltecimiento del terrorismo, por lo que se ve un saco sin fondo en donde cabe todo lo que no le gusta al preboste de turno. Uno pensaba que estas cosas ya no pasaban, que la condena por lo que puede tener de ofensivo o no unas canciones competía en exclusiva al juicio del público, que allá cada cual con lo que opina por muy estúpido que parezca, como mucho se define así mismo y sobre todo delante del resto de sus congéneres. Y sí, ya sé, son muchos los que pensarán que se joda por bocazas y gilipollas, que se lo tiene merecido porque hay cosas que no se tocan, no se cantan, que por ellos dabuten, a la trena, a la hoguera si pudieran. De estos algunos, los sumisos por principio a todo lo establecido, me saldrán con el soniquete al uso de que "si así lo establece la ley..." Sí, claro, no es lugar aquí para disertar sobre la justicia o no de según que leyes, tema que es en sí mismo toda una asignatura en la carrera de Derecho; pero, acaso sí de señalar que sentencias como ésta probablemente confirman de una vez por todas la definitiva "turquización", cuando no "rusificación" que está más en boga en estos días, de la España presuntamente democrática. Sí, una España a la turca o la "putina" donde el hecho de que haya partidos y elecciones se considera suficiente para autotitularse de democrática aunque al mismo tiempo se criminalice y persiga policial y judicialmente la protesta contra el sistema, a los individuos que con mejor o peor acierto ponen su talento a servicio de la misma. Que qué exageración, por Dios, que se trata de un tío que ofendió nada más y nada menos que la memoria de Miguel Angel Blanco. Pues mal, muy mal, claro que sí, menudo soplapollas si para atacar al sistema, cualquiera que sea éste, tiene que ofender a particulares en lo que atañe a su intimidad. Que qué menos que un buen escarmiento, que hay cosas que no se pueden tocar, tabúes que hay que mantener a golpe de condena penal; pues oye, por mi parte aconsejo a los que hayan llegado a esta conclusión que recuerden el caso de las Pussy Riots y toda la polémica acerca de la desproporción de la pena que les fue impuesta por las autoridades rusas; ya se sabe, para lo de la paja en el ojo ajeno. Porque sí, estoy convencido de ello, se empieza por ahí, en concreto asistiendo indiferente e incluso complacido a este tipo de sentencias, y se acaba como se acaba siempre, vamos, como en Rusia o Turquía, esto es, persiguiendo a los periodistas críticos con el poder, censurando todo lo que le molesta a éste y/o sobre todo convenciendo al resto de la ciudadanía que hay cosas de las que no se puede hablar, cantar, vamos, que la libertad de expresión es en esencia un asunto del Código Civil y no de la conciencia de cada cual.
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