“Una vez vino a vernos un hombre de su parte. Se llamaba Monia. Monia le trajo al abuelo un smoking y una enorme jirafa inflable. Más tarde comprendimos que la jirafa servía de soporte para sombreros.
Monia echaba pestes del capitalismo, se maravillaba de la industria soviética; luego se marchó. Al poco arrestaron al abuelo, por espía belga. Le cayeron diez años. Diez años sin derecho a correspondencia. Eso significa que lo ejecutaron. Tampoco hubiera sobrevivido. Los hombres corpulentos soportan mal el hambre. Y aún peor la humillación y el insulto…
Veinte años más tarde, mi padre tramitó su rehabilitación. Rehabilitaron al abuelo por falta de delito. Y entonces uno se pregunta: si no hubo delito, ¿qué hubo? ¿Para qué segaron aquella vida disparatada y divertida?… Aunque no nos conocimos, pienso en él a menudo.
Por ejemplo, alguno de mis amigos comenta asombrado: – ¿Cómo puedes beber el ron en tazón? – Y al instante me acuerdo del abuelo.
O cuando mi mujer me dice: – Hoy estamos invitados en casa de los Dombrovski. Come algo antes de salir. – Y de nuevo recuerdo a aquel hombre.
También me acordé de él en la celda de la cárcel…
Tengo varias fotos del abuelo. Mis nietos, cuando hojeen nuestro álbum, nos confundirán.”
Los nuestros – Sergei Dovlatov
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