Cierran otras salas de cine en mi ciudad, las van cerrando todas en todas partes, y quieras o no, yo que ya sólo voy de pascuas a ramos, que hace la tira que no piso una sala entre lo de no tener a quién colocar a los críos, lo cara que salen las entradas y lo bien que se está en casa viendo una peli en tu sofá devorando un plato de pasta y la correspondiente copa de lo que sea, la cosa da algo de pena. Pena porque sospecho que para muchos chicos de ciudad las sesiones de cine del fin de semana eran lo más parecido a acudir a misa en domingo, siquiera ya sólo para aquellas familias como la mía que no eran especialmente religiosas, en realidad nada. Y sí, algo de templo, de rito, ya tenían las salas. Hemos crecido en ellas, cumplido con el ritual, por lo general de fin de semana, de las palomitas y el refresco, el acomodo con su procesión entre las filas ya ocupadas y la peña que se levantaba a tu paso, los bufidos de la misma para imponer el silencio en cuanto se apagaban las luces, los anuncios del comercio local o los cortos increíblemente largos e infumables cuando los pasaban antes de la película... Hemos crecido en las salas, a ellas íbamos de crío de la mano de nuestros padres, luego con los amigos, más tarde con alguna incauta para lo de "sí, claro, me encantan las películas de Meg Ryan, ¿lo dudabas o qué?", poco roce, poco, para qué negarlo, o ya incluso solos porque servidor era muy raro y a ver a quién convencía yo para ver la última de ese cineasta azerbaiyano premiado en vete a saber qué desconocido festival de cine alternativo en Nebraska o por ahí (ahora ya no me invitaría ni a mí mismo a una de esas).
Pues bien, en esas estaba mientras ojeaba esta deliciosa página de FB,https://www.facebook.com/lospasadospresentes, dedicada a la nostalgia de los babazorros (que es como nos llaman a los de Vitoria, y aunque por aquí prefiere explicarse el mote con el cuento de que significa literalmente "saco de habas" porque se comían muchas antaño, en realidad es un vocablo vasco bien despectivo de nuestros vecinos cantábricos cuyo significado no viene al caso...). Y mira que me encuentro con una foto del antiguo cine Amaya de la Calle Paz, año 1958, y perteneciente a la colección del conocido fotógrafo y archivero municipal Santiago Arina, que no es pariente mío, pero sí de un amigo de la infancia y por eso lo señalo. Cuántos recuerdos, pues, en especial los de aquella sesión continua a la que acudía de la mano de mi viejo a ver dos películas seguidas. Casi siempre cintas de vaqueros, y si no de otro género de tiros o tortas, popular que se dice, una gozada. Y el caso es que el recuerdo que más vivo mantengo del Amaya, con todas las sesiones a las que me llevó mi viejo, no es otro que de una película del Medioevo en la que había decapitaciones en un fotograma sí y en otro tambien con su correspondiente sangrecilla. No me pregunten por los actores o el argumento, sólo me acuerdo de la imagen constante de la espada o el hacha del verdugo cerniéndose sobre el cuello de todo bicho viviente, hasta ese momento. Eso y que me da que mi viejo se debió saltar a la torera el "prohibido a menores de..." ¡Dios qué gozada cuando el último decapitado fue el señor feudad que había deshonrado no sé cuántas doncellas y arrebatados sus bienes a otros tantos campesinos o así, creo que hasta debí gritarle "jódete cabrón franquista, mira cómo rueda tu cabecita...", ya digo que eran otros tiempos, claro que... Ese es mi recuerdo imborrable del cine Amaya, anda que no lamenté durante años su desaparición, que no la entendía; "¡pero si tenía un éxito increíble y las pelis les debían salir a cuatro duros porque la mayoría era del año catapún, que no sé cuántas veces debimos ver La Diligencia de Ford...!"; vamos, algo así como las de vaqueros de la ETB2 que echan todas las tardes y que según mi señor padre en realidad siempre son siempre la misma pero con distintos actores. Pues sí, así como la desaparición de otros cines también legendarios o casi de mi ciudad, como los Mikeldi, o aquel Azul de la Plaza Zaldiaran que abrieron unos osados cinéfilos para pasar pelis en versión original y organizar saraos, charlas, alrededor de éstas siempre fue la crónica de un cierre anunciado, así también como la progresiva desaparición de las minisalas entregadas a lo pura y exclusivamente comercial en realidad me la repampinfla, todavía me acuerdo del cine Amaya y el consiguiente trauma que supuso para un crío como yo, no se lo he perdonado, de hecho todavía ando maquinando alguna que otra venganza contra los responsables de su cierre, una decapitación cuanto menos.
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