La caminata de la tarde, ya casi inexcusable, preceptiva que diría ese galeno que eres tú para ti mismo, Si no sales de tu covacha una hora todas las tardes, o las que puedas, ésta se te echa encima con el magma de frustraciones y malos rollos a cuenta de lo que sea y que bulle en su interior como una hora a presión. Demasiadas horas entregadas a proyectos que no van a ninguna parte o eso parece, siquiera sólo a lamentar el tiempo perdido en ir a la deriva parte y proyectar el venidero en un montón de cábalas a las que ya te aferras como en un ultimátum. Así pues, te echas al camino con el ánimo de dejar atrás todas esas neuras durante lo que dure el paseo, que más que caminar huyes de una cotidianidad, de un tedio, cada vez más inquietante, más confuso. Y ya por el camino, con los auriculares en los oídos para escuchar la faramalla de los tertulianos de tu programa favorito, a ver si así consigues abstraerte de tanto desasosiego, que las piernas te arrastren sin percatarte de ello. Pero no va a ser posible, ahí están de nuevo dando la murga con lo de Cataluña y eso no, ya no soportas ni un segundo más semejante cantinela. De modo que aminoras el paso para buscar en el dial la música de alguna emisora. Sabes que las opciones son limitadas porque la mayoría vierte la misma bazofia musical de los cuarenta principales o en su defecto las mismas canciones desde hace ya treinta años, canciones que casi siempre son las mismas como las películas que programan las televisiones generalistas. Tienes pocas opciones, la radio clásica si hay suerte y no están martirizando al oyente con La Consagración de la Primavera de Stravinski, el Requiem de Ligeti o algo de Bartok, Schönberg o por el estilo, que oye, ya si eso en tu covacha a la noche pues vale, hasta lo disfrutas, pero así al trote como que no, nada de flirtear con el infarto, bastantes preocupaciones tienes ya con la salud de tus mayores. Eso y Radio 5 que no está nada mal, la mayoría de los programas ponen música de los 60 a los 90, a partir de ahí como que con el Ébola, máxima precaución, que como te descuides te sale un Justin Bieber o un Bustamente. Claro que tampoco va a poder ser, porque el locutor que suele estar a estas horas de la tarde tiene la maldita costumbre de hacer introducciones de las canciones en las que poco más que arranca desde el momento en el que sus intérpretes estaban en la incubadora y claro, para cuando ya se decide a pinchar el tema puede que tú ya estés en casa debajo de la ducha. Así que lo que toque, que a veces es no oír nada y arriesgarte a marcar el paso a puñetazos con tus demonios particulares, de nuevo el martillo sobre el yunque dentro de tu cabeza, variaciones sobre la misma pejiguera del día, un dolor. Pero si hay suerte, si eres capaz, todavía puedes ensimismarte con lo que te sale al camino. Ese olor tan penetrante de la hierba de los ribazos recién cortada que es como una mixtura de la paja seca de las puntas tras varios días de inusitada canícula y el refrescante verde clorofila de los tallos. Una fragancia que te acompaña durante buena parte del camino y que hace más agreste tu trayecto peri-urbano de lo habitual; pero, que de repente sucumbe, más que se confunde, al hedor a fritanga del chigre cutre de los sillones de skay viejo y ajado, diría que casi de los Traperos de Emaus o algo por el estilo, que los responsables del mismo sacaron sobre la acera al comienzo del verano junto a unas igual de rancias y completamente extemporáneas mesillas de cristal. Una peste a la que sucede esa otra del gallinero que tiene el vecino de al lado junto a la carretera y que hace que, cuando llegas a la pieza en el que otro guarda una jauría de perros perpetuamente cabreados, ya te parezca que éstos se bañan en colonia o algo parecido. Y así hasta el final de tu trayecto, el cual hace ya semanas que has acortado porque el de antes era regresar a casa con la lengua fuera y eso no me parece a mí que sea muy sano por mucho que digan que cuanto mayor sea el recorrido mucho mejor; no ganaba para escozores de entrepierna. Ahora sólo alcanzo la entrada al pueblo donde antes me llegaba hasta la plaza para tomarme un refrigerio en uno de los chigres de la misma. Me conformo con sentarme a descansar un par de minutos a la entrada del pueblo en un banco mirando el atardecer sobre las montañas de los alrededores de Oviedo. Eso sí que me reconforta y me avienta las tonterías con las que he salido de casa. Lástima que a la vuelta, y cuando menos me lo espero, entre una melodía y otra de la radio, empiezo a resentir cierta molestia en el tobillo donde acumulo esguinces desde hace años. Cosa rara porque no recuerdo haber pisado mal en ningún momento, tampoco he metido el pie donde no debía o le he dado una patada a un muro de piedra, ni siquiera a una farola. Así que, como buen Sancho Panza, recurro al refrán al uso como consuelo o todo lo contrario: "a perro flaco todo son pulgas". Pero no hay cuidado, enseguida recapacito y reconozco que soy un exagerado, claro que sí. Eso y que los lunes siempre han sido un día de mierda.
martes, 21 de octubre de 2014
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