Leo que los chicles ponen nerviosa a Isabel II porque los turistas los dejan pegados en cualquier lado cuando visitan el palacio de Buckingham. La entiendo, vaya que si la entiendo, no se puede ser más asqueroso, más vándalo y hasta troglodita. Y lo peor es que son una plaga, da lo mismo los que te colocan el chicle o el moco detrás de una de las columnas de la Capilla Sixtina o los que cuando visitas el Hamburger Bahnhof de Berlín van detrás de ti vertiendo verbalmente su cúmulo de prejuicios y taras cognitivas porque no entienden el arte contemporáneo y si han entrado ahí es porque venía en la guía y poco más. Yo propondría un carné de turista para acceder a según qué lugares. Lo digo en serio y sobre todo en base a mi experiencia como agente de viajes. Y conste que no lo digo en plan elitista ni nada por el estilo, más bien al contrario, como servicio al cliente para que éste no derroche su tiempo y dinero visitando sitios en los que sólo encontrara tedio y hasta disgusto; "¿que no hay bar en este museo?". ¿Qué sentido tiene que un cliente viaje hasta Egipto para sumergirse en su historia y cultura si antes de cerrar el viaje te pregunta cómo de difícil es el idioma local, el egipciano? Para qué engañarse, ese cliente estaría mejor tumbado veinticuatro horas sobre la arena blanca de una playa en Punta Cana o Rivera Maya; siquiera porque allí no va a tener problemas de comunicación, o sí, que de todo hay, de todo he oído a la vuelta. Y hablando de Egipto y vándalos; qué pasmo, estupor, por no hablar de sensación de fin de ciclo, de cataclismo a escala planetaria, la segunda caída de Roma y así en manos de los nuevos bárbaros, cuando visitas el Valle de los Reyes, dentro de la Tumba de Sethy I y descubres al lado de un jeroglífico una inscripción que dice: "aquí estuvo Iñaki de Amoroto, AUPA ATHLETIC!; decir que quise morirme en aquel preciso momento es poco.
lunes, 6 de octubre de 2014
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